jornada


letraese

Número 209
Jueves 5 de Diciembre
de 2013



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

La maguacata

Suele venir a posarse una lechuza en la maguacata. Las horas de la madrugada son propicias para su visitación. En el barrio temen por la muerte de algún conocido cuando se escucha su inquietante voz. El mal agüero ronda la calle. La salud de Severino ya se atrasó entre delirios y fiebres, víctima de una feroz delgadez. Su mujer murió de lo mismo: quesquera elmal de la inmundo-defeciencia, pero nocierto, fue la bruja –dicen algunas vecinas.

Ebenopsis ebano es el nombre científico del árbol donde ulula la lechuza. La semilla del ébano es deliciosa y nutritiva si se tuesta en un comal. Por aquí nombramos maguacata tanto al árbol como a su semilla redonda como canica. En su cerrado y espinoso follaje la lechuza entona sus canciones a la luz de la luna, cuando ya todos duermen y la calle polvorienta se despeja de chavillos barrigones y viciosos. Un amigo mío dice que cada vez hay menos maguacatas por la tala inmoderada de su preciosa madera. Estos conocimientos me hacen sufrir aún más sabiendo cómo es mi gente.

La ciencia no sirve para nada cuando en este barrio sienten temor. No tiene ningún sentido decirle a las gentes que esa bella ave rapaz de hábitos nocturnos es la Tyto alba pratincola, especie en peligro de extinción, muy benéfica porque se alimenta de ratones, plaga muy dañosa que infesta los costales de maíz de la tortillería de la otra calle. Nadie quiere atender los razonamientos de la biología. Don Severino sufre y agoniza, hay que echarle la culpa a alguien.
Se organiza una asamblea de chamacos que van a espiar a la hechicera. Se agazapan en un rincón de la barda, bebiendo cerveza y fumando sus porros en silencio, armados con palos, machetes y piedras, al pie de la siempre verde maguacata. Alguien opina que se le prenda fuego al árbol maldito. Si supieran que esa especie es originaria de India y Sri Lanka. Vino desde tan lejos a los terregales de mi colonia nomás a penar.

Don Gabriel Crisanto, el hombre más devoto del barrio, opina que hay que pronunciar las Doce Verdades que sus ancestros le enseñaron para tumbar lechuzas y apariciones. Según él no hay vuelta de hoja, estamos ante el asedio de una arpía infame, una rufiana diablesa que viene a chupar la savia de todos nosotros. Las mamás se juntan en casa de don Crisanto para empezar la rezadera. Con un listón negro en mano hacen un nudo cada vez que enumeran estos terribles misterios:

Uno: La santa casa de Jerusalén donde Jesucristo vive y reina por siempre amén. Dos: Las tablas de Moisés donde Dios escribió su ley. Tres: Las divinas personas padre-hijo-espíritu santo. Cuatro: Los evangelistas. Cinco: las llagas de Jesucristo. Seis: los sagrados candelabros. Siete: las últimas palabras de Jesús. Ocho: las ocho angustias. Nueve: Los meses que María cargó a su hijo en el vientre. Diez: los Mandamientos. Once: las oncemil vírgenes. Doce: Los santos apóstoles.

La letanía se pronuncia primero al derecho, luego al revés y al final otra vez del uno al doce, sin titubeos ni errores que pueden ser funestos. Al concluir el rito la lechuza cae fulminada, convertida en una tierna y hermosa señorita. Allí entran en acción los mugrosos. De la mujer sólo queda un mechón de cabellos, tinto en sangre inocente. Al día siguiente fallece Severino y talan la imponente maguacata.


S U B I R