Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 17 de noviembre de 2013 Num: 976

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Scerbanenco,
el escrutador

Ricardo Guzmán Wolffer

Para desmitificar a
Gabriela Mistral

Gerardo Bustamante Bermúdez

Else Lasker-Schüler: tan compuesta y a deshora
Ricardo Bada

Molotov: una bofetada
fiera y perfumada

Gustavo Ogarrio

Pushkin: trueno de cañón
Víctor Toledo

Bailar La consagración
de la primavera

Norma Ávila Jiménez

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La Jornada Semanal

 

Bailar
La consagración
de la primavera

Norma Ávila Jiménez

Al terminar de leer la novela de Haruki Murakami, Baila, baila, baila,  algo que se queda grabado es lo que recomienda el hombre carnero al protagonista: bailar de forma deslumbrante mientras la música suene. Aunque Murakami le da el sentido de lo que significa vivir, lo anterior tiene relación con lo que Pina Bausch –quien fuera directora del Tanztheater Wuppertal– enfatizara en la película dirigida por Wim Wenders en su homenaje: “Baila, baila, de otra forma estamos perdidos.” Y así es: sin la danza, interpretada u observada, en el mundo se reportarían más casos de depresión y estrés. Al igual que la Luna –como diría Sabines–, bailar quita el dolor de cabeza.

Una coreografía que conmocionó a los espectadores, al igual que las notas desprendidas por la partitura acompañante, fue estrenada por el Ballet Ruso el 29 de mayo de 1913 en el Teatro Campos Elíseos: La consagración de la primavera. Los atrevidos pasos ideados por Vaslav Nijinsky, aunados a la música de Igor Stravinsky, que dio voz propia a las percusiones e innovó la forma de estructurar la armonía y el ritmo, detonaron el escándalo. Carl Van Vechten, en su libro Música después de la guerra, asegura: “Una parte del público quedó pasmada ante lo que consideraba un intento blasfemo de destruir la música como expresión de arte y comenzó a silbar […] Algunos que gustábamos, comenzamos a vociferar en tono de protesta […] Los bailarines, totalmente fuera de ritmo por el tumulto que causaba el auditorio, danzaban al compás de una música que trataban de imaginar […] A un crítico le arrancaron el cuello de la camisa […] Stravinsky detenía a Nijinsky para que no saltara hacia el público a repartir golpes […] En el intermedio, Rodin fue a abrazar a Nijinsky porque había encarnado sus sueños.”

Celebrada este año por cumplirse cien años de su estreno, esta obra, construida en dos actos, La adoración de la tierra y El sacrificio, fue retirada del repertorio de la compañía rusa, lo que sumió a Nijinsky en una profunda depresión que lo llevó a estar internado en un hospital psiquiátrico por treinta y un años. Su arte no había sido comprendido; se adelantó a su época. Basada en ritos paganos de la antigua Rusia, la Consagración “está hecha como una restricción al cuerpo; limita los recursos del bailarín y lo obliga a expresarse con una increíble disimetría”, aseguró Millicent Hodson en un documental difundido por Canal Once. Hodson rescató lo que pudo de la coreografía original y la montó al Joefrey Ballet; al igual que Nijinsky, logró que los intérpretes de los adolescentes y la elegida –quien bailaría hasta “morir”–, se desplazaran y brincaran con la cabeza ladeada hacia uno de sus hombros y los pies encontrados, una blasfemia para los ejecutantes acostumbrados a la abertura de la pierna desde la ingle. “Es difícil saltar en esa posición y eso provoca que se sienta el ritual, la lucha que se está pasando […] ¿Por qué permitieron que se perdiera la obra? Probablemente por dudas de Diaghilev –empresario del ballet–, porque el cambio en los lineamientos del cuerpo era radical.” En la última danza, la elegida agita desesperadamente los brazos sobre su vientre y salta con las piernas encogidas mientras sus trenzas percuten repetidamente sus hombros. Ese final y la antisimetría corporal requerida en la ejecución se convirtieron en un parteaguas en la historia del ballet: el neoclásico hacía su aparición en el escenario.

Después de Nijinsky, otros coreógrafos han montado la obra con su propio lenguaje, destacando, entre ellos, Mary Wigman, representante del expresionismo alemán y quien, “embrujada por esa música, a la vez mi infierno y mi paraíso”, en 1957 la montó a la compañía de danza de la Ópera de Berlín. Decidió colocar un plano inclinado circular en el foro, con el objetivo de que el público observara a todos los bailarines, principalmente a la elegida al tratar de zafarse de la gruesa cuerda atada alrededor de su cuerpo.

La creadora Pina Bausch, cuya compañía, el Tanztheater Wuppertal, tuvimos la oportunidad de ver en México en los años setenta, cuando presentó Café Müller, y Claveles en los ochenta, al referirse a la composición cumbre de Stravinsky, declaró: “No tengo palabras para ella… es demasiado poderosa y sólo tengo mi danza”, montada en 1975 y que resultó tan monumental como la música. Las bailarinas del Tanztheater no necesitan maquillaje, ni fijarse el cabello con gel, spray o limón para verse poderosas corporalmente y frágiles internamente: bastan sus desplazamientos y los gestos de temor ante un trapo rojo, símbolo del sacrificio, que avientan como si quemara su piel. La elegida –Ruth Amarante ha sido una de las mejores intérpretes de ese papel–, al final se convulsiona, se tapa el rostro con las manos, solloza y repite varias veces un fuerte movimiento de brazos, torso y cabeza del centro del cuerpo hacia el frente –el cual detona en el público angustia y éxtasis–, hasta caer al piso. Como la historia de la citada coreógrafa alemana, la elegida muere para renacer en la memoria colectiva.

En México, a manera de tributo, este año dos compañías han ejecutado la obra aludida: Delfos y el grupo canadiense dirigido por Marie Chouinard. La primera presentó la coreografía de Claudia Lavista y Víctor Ruiz en julio, acompañada por la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México. Aun cuando esta pieza danzaria trasladó –e innovó– el rito ancestral al mundo contemporáneo, los movimientos, brincos y clavados sobre el sillón-inconsciente colectivo, dejaron ver lo primitivo de la conducta humana.

Orgánica y visceral, con una estética que valora el aspecto sexual, en agosto pasado se presentó la coreografía de Chouinard. Quien pueda viajar a Suiza en diciembre podrá admirar, quizá, la última puesta en escena del año de la homenajeada composición, a cargo del Bejart Ballet Lausanne. Ya vendrán otras creaciones y la Consagración continuará bailándose, para no sentirnos perdidos.