Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 24 de noviembre de 2013 Num: 977

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El Premio FIL a
Yves Bonnefoy

José María Espinasa

Artigas en el cuarto
de los espejos

Alejandro Michelena

El asesinato de
Roque Dalton

Marco Antonio Campos

Cambio de armas
Esther Andradi entrevista
con Eva Giberti

La aventura artística
de Philip Guston

Eugenio Mercado López

Philip Guston,
del muralismo
al cartoonism

Gonzalo Rocha

Diego y Frida,
una pareja mítica

Vilma Fuentes

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Columnas:
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Artigas en el cuarto de los espejos

(a dos siglos de las Instrucciones del año 1813)

Alejandro Michelena

El año que corre se cumplen dos siglos de la convocatoria de José Gervasio Artigas a los pueblos de la entonces Banda Oriental (hoy Uruguay y parte del sur brasileño), para que enviaran sus representantes a la asamblea que tuvo lugar en el paraje llamado De las Tres Cruces (hoy un barrio céntrico de Montevideo). En esa reunión se eligieron los congresistas que por la provincia participarían en el Congreso convocado en Buenos Aires con la finalidad de establecer la Constitución del nuevo Estado. Lo más del encuentro fueron las instrucciones que dio Artigas a sus delegados, conocidas como Instrucciones del Año 1813. En perspectiva de tiempo, el documento era el más avanzado de América del Sur en aquel momento, en cuanto a la reivindicación de los valores republicanos y democráticos, cuando todavía algunos referentes de la Revolución de Mayo pensaban en la conveniencia de establecer una monarquía constitucional.

En lo que va de 2013 se ha hablado y escrito mucho, evocando estas “instrucciones”. En nuestro caso, preferimos abordar la figura de Artigas desde un ángulo distinto: las representaciones iconográficas que procuraron mostrar su imagen.

El hombre frente al mito

Es necesario ubicar a Artigas en su tiempo y circunstancia. Ha sido mitificado, de modo similar a otras grandes figuras de aquel momento, y por mucho tiempo fue difícil verlo en su humanidad. Por eso apelamos al título de uno de los historiadores que comenzaron a roer el bronce que lo encorsetaba: El hombre frente al mito, de Alfonso Fernández Cabrelli.

Artigas nació en una de las familias más antiguas de San Felipe y Santiago de Montevideo, pero pasada su niñez habitó muy poco en aquella ciudad amurallada que fue una verdadera fortaleza militar construida para proteger el territorio de las pretensiones portuguesas, y un excelente puerto le disputó a la capital del Virreinato el lugar preferencial en el comercio de la región con la metrópoli hispánica con el mundo. El joven José Artigas, enviado por la familia a cuidar sus extensos campos al norte de la Banda Oriental, prefirió la vida libre de tropero de ganado, alternando con los habitantes de aquella región agreste. En su largo periplo por todos los confines convivió con los gauchos que poblaban la pampa ondulada de este lado del Río Uruguay, siendo uno más en las tareas de rodeo y doma, y compartiendo los fogones con el mate, la caña y el asado con cuero. En ese ambiente comenzó su liderazgo natural, que se extendió a pueblos originarios de la región, como los Charrúas y los Guaraníes, con los que convivió por períodos, que le fueron fieles hasta el final de su vida política. Puede parecer extraño que Artigas se dedicara por mucho tiempo del contrabando de productos desde y hacia los territorios portugueses que hoy forman Brasil, pero era un modo de vida  normal en ese contexto; lo hacía por encargo incluso de su padre y tíos, pues tal actividad era aceptada y aprovechada por el núcleo dirigente de Montevideo. Y más tarde las jerarquías coloniales lo convocaron para integrarse al cuerpo militar encargado de combatir el contrabando, los Blandengues, aprovechando su conocimiento del territorio y de su gente.

Esta peculiar parábola existencial fue transformándolo, gracias a sus cualidades de mando y visión, en el caudillo natural de la región, lo que explica su rápido cambio –hacia el año 1811– de revistar en las tropas de élite coloniales a encabezar la rebelión en toda la Banda Oriental.

