Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 24 de noviembre de 2013 Num: 977

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El Premio FIL a
Yves Bonnefoy

José María Espinasa

Artigas en el cuarto
de los espejos

Alejandro Michelena

El asesinato de
Roque Dalton

Marco Antonio Campos

Cambio de armas
Esther Andradi entrevista
con Eva Giberti

La aventura artística
de Philip Guston

Eugenio Mercado López

Philip Guston,
del muralismo
al cartoonism

Gonzalo Rocha

Diego y Frida,
una pareja mítica

Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Rodolfo Alonso
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Aprender en la universidad

Germán Iván Martínez


Escribir, leer y aprender en la universidad,
Una introducción a la alfabetización académica,
Paula Carlino,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2013.

Parece obvio que el acceso al conocimiento depende de nuestra capacidad de aprender, pero se dice poco respecto a que dicha capacidad se adquiere gradualmente, con esfuerzo, dedicación y constancia. Paula Carlino, en su libro Escribir, leer y aprender en la universidad nos recuerda que el acceso a una especialidad, esto es, a un campo específico del saber humano, depende de una alfabetización académica, que no es otra cosa sino una iniciación en las prácticas discursivas propias de una disciplina y éstas, dice Howard Gardner en Las cinco mentes del futuro, “son una manera característica de concebir el mundo”.

En su texto, Carlino critica la actitud de muchos docentes que monopolizan la palabra y reducen a sus estudiantes a simples receptores. Esta centralidad del maestro, este protagonismo, es algo que aún priva en muchas aulas universitarias y repercute negativamente en el aprovechamiento académico y rendimiento escolar de los alumnos; éstos, presas de las interpretaciones de los docentes, se hallan condenados a memorizar un saber que no construyeron y a repetirlo después, aun sin haberlo entendido.

Al denunciar el desencuentro entre lo que los profesores esperamos de los alumnos y lo que ellos logran en el nivel superior, Paula Carlino invita a los estudiantes a recuperar su protagonismo. Y es que al planear la clase, prepararla, diseñar las actividades de enseñanza, aprendizaje y evaluación, identificar la finalidad de la materia, conocer sus propósitos u objetivos, elaborar material didáctico, etcétera, el que más aprende es… el maestro. De lo que se trata hoy día es que sean los estudiantes quienes desplieguen la mayor actividad intelectual posible y con ello aprendan, a pesar de la inexperiencia, la poca pericia o el amplio conocimiento del docente.

Escribir, leer y aprender en la universidad es una exhortación a cuidar los procesos y las prácticas discursivas de los alumnos con el objeto de que participen más activamente en las sesiones y lo hagan, además, más sólidamente; al comprender mejor lo que leen y expresar mejor por escrito lo que han asimilado. Para Carlino, la lectura y la escritura son dos de las actividades intelectuales más formativas que existen; pero escribir, asegura, “es uno de los ‘métodos’ más poderosos que existen para aprender”. De ahí la necesidad, y hasta la urgencia, de que ambas actividades deban considerarse en todo trayecto formativo en la Educación Superior.

Guiar a los estudiantes hacia la cultura de lo escrito implica ayudarlos a conocer mejor la disciplina que estudian y de la que ya forman parte, también coadyuva a lograr una plena identificación con ella. Desde luego, se relaciona con que los docentes trabajen a su lado para que puedan comprender, reflexionar, cuestionar, proponer, argumentar, defender, innovar y crear su propio conocimiento. No es tarea fácil. Para lograrlo es preciso que los maestros se ocupen de la lectura y escritura que realizan sus estudiantes y lo hagan, además, trascendiendo la revisión algunas veces somera y otras rigorista y fastidiosa que se queda sólo en la ortografía y la sintaxis. Es necesario aprender a advertir cómo la escritura incide sobre el pensamiento y cómo éste puede encontrar un excelente vehículo para expresarse a través de aquélla. Se trata, en palabras de Ignacio Pozo, de pasar del aprendizaje de la cultura a la cultura del aprendizaje. En ésta, la lectura y la escritura (independientemente de sus formas y medios) han de ser fundamentales.

Nada pierden los docentes y sí pueden ganar mucho si promueven entre sus estudiantes la elaboración de síntesis rotativas de clase, monografías, guías de lectura, resolución de cuestionarios sobre los temas abordados, ensayos (históricos, literarios, científicos, críticos, etcétera), resúmenes y ponencias para efectuar exposiciones. A final de cuentas, quien se ha situado ante la inmensidad de una hoja en blanco comprende bien que escribir implica leer dos veces… y también pensar por escrito.


Paisaje primigenio

María Baranda


Vórtice,
Armando Alonso,
INBA/Conaculta/ Ediciones Eternos Malabares,
México, 2013.

La escritura de Armando Alonso sucede en un tiempo abierto, tiempo esférico, sanguíneo y arenoso, tiempo que gira dentro de un sonido que todo lo crea. Su palabra es sonora, cadenciosa, álgida luz que se abre ante nosotros gutural y memoriosa. Porque Armando Alonso mira el paisaje que lo rodea para decir lo que fue suyo y lo palpa como un grito encendido que erosiona la tierra, hurga en el cielo y brota como una fuerza de alto voltaje. La suya es una poesía que plantea de un modo inigualable la propia realidad, un afuera que ilumina sus páginas como si fueran mares desplazados a otros sitios más cercanos al asombro primero, a ese lugar de azoro que le da sentido a la vida misma. El poeta busca en el borde, en la orilla del mundo, el suyo propio, y encuentra la noche absoluta como si fuera un sol húmedo que arrebatara cada una de sus pesadillas para incendiarlas y así poder mirar, mirar hacia adentro, y penetra a fondo para nombrar las situaciones límite donde se confronta en un pasado que es presente y porvenir a la vez: “Tu pueblo se hace pequeño en los recuerdos y la bruma te persigue entre las calles rojas, el deseo se multiplica en los ojos de un perro mojado por la nostalgia, herido por el anhelo de una raíz que te fije a cualquier lado, tu pasado dicta la ruta en la esperanza de un destino, de su madeja germinan los vestidos de luces que opacará la sangre en el ruedo. El presente se encarga de soplar tus trazas en el mapa.”

Un mapa que abre las perspectivas de la vida, donde se canta una y mil veces necesarias para encender la devoción de la sangre, como lo quiso López Velarde, en esa tinta diluida entre los siglos y la oscuridad de otras sombras que nos recuerdan quiénes somos y de dónde venimos. Porque la escritura de Armando Alonso de tan suya, es siempre nuestra.