Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 15 de diciembre de 2013 Num: 980

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Poesía y educación:
algo huele a podrido
en la enseñanza

José Ángel Leyva

Andanzas del
marxismo lennonismo

Luis Hernández Navarro

Albert Camus desde
esa visible oscuridad

Antonio Valle

Camus: la rebelión
contra el absurdo

Xabier F. Coronado

De aforismos, cuentos
y otras aventuras

Mariana Frenk-Westheim

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Columnas:
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Jornada Virtual
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Artes Visuales
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Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
Jorge Moch
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Cinexcusas
Luis Tovar


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Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Sin la frente marchita

Siete cortometrajes y dos documentales dirigidos en su haber desmienten la percepción de que el conspicuo Roberto Fiesco sólo sea productor cinematográfico, idea generalizada cuyo origen descansa en la luenga trayectoria que, en esta última profesión, ha desarrollado este tamaulipeco avecindado en Ciudad de México. La más reciente prueba en contra se titula Quebranto (2013), largometraje documental con el que Fiesco pone un pie muy firme en el territorio, fértil desde hace ya un buen rato, del que goza el género en México.

En este filme, el director entre otros cortos de David (2005) y Paloma (2008) conjunta, con bastante fortuna, los que claramente son dos de sus más caros intereses creativos o, seguro vale decir, pasiones: por un lado está su preocupación por preservar, con propósitos no necesariamente académicos, la historia fílmica nacional, que en su caso va del coleccionismo al ejercicio de una memoria notable –basada, esta última, en el gusto por ver cine mexicano y el consecuente conocimiento amplio del mismo–; por otro, lo que un segmento fundamental de su faceta como productor, así como buena parte de su filmografía, dejan ver: el acercamiento inteligente y al mismo tiempo sensible al ámbito de la diversidad sexual y, más específicamente, al de la homosexualidad.

En la persona de Fernando García, que es lo mismo que decir Coral Bonelli, y en compañía escritural del también cineasta Julián Hernández –de quien pueden certificarse intereses muy similares a los antes referidos–, el director y coguionista encontró la posibilidad, literalmente encarnada, de sintetizar aquellos dos temas: hacia el último cuarto del pasado siglo, Fernando-más-tarde-Coral fue conocido bajo el apelativo profesional de Pinolito, imitador de alguna figura farandulesca, niño actor con poco menos que mediana fama, bailarín grupal en espectáculos de teatro de variedades… Posteriormente devorado por la carcoma de la desmemoria, quedó definitivamente ido el Pinolito de filmes que olvidos justos o injustos ya borraron de casi toda memorabilia –salvo uno que forma parte de lo mejor que el cine mexicano ha dado, si bien todavía-era-Fernando tiene ahí un papel secundario–, y más adelante, bien lejos de todo reflector, aún-Fernando también quedó ido del mundo fuera de pantallas y escenarios para darle paso a Coral, gay y travesti de posturas vitales, sociales, profesionales y sexuales asumidas con serena y absoluta naturalidad.


Coral

Lo que Fiesco supo captar, con una soltura perfectamente avenida con el talante del personaje retratado, al mismo tiempo que con un rigor fílmico evidenciado en la factura de cada secuencia, tanto como en el entramado de éstas, rebasa los límites de algo que pudo quedarse en mero registro biográfico –el cual, en tal caso, sería de todos modos bueno– para dar un salto cualitativo y valer a manera de testimonio múltiple, dicho sea sin un orden jerárquico: primero, de lo ficticia que, a la larga y dada su relativa fugacidad, toda fama puede y suele ser; segundo, de una forma particular de asumir la propia personalidad, emanada de la preferencia sexual, cuando esta choca sin remedio con la lista conocidamente larguísima de prejuicios sociales; tercero, de la coloratura indeleble que puede tener el espíritu humano, resistente a radicales cambios externos de apariencia, desventuras e insuficiencias económicas que se sobrellevan dignamente, previsibles deterioros físicos… Finalmente, y como si ese hubiera sido el cometido básico del documental, Quebranto es un testimonio, compuesto en clave de leve nostalgia, de un tiempo perdido pero, por ventura, no del todo: ahí está Coral, rediviva, con el deseo en tiempo presente de “retomar su carrera”, volver por unos fueros que, aun sabiéndolos irrecuperables, son lo suficientemente nutricios como para mantenerla no nada más viva sino con el deseo de que esa vida consista en algo más que respirar, comer, sobrevivir.

Un poco como el cine mexicano mismo, que a lo largo de su historia luce transfigurado de a ratos, desdibujado otros tantos, que en algún punto dio la impresión de casi desaparecer, pero que ahí siguió todo el tiempo, deseando lo mismo que Fernando-Pinolito-Coral: volver por sus fueros, ésos que hoy Unoscuantos dan ya por totalmente recuperados gracias a las dos o tres –en todo caso pocas– golondrinas cuyo aceptable vuelo disimula el poco encomiable desempeño de las otras cincuenta y pico que conforman, año con año desde hace más o menos un lustro, la producción fílmica regular en México.