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Doris Lessing: tan buena como los hombres, sólo que mejor
E

scritora, mujer de izquierda, Doris Lessing fue, hasta el último de sus días, una figura tan irreverente como intensa. Convencida de que su misión en el mundo era escribir, rechazó sistemáticamente los intentos de canonizarla en vida. “Todo lo que ocurre –escribió en Un paseo por la sombra– es que los admiradores y discípulos desilusionados atacan injustamente lo que antes habían venerado.”

Ajena a cualquier convencionalismo, franca y directa, de algún modo cínica, su escepticismo hacia los homenajes y honores fue radical. Cuando le comunicaron que había ganado el premio, contestó: ¡Oh, Dios! No me importa para nada. No puedo decir que me abruma la sorpresa. Y para marcar claramente su distancia agregó: Tengo 88 años y no pueden darle el Nobel a alguien muerto, así que probablemente pensaron que lo mejor sería concedérmelo antes de que muera repentinamente.

Doris Lessing llegó al Londres de la posguerra en 1949, a los 30 años de edad, con un hijo pequeño y 150 libras esterlinas en el bolsillo. En esa ciudad recuperó la manera infantil de ver y percibir las co­sas. Llevaba con ella el manuscrito de su primera novela, Canta la hierba, que, a diferencia de muchas de sus obras posteriores, no es autobiográfica. Nacida en Persia en 1909 y criada en Rodesia del Sur (hoy Zimbabue), dejaba tras de sí dos matrimonios, dos divorcios y dos hijos de su primera unión.

El tema central de Canta la hierba es una historia de amor entre un hombre negro y una mujer blanca y los tortuosos y sobrentendidos códigos de comportamiento de los colonos blancos. El editor le pidió que cambiara la trama y ella se negó a hacerlo por considerarlo una hipocresía. A pesar de ello, el libro fue publicado.

No fue la única ocasión en que algo así le sucedió. En sus inicios, Lessing fue presionada para que escribiera sobre temas con los que no estaba de acuerdo. Ella lo rechazó, a pesar de que necesitaba el dinero para sostener a su hijo. “Su opinión personal no cuenta –le reviró el director de un diario–; los periodistas deben saber escribir de manera persuasiva sobre cualquier cosa.” Lo mandó al diablo. Ella sabía desde muy joven que era una escritora.

Doris Lessing fue una mujer extraordinariamente libre. Los dos tomos de su autobiografía dan cuenta de ello sin nin­gún remilgo. Fue capaz de sentarse a trabajar cada día, de ocuparse de su hijo, de adaptar su vida a las circunstancias. Bebió generosamente y llegó a fumar 50 o 60 cigarrillos al día, hasta que finalmente lo dejó. Fue lejos en el terreno de la libertad sexual. Su estilo de vida pudo haber sido juzgado como decadente, corrupto, incluso degenerado. No le importó. Por el contrario, batalló cada día para ganarlo y conservarlo.

Amó, disfrutó y padeció a los hombres con especial intensidad, en un plano de absoluta igualdad. Pero hizo su vida al margen de ellos, con ellos, a pesar de ellos o contra ellos. “No hay nada más estúpido –decía sin rencor alguno– que una mujer que tiene necesidad de un hombre; es decir, de un hombre para tenerlo y conservarlo.”

Distante de cierto feminismo, reivindicó siempre la femineidad. “Adorable Francia –escribió–, que ama a sus mujeres, les da confianza en su femineidad ya desde el momento en que son niñas pequeñas.”

En El cuaderno dorado, publicado en 1962, abordó la guerra de los sexos con una audaz estructura narrativa, con la que buscó mostrar cómo dividir la vida en estancos es peligroso y ocasiona problemas. Para ella, vivir a través de grandes dicotomías trastorna y obliga a una categorización irreal de la realidad; estimula las diferencias en lugar de las semejanzas.

La novela conquistó lectores poco a poco. Las primeras críticas no le fueron favorables. Sin embargo, muchas mujeres vieron en el libro una historia convincente y estimulante sobre sus propios asuntos pendientes, un retrato fiel de sus actitudes intelectuales y emocionales. La obra se convirtió en la Biblia del movimiento feminista. No obstante, Lessing rechazó esta apropiación de su novela. “Tengo objeciones cuando las feministas reclaman sus libros para ellas –escribió–; no están escritas sólo para mujeres.” El hecho fue la constatación de que el sino de su vida fue relacionarse con quienes dan por sentado que pensaba lo mismo que ellos.

Simpatizante primero y luego afiliada al Partido Comunista Británico hasta 1956, fecha en que rompió con la organización y con la doctrina, Lessing se volvió comunista en un momento en que ese proyecto político resurgía de entre tormentas de sangre y fuego, de balas y explosiones, iluminado por las bengalas de la esperanza. Ella vive un ambiente en que ser comunista proporciona la sensación de que el mundo depende de ti, de tus amigos, de gente como tú repartida en todo el mundo. Se sentían responsables del mundo. Los militantes asumían que sus opiniones eran de una importancia aniquiladora. Eran parte de una minoría que sentía tener la razón. Sin embargo, se cansó de su dogmatismo, engreimiento e ineficacia.

Pese a ello siguió participando en campañas contra las armas nucleares y el apartheid sudafricano. Pero siguió buscando. Objetó que todo aquel que no suscriba la creencia de que la sociedad humana está destinada a mejorar en lo material es tratado como imbécil y cobarde. Leyó los clásicos de Oriente para obtener una guía. Descubrió que en el mundo había creencias e ideas de las que apenas tenía noticia. Años después encontró en la mística sufí y en el maestro Idries Shah su vida de verdad.

Para tratar de resolver la traumática llegada de su madre a vivir con ella en Londres, durante tres años tuvo sesiones dos o tres veces por semana con una terapeuta jungiana, especialista en desbloquear artistas que no producían. Era algo poco común en aquella época en Inglaterra y absolutamente vedado para los comunistas, que lo consideraban reaccionario. Aunque detestaba las etiquetas, a lo largo del tratamiento fue, alternadamente, Electra, Antígona y Medea.

La intensa y productiva vida y obra de Doris Lessing le la razón a D.H Lawrence: las mujeres son tan buenas como los hombres, sólo que mejores.

Twitter: @lhan55