Opinión
Ver día anteriorLunes 16 de diciembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Toros
Triunfal despedida
E

n el invierno mexicano el cielo en tinieblas entolda el espacio y deja a la hora torera descolorida claridad de amanecer. La luz de la Luna iluminó la plaza para despedir al torero Rafael Ortega. La sencillez del torero una vez más la he sentido frente a la obra sutilmente intelectual y magistral del tlaxcalteca. Un deleite de inquietud sugeridora que causaba su quehacer torero. Brota este deleite de la serenidad y relajación que incluso lo hacía verse frío, más, facilita la interior elocuencia emocional que imprimía a sus actuaciones en su vida torera.

Rafael Ortega dio la sensación profunda de un espíritu cultivado en la creación. Se adivinaba enseguida una carrera donde crepitaba la inspiración personal. Indudablemente por mediana que sea la cultura taurina del contemplador acuden a la memoria faenas anteriores ligadas a las de la despedida. Rafael posee las características de los hombres de Tlaxcala: introvertido, seco, transmisor de una emoción contenida que llega al tendido. Una innata relajación constructiva y una peculiar genialidad imaginativa. Un poder de asimilación extraordinario que le llevo a internalizar el toreo. Poder que le permitió la tarde de ayer a un toro manso menso de los Cue realizar la última faena en la Plaza México, en la que dominó y remató con una estocada en todo lo alto y salió de la plaza en hombros.

Un estilo cimentado con sólida base en la obra torera. Así la faena que ha dejado Rafael como una realidad habla del acento antiguo de su torear como esos pases lasernistas, como moderno la lentitud que el torero ha dejado en el ruedo de Mixcoac.

Rafael fue un torero en toda la extensión de la palabra que luego de recorrer el mundo con un torear dominador se dedicó a exaltar la tierra donde nació y que próximamente se dedicará a gobernar. Si bien tiene el modo de ser tlaxcalteca posee el toque universal. Torero del siglo pasado su torear se tornó de este siglo en que los toros pierden fuerza, bravura y ganan docilidad, mansedumbre y en ocasiones clase. Los toros de los Cue siguieron el ritmo de esta y otras temporadas: débiles, de contra reservones, sosos, deslucidos, agarrados al piso, parados y embistiendo en arreones. El toro de la despedida fue el único sin malas ideas.

Acompañó a Rafael en la salida a hombros el torero español Juan José Padilla, poseedor de un sitio envidiable con múltiples corridas en el año gracias a las cornadas que lo tuvieron en las puertas de la muerte y lo dejaron discapacitado visualmente. Al que escribe no le gusta lo heterodoxo de su toreo, ni a los cabales. Pero si a los jóvenes aficionados que llegan a la plaza. De todos modos la plaza estaba prácticamente vacía. Mal día para la despedida de un gran torero.