Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de noviembre de 2013 Num: 975

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bachofen o la
mitología paradójica

Mauricio Beuchot

A la memoria de
David Gris

Juan Gabriel Puga

Nicanor: de cantera
de cantores

Enrique Héctor González

El ajusticiamiento
de Taurino López

Agustín Escobar Ledesma

Jorge Carrión y
la revista Política

Marta Quesada

Las ilusiones perdidas:
Fellini 20 años después

Carlos Bonfil

Coordenadas de
una amistad escrita

Cristian Jara

Dos poemas
Spiros Katsimis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

La sabia alegría

Cuauhtémoc Arista


Crítica a la ideología burguesa,
Jorge Carrión (Marta Quesada y Óscar Alzaga, compiladores),
Altres Costa-Amic Editores,
México, 2013.

Conocí al doctor Jorge Carrión en la década de los ochenta, en el departamento de su hijo, el novelista Luis Carrión Beltrán. Estaban presentes Martha Rivera, la joven Camila Carrión y la niña Lydiette.

Ya había leído libros de ensayos y artículos suyos en la prensa y los había discutido con otros lectores. Y los disfruté, lo que no sucedía con aquellos de sus camaradas científicos sociales.

Era el sabio crítico de la realidad social mexicana, pero también el de la oportuna cita de Shakespeare o Baudelaire, el que podía guiar a su interlocutor por ciudades europeas en el mapa que las novelas de Balzac y Dickens habían marcado en su memoria.

Para hacerle justicia al escritor y al analista político habría que retomar aquel hermoso librito de Ludovico Silva, El estilo literario de Marx. Toda proporción guardada (entre Silva y este reseñista), hay que reconocer en Carrión que su precisa  argumentación política y su dominio del español –que le permitía arrebatos de estilo– superaron en mucho a las ideas a que estos recursos debían servir.

De todas formas señaló con tino cómo Octavio Paz y Carlos Fuentes, al rescate de su país subdesarrollado, clamaban por soluciones económicas y sociales sui generis entre el socialismo y el capitalismo, como si viviéramos ajenos al “engranaje” internacional. Que como México no hay dos, insistían.

Ahora es necesario acotar históricamente las ideas que defendía el doctor Carrión, pero se sostiene su crítica de la ideología burguesa, incluida su advertencia contra las brumas verbales en que la élite intelectual envolvía sus aspiraciones a una tercera vía desarrollista.

Como muchos comunistas sentimentales (digamos Manuel Vázquez Montalbán), Carrión se negó a ver que, frente a la crisis del Capitalismo Monopolista de Estado (una categoría leninista que él y su grupo se empeñaron en documentar en el presente), avanzaba a velocidad muy superior la putrefacción del llamado sistema socialista.

Con esta perspectiva, es de lamentar que Carrión se haya afanado en corregir sus valiosas observaciones psicológicas y antropológicas de Mito y magia del mexicano en aras de un militante sentido de culpa, la  “autocrítica” que la inquisición aportó al hombre nuevo.

En todo caso cumplió su labor de difundir tesis revolucionarias, exaltar la lucha antiimperialista y demás prioridades de la izquierda histórica; el problema, desde mi punto de vista, es que Carrión refrenaba su sabia alegría enfrente de esa señora gruñona, la ortodoxia.

Aun así, encuentro al entrañable estudioso en textos de este volumen como “Ruidos del silencio”, que publicó en su columna “Los recuerdos del porvenir” de Excélsior, el 9 de noviembre de 1987:

“Pero acaso también el ruido es producto de un largo silencio. Así, este estruendoso pri, precedido por la disciplinada subordinación silenciosa, el ocultamiento de los procedimientos, la ‘nominación’ palaciega y el restañamiento de descontentos y resquebrajaduras, requiere de mucho ruido, mucha matraca, muchos atabales en medio de densas cortinas de confeti. Pero los ‘acarreados’ también usan el ruido para ensordecerse a sí mismos. Hay que dejar el ruido al ruido”.


