Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 17 de noviembre de 2013 Num: 976

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Scerbanenco,
el escrutador

Ricardo Guzmán Wolffer

Para desmitificar a
Gabriela Mistral

Gerardo Bustamante Bermúdez

Else Lasker-Schüler: tan compuesta y a deshora
Ricardo Bada

Molotov: una bofetada
fiera y perfumada

Gustavo Ogarrio

Pushkin: trueno de cañón
Víctor Toledo

Bailar La consagración
de la primavera

Norma Ávila Jiménez

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Else Lasker-Schüler: tan compuesta y a deshora


Foto: www.grafundfrey.de

Ricardo Bada

“No puedo aguantar sus poemas, ante ellos no siento más que aburrimiento o rechazo, a causa de su superficial ostentación. También su prosa me resulta cargante, por los mismos motivos: en ella maquina el cerebro incontrolablemente espasmódico de una urbanícola sobreexcitada.” Quien sentencia con estas palabras es nadie menos que Franz Kafka y el objeto de su exabrupto, Else Lasker-Schüler.

Al lado de tan lapidario juicio cabe contrapuntear las palabras de uno de los Everests de la lengua alemana, Karl Kraus: “Else Lasker-Schüler [es] la más poderosa e intransitable personalidad lírica de la moderna Alemania.” Y aún podrían añadirse otras dos calificadas opiniones, la de Kasimir Edschmied (“Es la más importante poetisa del pueblo judío desde hace siglos”), y la de Friedrich Dürrenmatt: “Veía las cosas como si fuese la primera vez que lo hiciera, y las decía como si fuese la primera vez. [Rilke] estaba más a resguardo de los aludes, tenía un nivel mejor que el de ella, quien era una cordillera más atrevida que él, de naturaleza volcánica, con abismos más cortados a pico y alturas más elevadas.”

Hippie prematura y precursora del teatro del absurdo, Else Lasker-Schüler, “la mayor poetisa que jamás poseyó Alemania” (Gottfried Benn), falleció en Jerusalén el 22/I/1945, a las 7:25 de la mañana. Fue enterrada en Getsemaní, al pie del Monte de los Olivos: cuando tiempo después se modificó el trazado urbano del lugar, su tumba desapareció como para justificar un verso de su soneto “Despedida”: “Le hice trampas al mundo, el mundo me las hizo.”

Else Schüler había nacido en Wuppertal, paisana –pues– de Engels, el 11/II/1869. Contrajo un matrimonio de conveniencia en 1894 con el médico Jonathan Lasker, cuyo apellido ingresó así por la puerta trasera en la historia de la literatura universal, y tuvo un hijo, pero no de su marido, nunca se dignó decir de quién; un hijo al que llamó Paul, igual que su querido hermano menor, muerto cuando ella sólo contaba trece años. También su hijo habría de morir joven y en la plenitud de su talento, a los veintiocho años, una muerte que fue una de las muchas puñaladas traperas que la vida le tenía reservadas a Else.

Otras de esas puñaladas traperas (las trampas que el mundo le hizo) se llamarían Franz Marc y Georg Trakl, eso para no hablar de ese otro género de muerte que es el desaire público por parte de la persona amada, en este caso Gottfried Benn. A su “Giselheer el pagano”, como lo llamó, le dedicaría versos que no son una invitación, sino una exhortación, casi una exigencia: “De tu sendero el arcén/ que lo acompaña yo soy:/ cae.” A los que un Benn quién sabe si desdeñoso o atemorizado, replicará con estos otros: “De mi sendero arcén nadie será./ Deja, pues, mustiar tus flores./ Mi senda fluye, a solas seguirá.”

No obstante, cumplido caballero y, sobre todo, certero crítico, Benn la auparía al puesto cimero del olímpico femenino alemán, lo mismo que haría Karl Kraus, una vez más, al publicarle “Un viejo tapiz tibetano” en su consagratoria revista Die Fackel (La Antorcha, con una nota a pie de página justamente famosa: “El poema aquí citado se cuenta, según pienso, entre los más primorosos y conmovedores que haya leído nunca, y hay pocos, de Goethe acá, en los que –como en este tapiz tibetano– estén entreverados sentido y sonido, palabra e imagen, idioma y alma:

Ein alter Tibetteppich

Deine Seele, die die meine liebet,
Ist verwirkt mit ihr im Teppichtibet.
Strahl in Strahl, verliebte Farben,
Sterne, die sich himmellang umwarben.
Unsere Füße ruhen auf der Kostbarkeit,
Maschentausendabertausendweit.
Süßer Lamasohn auf Moschuspflanzenthron,
Wie lange küßt dein Mund den meinen wohl
Und Wang die Wange buntgeknüpfte Zeiten schon?

Llevó Else Lasker-Schüler una vida bohemia y disparatada; escribió poesía, prosa y teatro alucinados, y encarnó, por encima de lo que las circunstancias se lo permitían, la imagen que se había hecho de ella misma, o se mentía para sobrevivir, en sus reinos imaginarios desde los que concedía prebendas y condecoraciones, y en ocasiones, como a Richard Dehmel, preeminente lírico del modernismo alemán, “diez elefantes blancos, mis palomas plateadas, mis jardines y rosas azucaradas, pomos de ungüento, mis tres negros sudaneses, y mi anillo, en cuya piedra se refleja el cielo”.

Nacida a deshora, o bien tardísimo o bien demasiado pronto, la historia estaba de todos modos dispuesta a darle alcance con su dardo de curare incurable, del que tiene amplia provisión en su carcaj para gente como ella.

En 1933 tuvo que abandonar Alemania, donde se quemarían sus libros por orden de un crítico literario llamado Joseph Goebbels, y se refugió en Suiza, viajando desde allí hasta tres veces a Palestina. La última fue sin regreso posible; había estallado la guerra, y en la patria del queso gruyere le negaron un agujero al que volver. Antes, como está documentado, también le habían prohibido ejercer su declarada profesión de poetisa.

Y así se quedaría Else Lasker-Schüler a morir en la tierra de sus lejanísimos ancestros: esa voz intraducible y casi ni siquiera aproximable en ninguna traducción, pero que no por eso deja de ser una de las más puras e inconfundibles que sonaron en el siglo pasado.

Séale permitido al autor de estas líneas argüir su pena por no haber podido trasegar al castellano ni un diezmo de la riqueza del original, pero ojalá el empeño de mi texto, y de la aproximación que sigue, aficionen al lector a aprender alemán para emborracharse de poesía y penetrar en los reinos de esta bella judía, que parece salida de una petenera:

Tan compuesta y a deshora

Y sigue mi aproximación a “Un viejo tapiz tibetano”:
Tu alma, que por la mía se desvive,
trenzada está con ella en un tapiz del Tibet.
Destello con destello, enamorados colores,
estrellas cielo avante diciéndose de amores.
Nuestros pies en esta joya descansando,
nudosmilesymilesocupando.
Dulce hijo de un Lama sobre un trono de almizcle,
¿desde cuándo se besa tu boca con la mía
y en la mejilla urde del tiempo viva urdimbre?