Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 1 de diciembre de 2013 Num: 978

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La poética de
Juan Gelman

Juan Manuel Roca

Festival Internacional
de Teatro Puebla
Héctor Azar

Miguel Ángel Quemain

Las calles, los teatros
Miguel A. Quemain

Puebla, de tradición
teatral novohispana

Miguel A. Quemain entrevista
con Moisés Rosas

Manuel Acuña,
poeta mayor

Marco Antonio Campos

Ibargüengoitia y
el Día del Libro

Ricardo Guzmán Wolffer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
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Escándalo y sordina

Como bien se sabe, La vida de Adèle (La Vie d’Adèle, Francia/Bélgica/España, 2013), de Abdellatif Kechiche, con Léa Seydoux como Emma y Adèle Exarchopoulos como Adèle, con guión del propio director en coautoría con Ghalya Lacroix, fue la ganadora de la Palma de Oro en el más reciente Festival de Cine de Cannes. Exhibida primero en el undécimo Festival de Morelia, ahora es una de las veintidós propuestas fílmicas de la quincuagésima quinta versión de la Muestra Internacional de Cine que, como también es conocido, arranca en la Cineteca Nacional para más adelante llevar a cabo un largo periplo, primero en Ciudad de México y después en otras urbes.

Difícilmente la película llamaría la atención, y más duramente habría obtenido premios de prosapia, si la historia que cuenta hubiese sido protagonizada por una pareja heterosexual. Lo más probable es que hubiese quedado perdida en medio de la pléyade siempre renovada de películas que narran, de modos inevitablemente semejantes o paralelos, el primer encuentro y ulterior desarrollo de un vínculo erótico amoroso. Aquí, la diferencia fundamental estriba en que se trata de una pareja lésbica y, sumando factores al potencial/previsible/posiblemente calculado/menor o mayor prejuicio de la audiencia, en que una de las partes de dicha pareja es menor de edad.

Habida cuenta de un entorno cultural no necesariamente maduro –es decir abierto, incluyente, habituado a la tolerancia en el mejor y más pleno sentido de la palabra– pero sí hecho a la costumbre, así sea por simple reiteración, de que en su seno tengan lugar posturas y hechos que, aun perteneciendo a la órbita de lo privado, sufren algún grado de censura por el hecho simple de que se apartan de la norma; habida cuenta, pues, de que la nuestra es una sociedad más bien tendiente a la hipocresía, la vista gorda y el silencio incómodo, cuando no a la ignorancia deliberada y al soslayamiento jerarquizador de la diferencia –mi moral hasta arriba, la de los otros hasta abajo–, la exposición de una historia de amor lésbico aún conlleva una carga de mayor o menor escándalo, si bien posiblemente asordinado en primera instancia por cierta multiplicación mediática, sin importar en principio si es de orden aperturista o todo lo contrario, así como por la propia visibilidad que, en la vida de a pie, han alcanzado en nuestros tiempos los amores que son de otro modo, para decirlo con las palabras de un clásico.

Provocación convencional

Al tomar en cuenta todo lo anterior, la sensación que deja La vida de Adèle es más bien agridulce: el innegable convencionalismo de su trama se ubica en las antípodas del tratamiento dado a ésta, y algo similar sucede con el carácter de las personajes, que poco o nada tienen de convencionales, vale decir de miembros regulares o “normales” de una sociedad mayoritariamente hetero, misma que precisamente por esa razón mira lo que es narrado aquí con ojos dispuestos a la identificación de exotismos que, por supuesto, de ninguna manera lo son.

Quizá en esa contradicción radica la singularidad –y el mérito, premiable o no, según se vea– de la cinta: en instalar la diferencia, en este caso erótica sobre todo, más que amorosa, dentro de los agostados límites del bien conocido ciclo: deseo, encuentro, enamoramiento, desenamoramiento, desencuentro, ruptura y ausencia de deseo. Tal vez consciente de que la fuerza mayor de una historia con tales características, potencialmente débil, estriba menos en lo que se cuenta que en el modo de contarlo, Kechiche decidió que lo haría con profusión de pelos y señales, tanto literal como metafóricamente; de ahí que la cinta abunde en horizontalidades, pieles expuestas, contactos, deyecciones y salutíferos intercambios de fluidos corporales; de ahí también, muy posiblemente, la elección de un casting cuyo propósito no pareciera otro que el de brindar a los espectadores y las espectadoras –nunca mejor aplicada aquí la pormenorización genérica– un memorable taco de ojo.

De ahí, en fin, que no falte público cuya gazmoñería esté saliendo robustecida de las salas, o que para robustecerla ni siquiera le sea precisa la asistencia, pues –va de anécdota– hubo quien, a la entrada del cine, por azar le preguntó a este juntapalabras si la película “valía la pena”; habiendo tenido por respuesta un sincero “sí”, aquella persona quiso saber “de qué se trata”, pero al escuchar que era la historia de una pareja lésbica, se alejó diciendo: “ay, no, qué asco”