Ciencias
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Transgénicos: Que hablen los experimentos
A

Wallace Hayes, editor en jefe de la revista Food and Chemical Toxicology, envió el pasado 19 de noviembre una carta al profesor Gilles Éric Séralini en la que le solicita retirar su artículo –ya célebre– en el que el investigador francés y su equipo muestran que una variedad de maíz transgénico (NK603) provoca cáncer y muerte prematura en ratas. De no hacerlo, dice Hayes en su misiva, la publicación procedería a retractarse del citado estudio y publicaría una declaración. La advertencia del editor se cumplió el pasado jueves 28, ante la negativa de Séralini (expresada con el silencio) de renunciar a sus resultados y a las conclusiones que se derivan de ellos.

El artículo referido ha adquirido una importancia singular, pues para algunos se trata de la primera demostración científica de daños a la salud en seres vivos provocada por transgénicos (este es un punto muy importante, pues es indispensable diferenciar en el actual debate sobre los organismos genéticamente modificados los argumentos ideológicos y de otro tipo –a los que me referiré más adelante–, de aquellos que surgen de las pruebas científicas). La retractación de una revista del prestigio de Food and Chemical Toxicology, representa un golpe muy serio contra quienes se oponen a los transgénicos bajo el argumento de sus efectos adversos para la salud… Pero sería muy ingenuo pensar que esta historia termina aquí.

La declaración que hace la revista no tiene desperdicio, pues en ella se narra una historia que tiene los siguientes elementos: a) Se reconoce que el artículo de Serálini y colaboradores se publicó después de haber sido sometido a una evaluación de especialistas (revisión por pares) que lo aprobaron y recomendaron su publicación; b) Posteriormente, se recibieron algunas cartas al editor expresando preocupación sobre la validez de los hallazgos descritos en el artículo e incluso denuncias de fraude; c) La revista recurrió a un procedimiento –que reconoce no es muy frecuente– consistente en realizar una nueva revisión del trabajo mediante otro panel de expertos, solicitando además al autor presentar sus datos originales (datos brutos); d) El autor proporcionó a la revista todo el material que le fue solicitado, y e) Después de una revisión exhaustiva, el panel recomendó que el artículo debería ser retirado.

La declaración oficial de la revista señala que el editor en jefe no encontró ninguna evidencia de fraude o tergiversación de los datos; es más, afirma que los resultados no son incorrectos, e identifica (con absoluta precisión) como las causas que llevaron a retractarse del artículo el bajo número de animales en cada grupo del estudio y la cepa de ratas que fue seleccionada: Una mirada más a fondo de los datos en bruto reveló que no se puede llegar a conclusiones definitivas con esta pequeña muestra con respecto al papel tanto del NK603 o el glifosato (un plaguicida utilizado en el experimento), en lo que respecta a la mortalidad general o la incidencia de tumores. Dada la conocida alta incidencia de tumores en la rata Sprague-Dawley, la variabilidad normal no puede ser excluida como la causa de la mayor mortalidad y la incidencia observadas en los grupos tratados.

Las conclusiones de la declaración que hacen la revista y su editor en jefe ponen en charola de plata los elementos para la solución científica de este debate. Pero antes de proseguir, me voy a referir brevemente a algunos elementos extracientíficos de esta discusión.

Las reacciones de diferentes sectores de la sociedad ante los organismos genéticamente modificados (OGM) son indiscutiblemente elementos de la mayor importancia en el debate, pues tienen gran influencia en las políticas públicas referentes a la introducción de los OGM en la agricultura, e incluso en el desarrollo de los proyectos científicos a escala mundial.

Ya que este fenómeno está presente, podemos preguntarnos de qué está hecho, mirarlo a la cara. Pueden verse varios rostros: a) Los que están genuinamente preocupados y ven en los transgénicos un riesgo potencial para la salud y el medio ambiente, b) Los nacionalistas, que declaran que sin un grano puro no hay país ni raza, c) Los antimperialistas, que ven una conjura de las multinacionales encabezadas por Monsanto, Syngenta, y otras, e identifican a los interesados en la investigación en OGM como agentes del imperialismo o pagados por ellos, d) Los grupos anticientíficos que afirman que toda la ciencia es peligrosa (por lo tanto los científicos también) y que hay que regularla y preferentemente prohibirla –y apenas pueden ocultar sus similitudes con el oscurantismo religioso.

Dentro de esta gama, para quienes están genuinamente interesados en saber sobre los posibles efectos adversos de los transgénicos en la salud y están abiertos a la discusión, el trabajo de Séralini y la declaración de la revista tienen mucho sentido.

Si como dice el dictamen de la publicación en el trabajo de Séralini no hubo fraude y los resultados son correctos (aunque insuficientes) y fueron respaldados en una primera instancia por una revisión por pares, estamos ante una fuerte sugerencia de que una variedad de maíz transgénico puede tener efectos nocivos sobre la salud. los que piensan que la declaración de la revista es suficiente para eliminar esta sugerencia, actúan del mismo modo que los grupos extracientíficos. ¡Quienes tienen que hablar son los experimentos!

La solución es clara, para resolver este debate, al menos desde el punto de vista científico, se requiere hacer experimentos en los que se utilice un número mayor de sujetos en los diferentes grupos (que no requiera de malabares estadísticos) y en cepas de animales que no desarrollen tumores espontáneamente (definitivamente no la Sprague-Dawley empleada por Séralini), con eso se daría solución a un tema científico de la mayor relevancia en nuestro tiempo; y colateralmente, A. Wallace Hayes brincará de gusto o tendrá que presentar su renuncia.