Mientras tanto, como bien lo ha probado en los años más recientes –con profusión de documentos en la mano y estilo atractivo– el historiador e investigador uruguayo Nelson Caula, en su monumental obra en tres tomos, Artigas Ñemoñaré, el hombre Artigas en el curso de esa vida nómada, antes y durante la lucha independentista, tuvo varios y sucesivos amores con mujeres de características muy diversas, poco relacionables todas con el perfil de dama de buena sociedad de entonces, dejando muchos hijos y numerosa descendencia.

Por otra parte, y aunque parezca contradictorio con lo dicho antes, su compleja personalidad le permitió ser, como bien se ha apuntado, un “hombre de dos mundos”, capaz de moverse con soltura en sus contadas incursiones en los salones de Montevideo, y de reflexionar sobre el destino de estas tierras.


Artigas en el billete uruguayo de 50 nuevos pesos (1988)

Dos básicas influencias intelectuales lo animaron: la utopía franciscana, originada en sus primeros años bajo la égida de esa orden religiosa, donde seguramente se fue moldeando su preocupación posterior por la justicia social, plasmada en el año 1815 en su Reglamento de tierras, donde se plantea una verdadera reforma agraria a partir de la célebre frase: “Que los más infelices sean los más privilegiados.” La otra incidencia, de madurez, le vino de parte de la Revolución estadunidense, que pudo conocer a través de libros y documentos de circulación casi clandestina; de ahí le viene la concepción federal de gobierno, por la que luchó siempre.

Combatido por la élite gobernante en Buenos Aires y por los portugueses, tuvo tiempo de hacer acuerdos con las provincias afines y conformar la Liga Federal, que integraron junto a la Banda Oriental las actuales provincias argentinas de Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Corrientes, además de las Misiones que hoy son parte del territorio brasileño. La Liga Federal duró poco y pronto vino la reacción y la derrota militar de Artigas, quien buscó refugio en Paraguay, país entonces ya autónomo, donde se afincó para no volver. Una vez independiente el Uruguay, hubo invitaciones para su retorno, pero el caudillo se negó a volver. No reconocía en el nuevo país su idea federal de nación.

El rostro de Proteo

El modo en que ha sido visualizado Artigas ha dado lugar a versiones desmesuradas que no guardan ninguna relación con lo que pudo ser el hombre de carne y hueso. Pareciera que esas máscaras artísticas del prócer no ayudan mucho a convocarlo y a conocerlo, pero nos remiten de manera privilegiada al pensamiento y el ambiente cultural en que fueron plasmadas.

En relación al personaje de Hamlet –tal vez el más conocido de los creados por el genio de William Shakespeare– George Steiner sentenció alguna vez que son muchos en realidad los Hamlet: el que concibiera el autor en tiempos isabelinos, pero también el romántico del siglo XIX, el psicoanalítico a partir de Freud, un Hamlet existencialista en mitad del siglo XX, y hasta uno de talante postmoderno más cercano a nuestros días. Algo parecido sucede  con las visiones conceptuales o iconográficas que tenemos sobre los personajes históricos. Porque toda historia es, además, interpretación o “lectura” de acontecimientos del pasado, y la mejor y más creíble de ellas es la que plantea un panorama más objetivo, que de todos modos no dejará de estar teñido de mucha subjetividad, y de la mirada peculiar de quien la trasmite.

Las imágenes de Artigas –en dibujos, acuarelas, óleos o bronces– se parecen a las que podemos experimentar  todos al entrar en el clásico cuarto de espejos de un parque de diversiones. Son múltiples, diferentes, a veces contradictorias, a veces confluyentes; remiten a la misma persona pero enfatizando ángulos muy diversos. En última instancia, entre todas enriquecen un bosquejo ideal del personaje, pero tomadas de una en una nos impulsan a quedarnos con la versión –ideológica– que esconden entre sus pliegues.

Pero dejemos las generalidades y vayamos a la más notoria de ellas: las que nos legó el pintor Juan Manuel Blanes en sus cuadros, y concretamente en su tan conocido Artigas en la puerta de la Ciudadela. Recordemos que cuando acometió la tarea de representarlo era en cierta forma el artista oficial de la sociedad y el Estado uruguayo. Y pertenecía a una generación que se vio en la tarea de apuntalar la idea de nacionalidad mediante algunos mitos fundantes; ante la leyenda negra sobre Artigas –que lo hacía ver como un bandido– ellos presentaron una imagen idealizada, casi sobrehumana. La perspectiva de Blanes es complementaria, estrictamente, con el poema de Juan Zorrilla de San Martín “La leyenda patria”.

