Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 1 de diciembre de 2013 Num: 978

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La poética de
Juan Gelman

Juan Manuel Roca

Festival Internacional
de Teatro Puebla
Héctor Azar

Miguel Ángel Quemain

Las calles, los teatros
Miguel A. Quemain

Puebla, de tradición
teatral novohispana

Miguel A. Quemain entrevista
con Moisés Rosas

Manuel Acuña,
poeta mayor

Marco Antonio Campos

Ibargüengoitia y
el Día del Libro

Ricardo Guzmán Wolffer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
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Cinexcusas
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Directorio
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Enrique López Aguilar
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Jaime Sabines (III DE V)

Si, en los años cincuenta, Juan Rulfo había logrado concentrar un lenguaje “rural” que se había agotado en la novela indigenista y revolucionaria, volviéndolo una entidad viva y novedosa, plena de contactos con los modos de otras escrituras; si Rulfo mostró que su sincretismo estilístico y la complejidad estructural de Pedro Páramo y de muchos de sus cuentos no eran un obstáculo para alcanzar la sensibilidad de los lectores, la poesía de Sabines parecía responder a un impulso semejante: la espontaneidad del poema, la visión de la mujer, de la sexualidad, del amor, de la pérdida y de otros temas entrañables del ser humano, se convirtieron –en manos del poeta chiapaneco– en flecha que llegaba rápida y sencillamente al blanco de los lectores. Era como si, desde los sesenta, el público hubiera estado buscando a un poeta como Sabines: directo, portavoz de muchos, poseedor de un estilo seductor, creador de imágenes y metáforas comprensibles… Por fin, un poeta que tuviera “cara de Juan cara de todos” y amplificara y devolviera con su voz lo que todos sienten.

El programa del desarrollo estabilizador, aplicado entre los sexenios de Manuel Ávila Camacho y Gustavo Díaz Ordaz, confluyó misteriosamente con el ímpetu del movimiento estudiantil de 1968: después de ese año, la UNAM, universidad con una población de cien mil estudiantes, multiplicó su número a cuatrocientos mil, fenómeno que se reprodujo en otras instituciones de educación superior como el Politécnico y la Ibero, y tuvo que ver con la fundación de la UAM, hija del ’68. El crecimiento del estudiantado en el nivel superior se relacionó con la creciente explosión demográfica, con la idea burguesa de que ser licenciado o tener carrera universitaria era garantía de un futuro exitoso (lo cual había ocurrido entre los sexenios de Miguel Alemán y Díaz Ordaz) y con el abanderamiento de una nueva generación alrededor del ’68.

Lo importante es que esa población universitaria representaba uno de los porcentajes más altos de lectores potenciales del país y que llegó al umbral de los años setenta cargada con las aspiraciones de renovación propias del movimiento estudiantil. Esa generación de jóvenes lectores universitarios fue el semillero que derramó por el país la buena nueva de la poesía recién descubierta del poeta chiapaneco. Dicha coincidencia generacional, sumada al hecho de que Sabines hubiera publicado un recuento y recopilación de poemas recientes en 1962 con la editorial Joaquín Mortiz (una editorial con mayor alcance que las que lo habían publicado hasta antes de ese año) explica la circunstancia de que, primero, hayan sido los jóvenes universitarios los que bienhallaron y divulgaron la obra de un poeta que, en 1976, cumplía cincuenta años, edad sobradamente sospechosa para los parámetros sesenteros: “desconfía de todos los mayores de treinta años”.

El detalle de la edad, como muchos otros, no fue problema para los lectores de Sabines, quienes supieron perdonarle ese y otros defectillos. Antes bien, contra la escasa oferta editorial para el poeta chiapaneco, fue una costumbre que los jóvenes se pasaran, de boca a oído y de mano a mano, los libros o las fotocopias o las transcripciones manuscritas de poemas que, ya desde entonces, comenzaron a formar parte de una antología popular que arrancaba con “Los amorosos” y pasaba por todas las declaraciones de amor, deseo, tristeza, rabia, felicidad y dolor que Sabines siempre supo poner en ojos y labios de los jóvenes enamorados, o de quienes habían perdido a un ser querido, para darle palabra al que le faltara y consuelo y reposo a quien  lo requiriera. Lenta, pero inexorablemente, a partir de 1970 comenzó en esa nueva generación de lectores un contagio semejante al que tienen las nubes cuando va a llover, en el que los impulsos eléctricos, las ventiscas y la urgencia del agua se van pasando de nube a nube, fulgurantemente, hasta que todo el cielo se encapota como signo preliminar de la tormenta.

Después, ya en plena fama sabiniana, las cosas no cambiarían mucho para el poeta: cuando Mortiz se fusionó con Planeta, las obras que Octavio Paz tenía publicadas ahí fueron elegidas para incorporarse a ediciones masivas dirigidas a todos los países de lengua española, sobre todo después de haber recibido el Premio Nobel de Literatura; el caso de Sabines, en cambio, fue distinto: a pesar de que su obra poética se encontraba prácticamente completa en manos de Mortiz, nunca superó las proyecciones editoriales del ámbito mexicano.

(Continuará)