Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 17 de noviembre de 2013 Num: 976

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Scerbanenco,
el escrutador

Ricardo Guzmán Wolffer

Para desmitificar a
Gabriela Mistral

Gerardo Bustamante Bermúdez

Else Lasker-Schüler: tan compuesta y a deshora
Ricardo Bada

Molotov: una bofetada
fiera y perfumada

Gustavo Ogarrio

Pushkin: trueno de cañón
Víctor Toledo

Bailar La consagración
de la primavera

Norma Ávila Jiménez

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
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Cinexcusas
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Enrique López Aguilar
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Jaime Sabines (II DE V)

Historiar la fama de Jaime Sabines: como con otros autores, la enumeración de premios y reconocimientos obtenidos tempranamente no debe llamar a engaño, pues muchos procedieron de grupos literarios, oficiales o universitarios que reconocían la originalidad de una obra aunque eso no tuviera que ver con la relación que la misma alcanzara con otros sectores del público. A pesar de los galardones obtenidos por Sabines desde joven, su obra fue leída con deleite por algunos colegas y un pequeño grupo de seguidores que no eran Legión: ¿cómo fue que el poeta pasó del reconocimiento y la admiración de colegas, críticos y un círculo de enterados hasta una difusión y arraigamiento con indudables alcances masivos?

Muchas de las primeras ediciones de Sabines fueron de tirajes cortos y publicadas en editoriales locales, universitarias o marginales (el Departamento de Prensa y Turismo de Tuxtla Gutiérrez, los Talleres de la Imprenta Económica, Metáfora, la Universidad Veracruzana, la unam); el primer Recuento de poemas, publicado en Joaquín Mortiz en 1962, se produjo cuando ésta era una editorial “subterránea” y apostaba por los nuevos valores literarios… Hasta mediados de los setenta, Sabines era un poeta reconocido pero sin lectores: por el volumen de sus tirajes y por las editoriales en que publicaba, en 1975 era un autor marginal con una obra poética casi concluida, pues entre el Nuevo recuento de poemas (1977) y el Otro recuento de poemas (1991), sólo agregó treinta y cinco textos agrupados bajo el nombre “Otros poemas sueltos”, escritos entre 1973 y 1991, donde faltan los que hizo entre 1991 y 1998.

El disparamiento de la obra sabiniana ocurrió en la segunda parte de la década de los setenta, alcanzó una gran difusión en los ochenta y se consolidó en los noventa del siglo pasado: en 1975 estaban publicados sus poemarios más importantes, incluidos Horal (1950), La señal (1951), Tarumba (1956), Diario semanario y poemas en prosa (1961), Recuento de poemas (1962), Yuria (1967), Maltiempo (1972), Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973) y Otro recuento de poemas (1977), por lo que la raíz de su fama no es atribuible a la publicación de una nueva obra capital que lo revelara frente al público, como fueron los casos de Cortázar con Rayuela, en 1963, y de García Márquez, con Cien años de soledad, en 1967. La difusión y popularización de la poesía de Sabines tiene su origen en la apertura ofrecida por el movimiento estudiantil de 1968 por la manera como éste propició el conocimiento y la lectura de escritores que esa juventud contestataria deseaba leer: en cierto modo, la antología que realizaron Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Alí Chumacero y Homero Aridjis, Poesía en movimiento: México 1915-1966 (1966), prefiguró las curiosidades y cambios de actitud de una nueva generación lectora que culminaron en un público que leyó al grupo “de la onda”, en la publicación de El otoño recorre las islas (poesía recogida de José Carlos Becerra) y en el encuentro con poetas que compartían el desenfado y la búsqueda del nuevo lenguaje desarrollado por la generación del ’68 mexicano.

Del gusto literario fermentado en ese momento emergieron las pasiones por Rayuela (que para muchos adquirió el estatus de novela generacional), por las complejas genealogías de Cien años de soledad, por el lenguaje irreverente de Inventando que sueño: entre los nombres del llamado boom latinoamericano, la herencia de la revolución sexual de los sesenta, el movimiento hippie, la presencia del rock y la posibilidad (reprimida) de cambiar el estado de cosas, lo que se vivió en las calles capitalinas entre junio y octubre de 1968 alcanzó esferas inesperadas, como la creación de nuevos públicos para nuevos lenguajes, la modificación de hábitos generacionales y la ruptura con décadas de crecimiento estabilizador en la economía y la política mexicanas. Nada volvió a ser lo mismo: las “malas” palabras se adecentaron y comenzaron a ser usadas por todos, sin la severa prohibición de más ojos paternos; la revolución sexual, expresada a través del amor libre, fue ejercida con mayor libertad y amplitud gracias al desarrollo de la píldora anticonceptiva; nuevas actitudes y nuevos héroes culturales emergieron después del ’68: el Che Guevara, Marcuse, la izquierda, la politización de los discursos, la necesidad de reconocerse en nuevas formas que dieran cuenta de la intimidad y los sentimientos de una generación que se percibía distinta a las anteriores y había encabezado protestas y rupturas contra el orden establecido.

(Continuará)