Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 1 de diciembre de 2013 Num: 978

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La poética de
Juan Gelman

Juan Manuel Roca

Festival Internacional
de Teatro Puebla
Héctor Azar

Miguel Ángel Quemain

Las calles, los teatros
Miguel A. Quemain

Puebla, de tradición
teatral novohispana

Miguel A. Quemain entrevista
con Moisés Rosas

Manuel Acuña,
poeta mayor

Marco Antonio Campos

Ibargüengoitia y
el Día del Libro

Ricardo Guzmán Wolffer

Columnas:
A Lápiz
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Naief Yehya
Artes Visuales
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Bemol Sostenido
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Paso a Retirarme
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La Jornada Semanal

 

Ibargüengoitia
y el Día del Libro

Ricardo Guzmán Wolffer

Treinta y tres años después de que iniciara la publicación de libros conmemorativos del Día del Libro, finalmente aparece uno donde el humor es punto central. Parece lugar común que el primer humorista mexicano, al menos para la oficialidad, lo sea el siempre disfrutable Jorge Ibargüengoitia. En esta buena colección, habrá quien encuentre humorísticos los textos del imperecedero Monsiváis (En Los mil y un velorios, incluido en esta serie en 2009) o sonría con Monterroso (La brevedad, en 2003), pero el resto de los escritores incluidos en esta selección muestra a quienes los editores les gustaría que fueran leídos, más que ver si en realidad lo son. Salvador Novo con sus poemas hirientes sería muy divertido, pero también políticamente incorrecto. Lo mismo sucede con Renato Leduc y sus rimas en contra de diputados y otros funcionarios. Hay otros autores que llaman al humor, pero no son tan “correctos” como Ibargüengoitia. Paz, Pacheco, Poniatowska y otros sin duda son lectura contemporánea. ¿Hasta dónde siguen vigentes, como lectura, no en la calidad de sus textos, Azuela, Kino, López Velarde y otros? Si dijeran en la edición que se trata del 30 aniversario del deceso de Ibargüengoitia, tal vez se comprendería la inclusión de este autor.

En todo caso, siempre es motivo de celebración el que Ibargüengoitia sea editado nuevamente. Más si es en un libro gratuito que se distribuye entre los consumidores de textos impresos (inició su circulación en la reciente FILIJ): se garantiza que tendrá nueva lectura entre distintas generaciones de las que vieron la aparición de sus obras. Dependerá de la preferencia del lector, pero las novelas de Ibargüengoitia también habrían funcionado en esta 33ª edición a favor de los libros. A diferencia de los libros de texto gratuitos, que se entregan en las escuelas y, por la falta de esfuerzo de los estudiantes para obtenerlos, conllevan un implícito alejamiento de los lectores a las bibliotecas y librerías, la reedición de Ibagüengoitia se entrega en la compra de otros libros: se premia a los lectores con otros textos. Quienes ya lo habíamos leído, aprovechamos para deleitarnos con la peculiar mirada de este mexicano intemporal.

Los cuentos (aunque se disfrace con formato teatral, “Cuidado con los arrecifes” es un cuento sobre la independencia nacional) y ensayos de Sálvese quien pueda son típicos del autor: son ingeniosos, tienen remate y son vigentes. Habla de las mujeres como individuos y como grupo, para intentar establecer si en verdad son diferentes de los hombres en todos los aspectos; o si, de pronto lo deja entrever el autor, son tan torpes como nosotros, pero nos culpan por ello. Si en 1975 era un tema que a más de uno le daba retortijones, la necesidad de que las mujeres sean protegidas en serio es tristemente vigente en un país donde los feminicidios llegan a niveles que en otros países ni siquiera se consideran verosímiles. El autor evita pasar a mayor violencia de la ejercida, supuestamente, en contra de su prima Cerrojo, a la que le aplicaba una llave para contrarrestar su mal comportamiento. ¿Que las mujeres se arreglan para conquistar hombres o agradar a su “dueño”? No, dice el escritor, lo hace para competir y ganarle a las otras mujeres. No faltan las mujeres que, dice, con el pretexto de ser oprimidas, son ellas quienes abusan de su condición: la víctima como ser opresivo, diría Bourdieu. Amén de mencionar que con ellas es difícil quedar bien: si no tienen trabajo, se les relega; si lo tienen, se les explota. Si el hombre está en la casa, es un mantenido; si es ella, está en su lugar natural: en ambos casos, serán “quejumbrosas”, dice el escribano.

Los niños no salen mejor parados en la narrativa humorística. En una supuesta autobiografía, retoma la propia infancia para recordar cómo al inicio de su carrera literaria sólo copiaba a otros autores para sorpresa de sus familiares. La educación sexual infantil antes era uno de los secretos mejores cuidados. En “Educación sexual”, sufre el niño por no saber y la madre por no quererle explicar. Cuando ya no hay forma de evitar tal esclarecimiento, ella pregunta: ¿entonces, ya no tengo nada que explicarte?; ante la negativa de él, ella agrega: mejor. Las diferencias temporales en la instrucción sexual familiar son palpables. Pero subsiste el tema del cine y su influencia en la “educación”. Con clara sorna, el autor nos explica cómo confundía a los actores con el personaje histórico. O cómo el cine había logrado instruirlo en la conducción de zepelines o submarinos militares y, lo más importante, a estar preparado para cualquier diálogo derivado de tales menesteres. No importaba que el espectador fuera un niño urbano en tiempos en que el avión había dejado atrás a tales objetos voladores. Esa “instrucción” también se da ahora, donde apenas de unos años a la fecha internet y los videos piratas han permitido que los Almada y demás producciones nacionales dejen de ser los verdaderos y exclusivos educadores rurales. Pero también  habla de los cines y su peculiar encanto arquitectónico, ahora perdido con las salas múltiples. Sin embargo, la mirada no deja pasar los hechos: en “Por aquí pasó la Agraria” se deja ver que, en el tema de la reforma agraria, poco sentido y explicación parecían tener los actos de las autoridades, donde lo mismo quitaban que devolvían tierras por su clasificación; y cómo era práctica habitual el cohecho, de ambos lados del litigio. Incluso comenta sobre el vestir masculino, donde el “corte español” se trataba de tener “la cintura en las tetillas”.

Este es un libro de cuentos que presenta ante las nuevas generaciones a un autor que no debe dejar de leerse, más allá de su eficacia literaria y de testimonio histórico, porque nos recuerda que la lectura debe ser entretenida. Una edición a la que lo único que podría reprochársele es el tiraje, que siempre resultará insuficiente en un país de lectores escasos.