Opinión
Ver día anteriorMiércoles 11 de diciembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Historia Yin
E

l otro título que tenía yo para esta intervención era Lo que Luis González y González significa para quienes tenemos poca matria. Pienso hablar del sentido presente no tanto de la obra de don Luis, sino de su programa: la microhistoria. Pero paso primero a explicar mi referencia a la poca matria.

Los libros y ensayos de Luis González son siempre lecturas sabrosísimas, en que resuena la oralidad, una tradición de conversación que podríamos llamar parroquiana. Leer sus textos es un placer que se emparenta con tomarse un chocolate caliente o unas conchas nata. Pero, a parte de los placeres de lectura que aporta un fabulador con el talento de don Luis, ¿qué le aporta un punto de vista así de pueblerino a una persona como yo, un judío de la diáspora que ha sido, en lo fundamental, un animal urbano y carente de parroquia?

Otro modo, menos egocéntrico, de plantear la pregunta sería el siguiente: don Luis escribió uno de los mejores libros que existen sobre México, en cualquier género ( Pueblo en vilo), pero fue también cabeza de un programa de investigación colectiva, que bautizó con el nombre de microhistoria. Y Luis González tuvo éxitos notables no sólo como autor, sino como jefe de programa. En eso Luis González se diferencia de algunos otros autores. Se me ocurre, por ejemplo, el contraste con Oscar Lewis, que escribió dos libros que me parecen de una grandeza comparable a Pueblo en vilo Los hijos de Sánchez y Pedro Martínez–, pero que fracasó como jefe de programa colectivo para la antropología.

No así don Luis; su trabajo no sólo fortaleció toda la red maravillosa de cronistas locales que él contribuyó a dignificar, sino que estuvo en el corazón mismo del programa de investigación de El Colegio de Michoacán, mismo que ha sido emulado por buen número de las instituciones descentralizadas de ciencias sociales que se han creado en México desde los años 70. Así las cosas, la pregunta sería: ¿cómo evaluar hoy el programa de la microhistoria que formuló y capitaneó don Luis? Hablaré de tres asuntos: la relación entre historia y literatura; historia yin versus microhistoria; y el papel de la teorización en la historia yin (que sería mi propuesta de enmienda al programa de don Luis para el contexto actual).

Comienzo con el tema de la relación entre historia y literatura, que aparta a don Luis de tantos historiadores de entonces y de ahora.

Luis González consiguió inventar un estilo que merece reconocimiento como una genuina innovación en el lenguaje de la historia –fundado en algo parecido a lo que Ángel Rama llamaba transculturación literaria, o sea en un lenguaje que fusiona el habla de mundos tradicionales con el de mundos modernos. Rama alegaba, con razón, que la vitalidad de la novela latinoamericana del siglo XX se fincó justamente en esta clase de fusión. Me parece que el lenguaje que don Luis llamaba humanístico era, en realidad, una hibridación del lenguaje de notable de pueblo, formado en colegios católicos, en concursos de oratoria o en la pedagogía de la escuela vasconcelista, con lenguaje popular campesino o ranchero, y con traslación y traducción del lenguaje científico de la historia a ese registro llano y penetrante que podríamos llamar campechano.

Así, el lenguaje de Luis González es en sí mismo una aportación teórica importante, y no únicamente una gracia curiosa y simpática. Don Luis consiguió para el registro histórico algo parecido a lo que habían logrado Rulfo o Yáñez para el género de la novela: una hibridación entre la forma latinoamericana del ensayo con el registro académico de la historia, y con los anales de los cronistas de pueblo. Aquí hay una gran aportación. Don Luis escribe una historia genuinamente mexicana, y en eso es un ejemplo para la generación presente.

Un aspecto más discutible de la vigencia del programa de don Luis es su definición de la microhistoria como actividad dedicada a historiar una comunidad y un terruño –una matria, como él decía. De hecho, incluso en su Invitación a la microhistoria, Luis González tiene un momento de oscilación respecto del nombre que le quiere dar a su manera de escribir la historia, donde dice que la suya es una historia yin; es decir, que representa una mirada histórica desde el principio femenino –desde lo suave, lo débil, lo prosaico, o lo antisolemne– frente al yang de la macrohistoria, y sobre todo de la historia patria.

A mí me gusta la fórmula de una historia yin, pero no me convence el gesto de arraigar ese principio femenino en la comunidad y en el terruño, en la matria. Finalmente la imagen de madre, y de matria, es también la de una figura de autoridad, aunque sea en la esfera que le es propia, y existe en don Luis una relación de armonía ideal entre historia patria e historia matria, que aunque se diera poco en la realidad.

En cambio si nos quedamos con la fórmula de una historia yin –escrita a partir del principio femenino– el radio de acción de la microhistoria se amplía bastante: hay muchos programas microhistóricos que no tienen por qué arraigarse en comunidades tradicionales. Esto lo muestra, creo, la otra microhistoria que se inventó de forma separada e independiente de la de don Luis: la microhistoria de Giovanni Levi o Carlo Ginzburg, o tambien en la de Natalie Davis, por ejemplo.

Así, Carlo Ginzburg escribió la historia de las brujas y de los brujos en los albores de la modernidad, buscando siempre reconstruir el punto de vista de los brujos. Es historia yin, claro, pero el brujo es un personaje marginado de su comunidad, y expulsado de su matria. Se trata de otra clase de microhistoria, que no parte de la comunidad ni como objeto ni como sujeto. Y aún ahí, la aportación literaria de don Luis, su búsqueda de un lenguaje histórico fusionado e híbrido, permanece como una contribución fundamental e insustituible.

Por último, quisiera comentar algo acerca de las ideas de don Luis respecto de la teorización y de la abstración en la microhistoria. Hay aquí cierta dificultad de lectura de la obra de Luis González, porque hoy se olvida facilmente la arrogancia y el imperio de los marcos teóricos deductivos en las ciencias sociales y en la historia mexicana de los años 70. Aún así, me parece que el propio don Luis se mete en camisa de once varas al declarar que la microhistoria no vale para teorizar y abstraer, y al identificarla con lo que Nietzsche llamaba la historia de anticuario.

Hay mucho más teorización en Luis González de lo que él mismo reconoce –en su análisis de la relación de la historia con la literatura, para empezar– y aunque se entiende su rebelión contra el lenguaje abstracto y teórico – justamente porque era un típico discurso yang: patriarcal, impositivo, solemne y poco informado– su descripción de la microhistoria como una práctica antiteórica no me parece justa ni siquiera como caracterización de la labor del propio don Luis. Ante todo, el gesto antiteórico de don Luis fue una medida higiénica, los conceptos se tienen que construir en diálogo con los hechos y con un lenguaje incluyente.

*Texto leído en el homenaje a Luis González y González en el décimo aniversario de su muerte, FIL-Guadalajara, 7 de diciembre 2013