D/escribirse a sí mismo

Mónica Salcido


En el nombre de Dyónisos. Nietzsche,
el nihilista antinihilista,

Herbert Frey,
Siglo XXI Editores,
México, 2013.

A partir del desplazamiento del centro de gravedad de la interpretación, en el que la reinvención de Grecia se transforma en otra clave para la lectura de la obra de Nietzsche, el último libro de Herbert Frey, En el nombre de Dyónisos. Nietzsche, el nihilista antinihilista, propone una reevaluación de aquellos aspectos que han podido quedar de lado en las ya clásicas lecturas del pensador alemán, pero que resultan fundamentales para comprenderlo como un filósofo del arte de vivir. Frey intenta rescatar aquí un Nietzsche alejado de los paradigmas de la voluntad de poder y del superhombre, haciendo una reinterpretación del filósofo a partir de la visión trágica del mundo, del espíritu libre, la Ilustración y el nihilismo como creación de nuevos valores. Nietzsche se muestra aquí no sólo como el crítico acérrimo del monoteísmo occidental sino, en un viraje interpretativo, como quien rehabilita al politeísmo en la metáfora subversiva de Dioniso, es decir, el instinto creador que busca potenciar la vida y no enajenarse de ella.

A partir de que, como señaló el propio Nietzsche, “no hay hechos, sólo interpretaciones”, este libro intenta abrir distintas perspectivas que permiten reflexionar sobre lo que sustenta la obra del pensador alemán. Uno de los puntos nodales de este libro es la defensa del filósofo como un nihilista que festeja la vida tal cual es y que es consciente de su propia tragedia: la transitoriedad no sólo de su vida sino de su obra, perspectiva que Frey sostiene también para su propia perspectiva filosófico-existencial.

En un viaje por las religiones comparadas, la historia, la política y la biografía, En el nombre de Dyónisos consta de nueve capítulos independientes entre sí pero enlazados por una lógica interna: la defensa de la filosofía como un arte de vivir y la lectura de Nietzche como ejemplo de una existencia filosófica en la que la obra es una praxis de sensualidad, una expresión corporal que, en busca de la superación del dolor, escribe a fuerza de perseverancia para afirmar el orgullo y la excelsitud de una vida heroica, es decir, autosuficiente pero también consciente –frente a la presencia de la enfermedad física– de la precariedad de la existencia. Estableciendo nexos entre la vida y la obra de Nietzsche, analizando desde autores como Montaigne, Dostoievsky, Camus, Blumenberg y estudiosos de las religiones comparadas, Frey narra el nacimiento de Nietzsche como un espíritu libre, como un pensador del hombre y la tierra cuya construcción del pasado busca, frente a la muerte de Dios, una actualización del paganismo antiguo en tanto que teología natural y como una interpretación del mundo que implica la multiplicidad no sólo de dioses sino de ideales, la libertad de espíritu y la multiplicidad de pensamiento.

Desde el mismo frente que Pierre Hadot y el Foucault de la historia de la sexualidad –en su apuesta por un retorno a la ilustración antigua, a la reexperimentación de ciertas líneas de pensamiento que responden a la pregunta sobre cómo deben vivir los espíritus libres-- Herbert Frey escribe su último libro en aras de la preservación de la autonomía interna en un mundo ilógico, trágico, en una existencia que reconoce la propia corporalidad como límite y posibilidad absoluta, como terreno de práctica y punto de partida de un nuevo paganismo. Retomando la frase mihi ipsi scripsi, que Nietzsche cita en uno de sus fragmentos para decir me escribo a mí mismo, el Frey- intérprete-de-Nietzsche asume para sí mismo una postura hedonista frente a la vida, en demanda de la autonomía del espíritu libre, en defensa de la soledad como ventana de la autocreación a través de la escritura, para concluir que, a través de Nietzsche, no ha hecho más que escribir su propia visión del mundo.


Algo olvidado pero aún actual

Raúl Olvera Mijares


Muralismo mexicano 1920-1940,
S/A,
FCE/UV/UNAM/INBA,
México, 2012.

