Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 8 de diciembre de 2013 Num: 979

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Dos fines de semana
en Austin City Limits

Saúl Toledo Ramos

La restauración agónica:
el primer año de EPN

Gustavo Ogarrio

La taquería
revolucionaria

Juan Villoro

Luis Villoro:
nueve décadas y más

Isabel Cabrera

Los búhos de papá
Carmen Villoro

Los Bronces de Obregón
Leandro Arellano

Encuentro
Dimitris Doúkaris

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Poesía
César Cano Basaldúa
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
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La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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Jair Cortés
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Escribir en voz alta

Demófilo Azuara, lector ejemplar, envió un mensaje a propósito de la colaboración anterior (en la que se abordaron diversos tipos de lectores), para  referir su caso: “el lector por herencia”. Su padre leyó durante toda su vida y él, como muchas personas que continúan la labor de sus progenitores, cultivó el oficio de lector. En su mensaje también hablaba de su hermano, un “lector que solía leer en grupo”:  se reunía con otros lectores para leer en voz alta una obra o para discutir su experiencia personal y enriquecerla con las impresiones de los demás. Es un hecho que la lista de tipos de lectores es infinita ya que, como decía Jorge Luis Borges, cada obra es distinta según el lector que la lea.

De los tipos de lectores arriba mencionados pueden desprenderse otros:  los lectores que son “oidores” o “escuchas”; ellos eligen la voz de otra persona para “leer” un libro. A este rubro pertenecen, por principio, los niños a quienes, por costumbre, se les lee un cuento “antes de dormir”. La lectura de pasajes bíblicos en una celebración religiosa o las lecturas de poesía (que en algunos casos, como los de Pablo Neruda o Jaime Sabines, congregaban multitudes), son ejemplos claros de que la escritura no es un acto estrictamente solitario.

Lo anterior lleva a otra cavilación: hay autores que son pésimos lectores de su obra: su lectura resulta aburrida, son capaces de destruir el mejor de los poemas o la más excitante de las historias. En el extremo opuesto, hay lectores que gracias a una excelente capacidad histriónica pueden convertir un texto pobre en recursos estéticos, en una verdadera obra de arte llena de emoción. El equilibrio se alcanza, pocas veces, cuando alguien consigue que una obra literaria potencie sus virtudes gracias a una lectura bien ejecutada. Conviene recordar que en la historia de la humanidad el libro (reproducido en serie) es un objeto relativamente nuevo. Margit Frenk apuntaba que, a semejanza de la lectura en la Edad Media, “todo eso que hoy llamamos literatura y que leemos a solas y en silencio, en el Siglo de Oro solía entrar por el oído y constituir un entretenimiento colectivo”.

Así, escritura y oralidad, silencio y sonido, suelen ser elementos medulares para quien vive cotidianamente en el universo de las palabras. Leer en voz alta nos devuelve acaso la concentración que el ruido de la modernidad nos ha robado y nos hace reconocer nuestra propia huella sonora, mientras que leer en silencio nos permite entrar en nosotros mismos, reencontrarnos en el bosque (que somos) para leer esos árboles convertidos en páginas de papel unidas por la mano del hombre, esos árboles convertidos en el objeto, siempre misterioso, llamado libro.