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Ver día anteriorJueves 12 de diciembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Historia, maíz y petróleo: las vías del cambio civilizatorio
V

uelvo a señalar que sin una perspectiva histórica, pero no sólo la de los historiadores, sino la de los paleontólogos, biólogos, geólogos, astrofísicos, resulta muy difícil comprender lo que realmente sucede hoy en el mundo. Debemos entender las estrellas, las rocas, las bacterias, los dinosaurios, las cucarachas y a nuestros antepasados antropoides y, en nuestro caso, a los antiguos mesoamericanos, para ubicarnos correctamente en el complicado, vertiginoso y desesperante mundo del presente. Más allá de las naciones, las ideologías, las razas, las creencias y las culturas, vivimos una crisis de civilización. La especie humana enfrenta una situación de emergencia provocada por la civilización industrial, tecnocrática y capitalista. Sin lograr percibir la dimensión de esta crisis, buena parte de los procesos actuales permanecen incomprendidos.

Hoy el conflicto seminal, la madre de todas las batallas, es la que se da entre las fuerzas destructivas del capital globalizado y corporativizado y las fuerzas de la vida. Los valores que dominan son los que se han sembrado, generación tras generación, durante tres siglos de capitalismo, mercado, ciencia sin ética, tecnología y petróleo. Son los valores del individualismo, la competencia, el materialismo, la ganancia, el racionalismo y el arte de joder al otro. Es el dominio de lo privado y lo individual por sobre lo público y lo colectivo. Y todo eso viene encapsulado en los mitos de la ideología dominante: desarrollo, progreso, modernidad, competitividad, obsesión por dominar la naturaleza, tecnología. Y ese mundo se está derrumbando, está viviendo su fase terminal, una etapa de desesperación depredadora.

Por más que digan, juren y perjuren que viene un futuro mejor, el ogro industrial no puede ya ofrecerle a la especie humana un mundo justo, seguro y pleno. El uno por ciento domina y explota al 99 por ciento restante, lo espía y lo vigila. El desequilibrio ecológico del planeta se expresa en fenómenos climáticos cada vez más extremosos y destructivos. Frente a lo anterior, la maquinaria enloquecida del capital es incapaz de detenerse y, especialmente, es incapaz de frenar la causa última de todas las desgracias: el petróleo, la sangre que alimenta y circula por todo el aparato industrial. ¡Y el petróleo se termina hacia el 2050!

Frente a esta crisis de la civilización moderna, lo que más debemos cuidar, celosamente, son las reservas civilizatorias. De ahí surgirán, ya están surgiendo, los caminos para remontar y regenerar a la sociedad humana. Se trata de los pueblos indígenas representados hoy en día por unas 7 mil culturas. Por ello en México resulta más importante y estratégico defender el maíz que el petróleo. El maíz es una invención humana y colectiva de 7000 años; el petróleo una fuente energética que comenzó en 1859, y que en México se agotará en unos 10 años, según se desprende de las cifras oficiales sobre reservas probadas, posibles y probables.

Defender el maíz es defender el México profundo y a los 15 millones de mexicanos que según el Censo de 2010 se autorreconocen como indígenas. Pero sobre todo es mantener viva esa llama, ese tejido único entre naturaleza y cultura. Porque los mesoamericanos domesticaron el maíz, y el maíz domesticó a los mesoamericanos, dotándoles de un núcleo de civilización que los ha hecho sobrevivir a conquistas, guerras, revoluciones, enfermedades, discriminación, pobreza. La historia de los pueblos mesoamericanos, de por lo menos 3000 años, no la historia de México de 300, es la que debemos atender para sobrevivir como especie en este territorio que hoy se llama México. ¿La razón? En esos mexicanos perviven todavía las claves para salir del atolladero civilizatorio. Y los indígenas están hoy en la vanguardia de la resistencia.

Con Juárez y Zapata reverberando en la memoria, los mexicanos profundos se levantaron en armas en Chiapas, encabezan la protesta magisterial, han bloqueado el aeropuerto y el Congreso, y han tomado carreteras. Además, los pueblos indígenas enfrentan y resisten en 160 puntos del país la voracidad de las corporaciones mineras, hidroeléctricas, eólicas, urbanísticas, cementeras, y enfrentan con dignidad la injusticia (Alberto Patishtán y otros muchos). Las comunidades que se autodefienden (hoy casi 200) surgieron de dos regiones indígenas: la Montaña de Guerrero y la Meseta Purépecha en Michoacán. Aun los jóvenes de la Ibero de #YoSoy132 fueron movidos por un café cultivado y preparado por manos indígenas. Y no sólo eso. Pasando a la ofensiva encabezan con éxito unos mil proyectos autogestivos y emancipadores para el bienestar colectivo a escala comunitaria, municipal o regional, ejerciendo el poder social en territorios concretos. ¿Su fórmula secreta? Practicar valores contrarios a los de la modernidad: cooperación, solidaridad, decisiones colectivas, mandar obedeciendo, respeto a los mayores, dignidad cultural. La comunalidad enseña y obliga a vivir en armonía con uno mismo, con los otros y con la naturaleza. Justo los valores de convivencia que permitieron la evolución de nuestra especie.

La casta política de delincuentes y corruptos que en complicidad con el capital nacional y trasnacional han devuelto la riqueza petrolera a las corporaciones sólo agudizará las contradicciones. En su afán por privatizarlo todo, ciegos hacia su propia crisis, se empeñan en generar nuevos proyectos de muerte. Mientras tanto, la resistencia crece y los pueblos indígenas ganan terreno: aumentan su población, organización y conciencia. Los proyectos de vida se van delineando y realizando por innumerables territorios. Nos llenan de esperanza. Nos marcan los caminos del cambio civilizatorio.

Para Andrés Manuel, con nuestra solidaridad