A la distancia se columbran el paleocristianismo y Bizancio, cuyo arte representativo se inspira en las pinturas con que los romanos acostumbraban exornar los interiores de los templos e incluso las casas, iconos de los dioses, los héroes, las batallas, la sensualidad del cuerpo. Los llamados pintores primitivos italianos, que florecieron entre los siglos XIII y XV: nombres como Giotto di Bondone, príncipe entre ellos; maestro suyo, Cimabue; aunque también Simone Martini, Filippo Lippi, Fra Angelico y tantos otros divididos en escuelas de las entonces póleis italianas. En aquella época por inspiración casi siempre religiosa aunque también civil, los artistas plásticos narraban los momentos clave de una tradición plasmándolos al temple o al fresco en los muros. En el México postrevolucionario de los años veinte, José Vasconcelos tuvo el sueño de volver inteligible para el pueblo llano el mensaje histórico de la lucha social que, en la mayor parte de sus representantes, se tiñó de ideas progresistas.

Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, pero también Juan O’ Gorman, Alfredo Zalce, o bien lo que puede llamarse la delegación estadounidense, integrada por Pablo O’ Higgins, Isamu Noguchi, Ryah Ludins y las hermanas Marion y Grace Greenwood, eso sin mencionar al francés Jean Charlot, se sumaron a esta corriente. Edificios públicos como Palacio Nacional, Bellas Artes, el ex Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, la Secretaría de Educación, el Hospicio Cabañas, el Antiguo Colegio de San Ildefonso e incluso algunas ciudades en el exterior como París, Nueva York, Detroit, San Francisco y Claremont en California, exhiben murales de un valor excepcional. Adentrarse en el muralismo mexicano es sumergirse en un mar de tradiciones, representaciones indígenas y utópicas de una sociedad del futuro en que todos los hombres forman una hermandad para luchar contra el hambre, la enfermedad y la ignorancia, el sueño de Marx, Engels y Lenin.

Sorprende gratamente la aparición de esta magna obra tripartita, que contiene las Crónicas y el Catálogo razonado dividido en dos tomos que cubren de 1920 a 1940, fruto de los trabajos del seminario que la doctora Ida Rodríguez Prampolini impartió en la unam entre 1997 y 2006. En ocasiones lo único que quedó de los murales fueron las tomas fotográficas de Tina Modotti, como en el caso de la Danza de los listones de Charlot y otras obras igualmente perdidas de Carlos Mérida y Fermín Revueltas. Era imposible ofrecer ilustraciones pormenorizadas de todas las obras. Figuras como Rivera y Orozco son centrales, sobre todo el primero por sus controvertidos y valerosos trabajos exaltando valores sociales en Estados Unidos, objeto de censura de diverso tipo, desde el caso de San Francisco y sobre todo el Rockefeller Center en Nueva York. Una buena ocasión para refrescar los ideales colectivos de la humanidad. México, por medio de sus pintores, sentó un precedente.


Filosofar otro mundo es posible

Orlando Lima Rocha


Preludios filosóficos a “otro mundo posible”,
Damián Pachón Soto,
Ediciones desde abajo,
Colombia, 2013.

¿Vale la pena filosofar si se entiende a la filosofía misma como desvinculada socialmente? ¿Cuál es el papel del filósofo y por qué dejar de profesar filosofías para filosofar? ¿Es pertinente filosofar en este tiempo de crisis social? ¿Son pertinentes las utopías, la utopía de “otro mundo posible” y qué papel juega la filosofía en ese proceso?

Estas y otras preguntas surgen al leer a Damián Pachón Soto, un joven filósofo colombiano, quien nos ofrece en su Preludios filosóficos a “otro mundo posible” una serie de reflexiones nodales para repensar la necesidad de la filosofía en la vida y la necesaria vida en la filosofía. Ello permite vitalizar a la filosofía y filosofar a la vida. A lo largo de sus decisivos artículos, Pachón da cuenta de la importancia del filosofar, aunado al de la enseñanza de la filosofía como un ejercicio no sólo pedagógico sino de pensamiento propio y que permite visualizar mundos posibles y alternativos.

