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Honduras y honduras de América Central
L

a desintegración de los pueblos centroamericanos se demoró algo más que la de sus congéneres de América del Sur. Tras el asesinato de José Antonio de Sucre y la muerte de Simón Bolívar, la Gran Colombia dejó de existir (1821-30). Poco después, las Provincias Unidas de América Central estallaron en cinco pedazos (1823-38).

Frente a la política imperial que el secretario de Estado John Kerry acaba de calificar de superada (Doctrina Monroe, 1823), sólo México pudo, a duras penas, defender su integridad territorial. Porque en 1836 el imperio le arrebató Texas, y en 1848 la mitad del territorio nacional.

La voluntad política y el patriotismo impidieron que México tuviera su capital en Washington. Anhelo que, de todos modos, empezó a revertirse con la firma del Tratado de Libre Comercio (1994) y la subordinación al Comando Norte del Pentágono (por sus siglas en inglés USNC, 2002).

Implícitamente, la jurisdicción del USNC va del río Bravo a Tierra del Fuego. Así es que, para empezar, México y los países de América Central son vistos como área de seguridad nacional de Estados Unidos. De su seguridad nacional. Algo que a la distancia y en proyección luce más inquietante que los intentos de anexión de los países centroamericanos por el efímero imperio de Agustín de Iturbide (1821-23).

En 1781, cuando el gobernador Bernardo de Gálvez derrotó a los ingleses en la batalla de Pensacola (Florida), profetizó: El yanqui es un ser hipócrita, falso y desvergonzadamente rapaz. Las ideas del gobierno popular, de democracia y de comercio libre que proclama no tienen más objeto que desconocer los derechos de los demás, engañar al mundo con falsas promesas, y obtener provecho propio.

Sigue: Mammón es el Dios de la Nueva Fenicia o la Nueva Cartago de América, abigarrada mezcla de puritanos hipócritas, aventureros sin ley, demagogos audaces y mercaderes sin conciencia (Gregorio Selser, Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina, México, Ceama, tomo I, p. 45).

Gálvez no era populista ni demagogo. Era español, monárquico, y apenas contaba 21 años. Pero lo que importa subrayar es que en Pensacola luchó Francisco de Miranda, precursor de la emancipación hispanoamericana. Quien junto con el guayaquileño José María de Antepara publicará 30 años después en Londres el libro South American emancipation.

Por los caminos misteriosos del Señor, la obra de Miranda y Antepara llegó a manos del constitucionalista hondureño José Cecilio del Valle. Del Valle creía prematuro el proyecto de emancipación. Sin embargo, el impacto continental del Grito de Dolores le hizo cambiar de opinión.

A finales de 1810, Del Valle postuló la creación de una Confederación Hispanoamericana. Y en 1821, al tiempo de celebrar la independencia de México, se opuso a que Guatemala, su patria amada (que incluía a Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica), fuera anexada al imperio de Iturbide.

Escribió Del Valle: “… la identidad de sentimientos no produciría los efectos de que es capaz, si continuaran aisladas las provincias de América sin acercar sus relaciones, y apretar los vínculos que deben unirlas… Chile ignora el estado de Nueva España, y Guatemala no sabe la posición de Colombia. La América se dilata en todas las zonas, pero forma un solo continente. Los americanos están diseminados por todos los climas, pero deben formar una familia” (Plan de la Unión Americana, El Amigo de la Patria, Guatemala, 1822).

Al año siguiente, los cinco países se desligaron de México, constituyendo una federación llamada Provincias Unidas de América Central. A todo esto, sin que la Doctrina Monroe se diera por enterada, el guante blanco de Londres intervenía en los pleitos de aldea: el conservador Del Valle ganó la elección, pero los liberales, falseando los cómputos, designaron al salvadoreño Manuel José Arce primer presidente de la federación.

Vacilante con respecto a la independencia y enemigo del federalismo, Arce embistió contra las autonomías de las Provincias Unidas. Con todo, resulta interesante recordar que a su paso por Guatemala (1823), el argentino Bernardo de Monteagudo (lugarteniente de San Martín y secretario de Bolívar) leyó los escritos de José Cecilio del Valle. Poco después, desde Lima, le escribió manifestando que el Libertador estaba de acuerdo con aquel artículo sobre la unión americana, y que “…en él veía a uno de los más fuertes defensores de la libertad en el nuevo mundo”.

Otro hondureño insigne y bolivariano, Francisco de Morazán, empuñó durante 10 años el poder de la federación centroamericana. No tuvo éxito. Así como los yanquis durante la guerra contra los sandinistas en el decenio de 1980, Londres consiguió que los indígenas de la Costa Atlántica (mosquitos) luchasen a favor de su majestad británica y los mezquinos intereses locales.

Morazán fue fusilado el 15 de noviembre de 1842, “…en el aniversario de la independencia cuya integridad procuré mantener”. A 190 años de la creación de la Federación Centroamericana, y 180 de la muerte del gran José Cecilio del Valle, la situación continúa igual o peor que entonces.