Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 17 de noviembre de 2013 Num: 976

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Scerbanenco,
el escrutador

Ricardo Guzmán Wolffer

Para desmitificar a
Gabriela Mistral

Gerardo Bustamante Bermúdez

Else Lasker-Schüler: tan compuesta y a deshora
Ricardo Bada

Molotov: una bofetada
fiera y perfumada

Gustavo Ogarrio

Pushkin: trueno de cañón
Víctor Toledo

Bailar La consagración
de la primavera

Norma Ávila Jiménez

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La Jornada Semanal

 

Molotov: una bofetada fiera y perfumada

Gustavo Ogarrio

Para todas y todos los que organizaron La Yoshokura 2013,
ese gran festival de música en Morelia, nuestra Cosmópolis de barro.

Si se le quiere ver desde cierta ruptura generacional y desde algún vanguardismo cultural de baja intensidad política, Molotov nació en 1995 como una banda insolente, provocadora, impertinente y bajo el sello de alguna certeza antisistema y de cierta ambigüedad cultural que serán parte de su propio destino antisolemne. Su coctel estridente se compone de letras que explotan con una fuerza casi inédita, que alzan la voz altivamente en oposición a ese tartamudeo mediático de la época inicial del neoliberalismo que se transformaría en la apología del espectro del salinismo.


Cartel del documental Gimme the Power, dirigido por Olallo Rubio

Molotov, actualmente integrado por Micky Huidobro (voz y bajo), Tito Fuentes (guitarra), Paco Ayala (bajo y batería) y Randy Ebrigth (batería), nace absolutamente como rock duro, pesado en muchos momentos; un rock hijo de los años noventa, con sus propias peculiaridades: mucha guitarra eléctrica, dos bajos vehementes, mucho hip-hop, mucho albur que se arriesga a innovar en materia de “obscenidades”, juegos de palabras de alta carga sexual y política, ningún vocalista principal, en fin, mucha palabra “altisonante” que no es más que el baño de una expresión que va al fondo del habla de todos los días. Si alguna estética define su música, ésta ronda lo contradictorio: su honradez de vituperio alimenta el efecto político de sus canciones y de paso sostiene el estilo de una banda sin estilo en el sentido clásico de la palabra; su rebeldía inicial, enmarcada en una batalla cultural y pedestre contra los grupos de rock políticamente correctos y estéticamente más “refinados”, como Fobia o Maná, culmina en una transformación luciferina que rebasa por mucho el instinto inicial de parodia para explorar los alcances de una bofetada artística y fiera contra el sistema político mismo, quizás sin proponérselo de esa manera.

Molotov es el primer monstruo verbal que da a luz la época del salinismo; un país en pleno tránsito hacia una supuesta modernidad americanizada tenía que nombrar ese desgarre, esa tragedia bicultural: ser y no ser del norte de América, evocar la fatalidad de nuestra vecindad aniquiladora con Estados Unidos, pero también retorcerle el cuello a la articulación gramatical de la tragedia para sacarle brillo a las guitarras de estridencia indignada, a ese par de bajos de resonancias ásperas y a una batería simplemente exacta en esa persecución paródica y política de los amos de la catástrofe nacional. Molotov combina los idiomas que pretenden reinar armoniosamente a partir del Tratado del Libre Comercio de América del Norte (tlcan) y de esa manera le arrebata el poder de la verbalización insolente a la tremenda corrupción política, al optimismo neoliberal y a la imposición de la americanización y, de paso, se regocija en la inminente crisis del viejo régimen de Estado.


Molotov en una escena del videoclip para “Frijolero”

No se puede decir que Molotov fue el único estandarte sonoro de una o varias generaciones; con la multiplicación vertiginosa de grupos y de bandas de rock, de estilos y fusiones, en los años noventa, es prácticamente imposible hablar de liderazgos indiscutibles en cuestiones de sensibilidades artísticas y populares de época. Lo que sí es posible afirmar es que, en tiempos en los que el espectáculo se consolida como la experiencia más importante de la sociedad en su conjunto, Molotov ofrece algunos himnos que pelean cuerpo a cuerpo contra lo políticamente correcto en ese ámbito, aunque esto simplemente confirme la capacidad de absorción y la inmunidad política y cultural del espectáculo mismo. Desde una leve desviación en la noción de espectáculo, Molotov alcanza en muchas ocasiones a montar una especie de antiespectáculo, es decir, un ataque cultural contra el Sistema, una interpelación verbalmente directa contra la “política”, que por esto mismo se vuelve una representación del agotamiento de la cultura política dominante y de la sucesión de melodramas que están en el corazón mismo de la crisis de toda una época.