El perfil griego que le dio no corresponde ni con las descripciones escritas –que son varias– ni con los dibujos que viajeros hicieron teniéndolo enfrente (sobre todo en su vejez, en Paraguay). Todos esos testimonios coinciden en destacar su marcado perfil aguileño, pero resulta que a través de Blanes las generaciones posteriores se hicieron una idea muy diferente de la nariz del Jefe de los Orientales; una nariz inventada de acuerdo con parámetros académicos forzosamente neoclásicos. El prócer luce en su vestimenta prendas que nunca usó, y está parado sobre un pue uruguante levadizo que la Puerta de la Ciudadela de Montevideo nunca tuvo (porque comunicaba con la ciudad y no con extramuros).  En definitiva: el Artigas de Juan Manuel Blanes corresponde más a los criterios del racionalismo doctoral de la Generación del 80, con su confianza en una democracia regida por élites esclarecidas e ilustradas, que a cualquier realidad.

Otras imágenes


Juan Manuel Blanes, Artigas en la Ciudadela

No faltó el viajero despistado que, luego de haber visto fugazmente al héroe en su madurez, muchos años después lo pintó de memoria con una gran pelada que ni siquiera en los últimos años tuvo, junto a un árbol imposible en estas regiones en las primeras décadas del siglo pasado, ataviado como un hacendado mexicano de los alrededores de Guadalajara... Esta es sin duda la típica versión del gringo distraído, aquel que confunde –a lo Hollywood– tango con flamenco (como sucedía en aquella película de Rodolfo Valentino, Los siete jinetes del Apocalipsis).

El siglo XX trajo –desde el punto de vista iconográfico– imágenes diferentes. Hubo en realidad de todo: el estereotipo neoclásico siguió siendo fatigado por los escultores académicos, pero no faltaron, por ejemplo, las cabezas de Artigas vanguardistas, que respondían a las inquietudes estéticas de los artistas y a las corrientes que ellos frecuentaban en ese momento. No estuvo ausente tampoco la perspectiva monumental inspirada en el realismo socialista, que lo concebía como líder proletario con gesto adusto de jacobino.

Al arte lo que es del arte

Algún lector reflexivo y conocedor quizá pueda hacer reparos a lo que venimos planteando con el argumento –válido– de la libertad creativa de todo artista para presentar a su personaje. Estamos de acuerdo con él... cuando de arte se trata. Es muy cierto que ante la imponente cabeza de Balzac realizada por Auguste Rodin, poco importa ya la verdadera faz del escritor francés. Este es un caso paradigmático de cómo la mano genial del escultor logró plasmar de su modelo la imagen esencial, los trazos fundamentales. Esto es verificable en muchísimos otros ejemplos, incluyendo en la lista –con justicia– algunas caricaturas de Hermenegildo Sábat, de Abel Quesada o de Levine.

Muy otra cosa es la “versión” de Artigas en manos de Juan Manuel Blanes, donde más que talento hay buena técnica y bien digerida academia. Blanes no captó en su cuadro la verdad del héroe, sino que apenas trasmitió su idea –o la idea de ciertos intelectuales de su tiempo– sobre él.

Y lo mismo podemos decir del más central y emblemático de los monumentos levantados en memoria de José Artigas: el ubicado en la Plaza Independencia de Montevideo en la primera década del siglo pasado. Lo realizó el italiano Angel Zanelli –triunfador en  polémico concurso, donde quedaron atrás proyectos espléndidos como el presentado por el artista uruguayo Juan José Ferrari– recreándolo casi como un condotiero del Renacimiento… A esta obra hizo referencia el cronista argentino Florencio Escardó en los años cuarenta, mencionando lo que llamó su “tragedia de exotismo”, y comparándola con otras que en Buenos Aires corrían peligro de transformar a los integrantes de la Junta de Mayo de 1810 en una asamblea de “titanes del Valhalla wagneriano…”