Opinión
Ver día anteriorMiércoles 20 de noviembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Desde arriba, ¿Francisco renovará la Iglesia?
L

os cambios institucionales y de estructuras como en la Iglesia católica no son tareas sencillas ni fáciles de aplicar. La teoría de los cambios institucionales sea en gobiernos, partidos y empresas, se sustenta en la capacidad de adaptación de las organizaciones a las diferentes transformaciones que sufra el entorno y las particulares circunstancias internas y externas, así como la herencia e identidad, que inciden en la interacción de las fuerzas que desean cambios y aquellas que se oponen.

La Iglesia católica ha experimentado cambios a lo largo de toda su historia de más de 2 mil años de existencia. La capacidad de adaptación del cristianismo ha sido notable, no sólo a las diferentes culturas, sino que ha pasado diferentes civilizaciones. La globalización contemporánea confronta a la Iglesia no por disputas políticas ni ideológicas. El centro de la confrontación se mueve en el terreno de la cultura y de las identidades. La Iglesia y muchas otras religiones enfrentan quizá uno de sus mayores retos, pues se oponen a una cultura secular, que promueve pluralidad y tolerancia, desdeña los privilegios de antaño, lo que desemboca en una mayor diversidad cultural y la pluralidad religiosa. La actual cultura secular, a través de la laicidad, limita el uso político con que contaron las iglesias en el pasado, que inducían a los gobiernos, a la clase política y los partidos a privilegiar y poner sus intereses en la agenda pública.

En el siglo XX diversas corrientes religiosas radicalizaron su mensaje, confrontándose en diversos campos. El fundamentalismo conservador cristiano promovió el regreso a la literalidad de la Biblia y promovió regresiones, como el creacionismo. El islamismo convoca a una yihad o guerra santa contra los valores occidentales. El catolicismo con Ratzinger –intelectual de cabecera primero de Juan Pablo II y después como papa– desencadena una confrontación contra los valores y prácticas de la sociedad moderna en temas de sexualidad y moral social, como matrimonio, homosexuales, etcétera. La Iglesia colisiona con la cultura moderna con un saldo negativo, pues su discurso moralizador se desgasta. Benedicto XVI fracasa al pretender conmocionar a Europa para retomar la herencia cristiana como apuesta civilizatoria futura.

La crisis mediática global de la estructura religiosa, los escándalos de pedofilia clerical y encubrimiento institucional y las marcadas disputas internas en la curia ro­mana por el poder clerical, conducen a la Iglesia a transitar por una de sus crisis más profundas. En ese contexto se inscribe la renuncia inédita de Benedicto XVI y en ese contexto se comprende un cónclave en que los cardenales de todo el mundo tomaron un largo periodo para analizar la crisis interna y externa en las congregaciones y un breve lapso para determinar la entronización del sucesor pontifical en Mario Bergoglio.

Consideramos que los cambios institucionales de la Iglesia podrán tocar andamiajes estructurales y formas de gobierno hacia tesituras más colegiadas, pero difícilmente el corpus doctrinal, los dogmas y la identidad serán trastocados por ahora. Los cambios no vienen de abajo, de las bases ni de las raíces de las prácticas de los católicos. Es una necesidad fruto de una combinación de factores: una pérdida de capital moral ante la sociedad mundial y un desgaste interno de los actores, especialmente de los núcleos más conservadores. Los cambios han sido identificados por un sector influyente de la Iglesia que ha colocado a Francisco en la cima pontifical y apostaron mediante un mandato de cambio hacia abajo. Un proceso arriba-abajo. Sin embargo, no toda la Iglesia ni todos los grandes actores simpatizan con cambio de actitudes, discurso y formas diferentes de gobierno.

Por ello es importante observar la respuesta no sólo de los episcopados locales, sino de los diversos tejidos católicos compuestos por congregaciones religiosas, asociaciones y comunidades laicales, intelectuales, universidades y centros sociales católicos. Dicho de otra manera, los cambios son necesarios no sólo para la curia romana sino para las iglesias nacionales, que también requieren cambiar actitudes, formatos y prioridades.

El papa Francisco con toda delicadeza ha planteado que la Iglesia ya no puede seguir obsesionada con temas de condena moral en la sexualidad y las prácticas ético-culturales de la sociedad. El cuestionario para el Sínodo de la Familia, a pesar de inercias, es buen ejemplo de mayor apertura. El Papa, es claro, no se propone cambiar los fundamentos doctrinales tan estropeados, pero si en los énfasis. Reabre la agenda de la justicia social y de los derechos humanos que tanto prestigio le otorgó a la Iglesia en América Latina. Sobre todo, enfatiza en la agenda pastoral que la Iglesia recupere una actitud misionera perdida y de acercamiento sutil con la feligresía, sobre todo popular, que año con año emigra hacia otras ofertas religiosas particularmente neopentecostales.

Si se operara un proceso cambio entre las pinzas, de arriba-abajo y abajo-arriba; es decir, de cambios estructurales en la cúpula vaticana y cambios efectivos en la iglesias locales, se podría pensar en verdaderas transformaciones a mediano plazo en la vida de la Iglesia. Quedaría trunca toda iniciativa que viniera de arriba y que no encontrara resonancia local o un débil eco entre un clero que se conforma con las inercias y el confort. Los laicos tienen en Francisco una interpelación, dejar su clericalización y sumisión. Deben salir de su capilla y aportar su experiencia secular y sacudir la mediocridad placentera en que está sumido el clero. Los intelectuales católicos, aun aquellos que están en una obligada diáspora, deben ser más osados e incisivos en sus análisis y propuestas. Las mujeres y religiosas no desfallecer hasta colmar sus legítimos derechos de equidad y reconocimiento en una estructura eclesial compuesta de varones ancianos. Los jóvenes aportar toda su experiencia tecnológica y nuevas maneras de entender la realidad y abrir al clero de su provincianidad parroquial. Los homosexuales también.

Francisco no puede solo. Al reordenar las finanzas de la Iglesia trastocó los intereses de la mafia italiana que no ha tardado en amenazarle. ¿Usted cree que los sectores conservadores católicos que ha detentado el poder en los últimos 50 años le dejarán las manos libres a Francisco?