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Miles de personas no alcanzan a ver los restos del primer presidente negro de Sudáfrica

Filas de cinco horas en Pretoria para despedirse de Mandela

Había sido como un sueño, pero ahora que lo he visto ya sé que se fue, dice un ciudadano

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Multitud acude a despedirse de Nelson Mandela, ayer en PretoriaFoto Ap
The Independent
Periódico La Jornada
Jueves 12 de diciembre de 2013, p. 33

Pretoria, 11 de diciembre.

Después de tres horas y media de zigzaguear, dar vueltas y volver, la policía se dio cuenta que las cosas no iban como se planearon. Simplemente había mucha gente y los autobuses eran insuficientes. Entonces decidieron que sería más rápido caminar. Tómense de la mano con la persona de adelante, indicó un oficial. Vamos a subir la colina a pie.

Finalmente nos estábamos moviendo, como una cadena humana en dirección a la cima de la colina para ver el cuerpo de Nelson Mandela. Pero avanzábamos lento. Miles de personas hicieron fila por horas en la capital sudafricana de Pretoria este miércoles para rendir homenaje al primer presidente negro del país, cuyo cuerpo estará expuesto todo el día. Se estima que 10 mil personas pudieron ver rápidamente el féretro en el que se encuentra Mandela, vestido con una de sus camisas estampadas, hasta que las autoridades cortaron la fila porque el ataúd iba a ser devuelto a la morgue durante la noche. Muchos miles quedaron sin verlo y volvieron a casa decepcionados.

Visitas privadas de la familia

Dignatarios y miembros de la familia de Mandela, incluidas su ex esposa Winnie Madikizela-Mandela y su viuda, Graça Machel, visitaron en privado la capilla ardiente por la mañana. A los medios se les permitió la entrada después del almuerzo. Pero para la gente común que quería ver brevemente los restos de su líder, no había más alternativa a hacer fila y tratar de abordar una de las decenas de autobuses que llevaban hasta la capilla.

Constance Malebano y su prometido, Fannie Shongwe, emprendieron la marcha desde esta mañana por la calle Madiba, sobre la que circuló el cortejo de Mandela horas antes. Ella llevaba una falda de mezclilla; él se envolvió en una bandera sudafricana. Ambos estaban decididos.

El público iba a tener acceso a a la capilla hasta el mediodía, pero para entonces la fila de camiones era interminable; se prolongaba más allá de la plaza de la iglesia y continuaba una cuadra más, pero Shongwe, de 38 años, un profesor adjunto, no perdió la esperanza. Durante las elecciones de 1994, cuando se nos permitió votar por primera vez, las filas eran aún más largas, indicó.

También formados en la fila estaban Pule Msibi y su hermana de 17 años, Mosa. El señor Msibi comentó que él tenía siete años cuando Sudáfrica ganó la copa mundial de rugby; una victoria sobre el equipo de Nueva Zelanda, All Blacks, inspirada en el triunfo de Mandela en las elecciones del año anterior. Msibi dijo recordar a su abuela se la pasó bailando de gusto toda una semana. Nosotros no conocemos la lucha de las generaciones anteriores a la nuestra, pero apreciamos la libertad que hoy tenemos, agregó.

La tarde transcurrió entre el fuerte calor y el caos, mientras la fila se mantenía disciplinada, pues quienes intentaban meterse eran expulsados. Msibi tocó en su teléfono celular canciones del músico nigeriano Fela Kuti, mientras Shongwe compró pollo frito para todos en un establecimiento cercano de comida rápida. Algunos sugirieron volver a casa e intentar de nuevo la mañana siguiente, pero casi todos se quedaron. Los policías repartieron agua a las personas formadas.

Luego de que los agentes ordenaron a los presentes caminar en vez de tomar los autobuses, se aceleró el avance de la fila. Muy pronto, la gente tomada de la mano cruzó el camino principal y ascendió lentamente la pronunciada pendiente hacia el complejo de Union Buildings, que es la sede del gobierno sudafricano y se encuentra en una colina con vista a toda la ciudad de Pretoria.

Hace 19 años Mandela juramentó ahí como nuevo presidente. Entre más avanzaba la fila al féretro, más sombrío se volvía el ambiente. La policía ordenó a la gente apagar sus celulares y dejar de cantar. Algunas de las canciones eran sobre la paz, pero otras reflejaban los años en los que Mandela encabezó la lucha armada contra el apartheid.

Apúrense, insistían los agentes. Vamos a ponerle fin a la fila.

La gente tuvo que dar más vueltas al subir las escaleras que llevaban al edificio de la presidencia, cuando de pronto todos se vieron frente a una estructura temporal blanca que contenía el ataúd del Premio Nobel de la Paz. Cuatro cadetes de la marina vestidos con uniformes blancos montaban guardia, como lo hacían decenas de policías. Se dijo que algunos de ellos ofrecían al público pañuelos desechables.

En esos momentos, el caminar reverencial que llevaba la fila se transformó en una especie de trote. Las personas pasaban a uno y otro lado del féretro y tenían sólo un instante para mirar a Mandela. Sus ojos cerrados, su cabello blanco, inmaculado. Algunos dijeron percibir una leve sonrisa en su rostro. En un segundo, todos ya lo habían visto y avanzado.

Ya afuera, aún con el sol, alguien revisó su reloj. Había tomado cinco horas y diez minutos llegar y ahora todo había terminado. El grupo permanecía callado y quieto.

De pronto, es real, señaló el señor Shongwe. Había sido como un sueño, pero ahora que lo he visto, ya sé que se fue.

Msibi estaba al borde del llanto. Siento que perdí a un padre, dijo. Tengo ganas de llorar, pero es impropio hacerlo cuando mueren nuestros mayores. No es respetuoso porque sugiere que creemos que no hicieron lo suficiente cuando estaban vivos.

El sol se ocultaba. La gente volvía colina abajo de forma considerablemente más rápida de lo que subió. Cada quién tomó su camino y se marchó.

Cerca de las seis de la tarde se anunció que el ataúd de Mandela sería llevado de nuevo al hospital militar en las afueras de Pretoria. La mañana de este jueves será devuelto a la capilla donde miles volverán a hacer fila para decirle adiós.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca