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Surge en el Ajusco una actividad emergente ante la falta de empleo

Pese a ser de temporada y sin sueldo, cortar árboles de Navidad da para sobrevivir

En un día bueno una persona serrucha 20 ejemplares

Propinas van de 10 a 1000 pesos

 
Periódico La Jornada
Lunes 9 de diciembre de 2013, p. 41

La época decembrina, aparte de regalos y luces, también genera ingresos emergentes para las personas que no tienen empleo formal.

Lucio, de 26 años y complexión delgada, trabaja desde el 16 de noviembre en el pueblo de San Miguel Ajusco, en la delegación Tlalpan, como cortador de árboles de Navidad.

Mientras platica baja una pendiente de más de 200 metros con un pino vikingo de tres metros de altura que pesa alrededor de 70 kilos. Lucio parece un árbol caminando. Las enormes ramas en su espalda sólo dejan los pies a la vista.

Es trabajo de temporada. No tengo sueldo, sólo me llevo lo de las propinas. Lo más poquito que me han dado son 10 pesos, pero me han llegado a dar hasta mil por un árbol de cuatro metros y medio, cuenta sudoroso.

En el Ajusco, una veintena de jóvenes, algunos de apenas 15 años de edad, esperan, serrucho en mano, que una familia busque su árbol, para ganarse una propina.

El propio Lucio empezó en este trabajo cuando era un adolescente, siguiendo el ejemplo de su hermano mayor, pero sabe bien que sólo en este periodo de árboles navideños tendrá un ingreso regular.

Incluso me fui de mojado a Estados Unidos. Ahí estuve un tiempo trabajando de mesero. Pienso a veces en volver, cuenta mientras mete el vikingo en una especie de embudo gigante, para colocarle una malla.

Con familia a cuestas

El joven tiene dos hijos, uno de 10 años y otro de apenas tres meses. Aunque es originario de Amecameca, estado de México, donde también se siembran y cortan árboles navideños, viene a San Miguel Ajusco a trabajar.

Foto
Lucio con su pesada carga, en el bosque certificado de árboles de Navidad ubicado en Vivero Tepeteitonco, al pié del cerro El Maninal, a la altura del kilómetro 17.5 de la carretera Picacho-AjuscoFoto Mirna Servín

Allá ya hay muchos cortadores; ya no hay trabajo. Hay que buscar dónde, y pues me vine para acá.

La necesidad del trabajo es tanta, que no se puede dar el lujo de ir a su casa y regresar todos los días, por lo que junto con otros siete jóvenes pernocta en una construcción del mismo paraje, ubicado en el kilómetro 17.5 de la carretera Picacho-Ajusco. Claro, sólo en esta temporada, dice.

En un día bueno, un cortador de árboles de Navidad –que conozca bien todo el paraje, para ubicar aquellos con la altura y las características requeridas por el cliente– serrucha hasta 20 ejemplares.

Sin embargo, el desgaste físico es enorme. A pregunta expresa, Lucio reconoce que en casi dos meses de trabajo pierde alrededor de cinco kilos de peso. Para cerciorase basta ver cómo escurre el sudor en la chaqueta que trae puesta.

Su trabajo va desde correr hacia las partes altas del paraje y conseguir un vikingo o uno canadiense del tamaño deseado, esperar la decisión del comprador, cortarlo, bajarlo en su espalda por caminos empinados y pedregosos, clavarle una base de madera, colocarle una malla de plástico y meterlo en la cajuela o montarlo en el toldo del auto del cliente.

Literalmente deja una parte de él en su trabajo. Pero no hay queja alguna, es domingo y el lugar está lleno de gente que busca su árbol de Navidad. En enero, ya verá.