Los exámenes hechos por Pachón Soto a las filosofías postmodernas y transmodernas le permiten atender al hecho fundamental de la producción filosófica sobre “otros mundos posibles” y, connotadamente con ello, de las utopías que juegan un papel en la historia y que son de importante reflexión para el pensamiento social. Si bien es más crítico con las posturas postmodernas que con la transmoderna, la obra en sí nos regala valiosas y fecundas reflexiones que alientan la crítica y la autocrítica, la creatividad y la revalorización de la tradición filosófica, todo ello para poder filosofar como una práctica política y vital. Por ello, la biofilosofía es la apuesta de la obra en cuestión. Una biofilosofía que conjuga al filósofo, lo filosofado y el filosofar en una realidad social e histórica.

Y es que, aunque para el autor, en las academias de nuestra América y, particularmente, Colombia, suele haber una recepción acrítica de filosofías como las postmodernas. Como bien plantea Pachón, los postmodernos como los críticos de la modernidad son, paradójicamente y a su pesar, parte de una actitud moderna también. Por ello, Pachón habla de los “fantasmas” que acompañan a estos filósofos, los cuales se originan en la caída del bloque socialista y el “fin de los grandes relatos”. Muchos de ellos, desencantados de su militancia en partidos comunistas, criticaron con el término “totalitarismo” al socialismo “realmente existente”. Lo que derivó en “éxodos” como las críticas a sus fantasmas, para relacionar así a la filosofía con la sociología y reflexionar desde la globalización como un destino ontológico inevitable. Así, una actitud crítica y de sospecha posibilitan al filosofar en su veta humanista, desde las prácticas pedagógicas hasta las propuestas teóricas.

Centrales son, en este sentido, los academicismos analizados como “vampirismos filosóficos” (donde el profesor de filosofía basa toda su reflexión en uno o pocos autores o escuelas filosóficas) y la “regurgitación”, derivada de la anterior, en la que sólo exponen lo que ya ha sido planteado sin una crítica y valoración de por medio. Ello deriva en convertir a la filosofía en un discurso ideológico que la termina enclaustrando en un tribunal de la razón.

Si bien para el autor “el nombre de ese mundo posible no importa mucho”, cabría atender a lo utópico e ideológico que el acto del nombrar y, por esto mismo, los nombres tienen. Pues en la conformación de la posibilidad de otro mundo, los nombres son tan fundamentales como su existencia misma, como ya las historias de las ideas de nuestra América lo han puesto de manifiesto desde tiempo atrás. Por ello, cabría contrastar la afirmación de Pachón sobre una sola modernidad, aún primera o segunda, frente a modernidades alternativas. Lo cual implica, como bien lo plantea en su último capítulo, problematizar la noción misma de progreso.

El libro de Damián Pachón Soto, sin duda polémico, es también un libro incisivo y decisivo para el pensamiento filosófico de nuestra América. La dimensión pública del filosofar en un mundo “globalizado” es de importante consideración para el autor. Con su obra se perfilan temas y problemáticas viejas planteadas con renovado ahínco y que invitan a repensarnos siempre desde un horizonte propio, nuestroamericano. La juventud y calidad del autor y su obra sin duda tendrán un fecundo alcance para la filosofía nuestroamericana, por lo que esperamos y deseamos muchos más aportes tan fecundos como éste.



Animales sin papeles,
John Berger y Atziri Carranza,
Ítaca/La Cabra Ediciones,
México, 2013.

Los textos corresponden a Berger y las tintas a Carranza, y juntos componen un volumen que es una verdadera delicia: bestiario de aires poéticos, en él viven y conviven tigres, perros, zorros, pumas, serpientes, becerros, caballos, cocodrilos, elefantes… Prologado por Ramón Vera –editor y traductor al español–, y en tres idiomas porque se suma la traducción al francés de Yves Berger y Amandine Semat, este álbum zoológico-literario renuncia a las clasificaciones, como los seres que lo pueblan han renunciado, con la colaboración de Berger y Carranza, al silencio y la invisibilidad.