Molotov putea, grita desde su nacimiento contra el majestuoso Sistema Político y le pone mucha bravata a su primera explosión: ¿Dónde jugarán las niñas? (1997). Desde el ángulo de la discriminación y del lenguaje que se quiere, a pesar de todo, antisistema, el primer álbum de Molotov es el blanco perfecto de las acusaciones de homofobia y en España se ven en problemas con organizaciones de homosexuales, por su célebre canción “Puto”; sin el contexto del pederasta cura Marcial Maciel y sin entender el título como una verdadera inversión paródica y cruel de ¿Dónde jugarán los niños?, de Maná, por supuesto que parecería que Molotov rinde culto al patriarcado imperante. En la portada de este primer disco se ve la silueta de una jovencita de secundaria con uniforme príncipe de Gales, con los calzones en las rodillas en el interior de un automóvil. Esta escena es el primer zarpazo de la ambigüedad de Molotov: como parodia cruel del juego casi idílico de niños “fresas” de Maná, esa banda de rock de ligereza dulcificada al máximo por el mercado de la música y por el sistema cultural mismo; sin embargo, la imagen y su otra lectura posible es una especie de bofetada machina contra quien resulte responsable y esto ronda también los terrenos de la discriminación sexual.


Molotov en un anuncio para Adidas

Los himnos que Molotov propone a la época se suceden como cascadas de figuras sonoras bilingües, son memorizados por una franja bastante amplia de jóvenes que se van relevando en el culto casi mesiánico a la banda y a su fama de agoreros del lenguaje soez y políticamente incorrecto, sólo para rematar su trayectoria con una larga lista de improperios como canciones que terminan por transformarse en una tradición hasta cierto punto de resistencia más verbal que cultural, esto con bastante perfume de estridencia publicitaria. Además de “Puto”, que poco a poco se va tomando como himno homosexual, paradójicamente, lo que le restituye cierto poder cultural perdido por la ambigüedad inicial, Molotov coloca en el imaginario de la maledicencia contra el poder otros temas: “Que no te haga bobo Jacobo”, la primera de sus impugnaciones a Televisa, a Jacobo Zabludovsky y a ese inmenso poder de corrupción, simulacro y ocultamiento; “Gimme the Power”, una recia y directa amenaza contra la clase política y su poderoso sistema de corrupción, tema cuyo vapor popular encauza muy bien la animadversión contra esa herencia neoliberal del Estado mexicano inmediatamente posterior a la presidencia de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), con remate tradicional a manera de coro que busca su propia marcha contra el gobierno: “El pueblo unido jamás será vencido”; “Chinga tu madre”, himno casi onomatopéyico de una sinceridad no pedida en cuya retórica resuena el orden patriarcal verbalizado como defensa popular; “Voto latino”, en el que ya empiezan a experimentar con giros bilingües que se manifiestan en términos biculturales contra la exclusión formal e informal de los migrantes mexicanos en Estados Unidos.

Si bien el primer álbum de Molotov es el gran generador de éxitos insolentes, destaca posteriormente el tema “Frijolero”, que casi de manera inmediata a su puesta en circulación se transforma en un verdadero himno popular y mediático en contra de la discriminación de miles y hasta de millones de mexicanos que cruzan el Río Bravo. Con un énfasis casi de libelo, el tema destaca por su sinceridad sin poesía que rechaza de manera vehemente el estereotipo y que puntualmente ordena las acusaciones contra Estados Unidos en términos económicos y de razones del narcotráfico: “Yo ya estoy hasta la madre/ de que me pongan sombrero/ escucha entonces cuando digo/ no me llames frijolero/ y aunque exista algún respeto/ y no metamos las narices/ nunca inflamos la moneda/ haciendo guerra a otros países/ te pagamos con petróleo/ e intereses nuestra deuda/ mientras tanto no sabemos/ quién se queda con la feria/ aunque nos hagan la fama/ de que somos vendedores/ de la droga que sembramos/ ustedes son consumidores.”

Quizás para rematar su trayectoria de críticos ácidos y hasta cierto punto estridentes y mediáticos del sistema, en 2012 se estrena el documental Gimme the Power, dirigido por Olallo Rubio. Más allá de su concepción provocativa como tragicomedia del poder y de la nación, el documental condensa –con entrevistas, testimonios, imágenes históricas– los orígenes de la actitud hasta cierto punto iconoclasta de Molotov. El documental se vale del cambio de tono nacionalista, de una cuasi épica, breve y mordaz, de los tiempos actuales, de una lectura de la historia de México concentrada en los agravios más evidentes, siempre en contrapunto con cierta historia contemporánea del rock en México, para enmarcar el surgimiento de Molotov y confirmar la bastardía salinista de la banda.

¿Es Molotov una banda de rock de reivindicaciones sociales y sus himnos una expresión de cierta resistencia cultural? Quizás simplemente, más allá de cualquier especulación metafísica, Molotov fue una bofetada fiera y perfumada que nombró y tocó con una estridencia de guitarra eléctrica y de bajos púrpuras insobornables, con cierta nostalgia patriarcal pero de incuestionable actitud garruda, la irracionalidad política y cultural de toda una época y la continuidad de esta misma época, que va del “nacionalismo revolucionario” a esta restauración del neoliberalismo de escaparate mediático que ahora nos amenaza con no terminar nunca.