Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 29 de diciembre de 2013 Num: 982

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La mirada de
Graciela Iturbide

Vilma Fuentes

Adiós a Maqroll
José María Espinasa

Amén: Breve nota
para Álvaro Mutis

Xabier F. Coronado

Elogio de Selma
Adolfo Castañón

Día de feria
Carlos Martín Briceño

A 400 años de Cervantes, el ejemplar
Enrique Héctor González

Póstuma
Adela Fernández

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Columnas:
A Lápiz
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Artes Visuales
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Alonso Arreola
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Cabezalcubo
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Jornada de Poesía
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La Jornada Semanal

 

Hugo Gutiérrez Vega

Una antología de la poesía brasileña (I DE II)

José Javier Villareal, el excelente poeta y traductor nacido en Tecate, pero residente en Monterrey desde hace algunos lustros, sabe que la poesía brasileña es tan hermosa, contradictoria, animosa y, a veces, deprimida como la prodigiosa alma de su pueblo.

En el caso de Brasil, la idea de Elytis, que parafraseo a continuación, viene muy al caso: El paisaje no es sólo un conjunto de árboles, accidentes geológicos, lagos, ríos, etcétera. Es el reflejo del alma de los seres humanos sobre las realidades, bellas y mortales, de la madre naturaleza que, a veces, se convierte en una fría y cruel madrastra. Todo en Brasil está lleno de sol, pero a veces aparece lo que el poeta llama “el negro sol de la melancolía”. Por eso José Javier en el prólogo de la antología que compiló y tradujo, recuerda el poema de Quasimodo: “Cada uno está solo/ en el corazón de la tierra/ traspasado por un rayo de sol./ Pronto la noche llega.” (Guillermo Fernández, el gran traductor de la poesía italiana, decía “y de pronto, noche”). El notable prólogo de Villarreal es una celebración de la poesía universal en la que se escuchan las voces de Eliot, Yeats; de María Zambrano y de los poetas antologados. Es un poema en prosa que habla con admiración y júbilo de la poesía de un país enorme, con el objetivo de darla a conocer a los hispanoparlantes que, al contrario de los brasileños que se acercan al español y lo hablan y entienden aceptablemente, ignoran el portugués y lo convierten en un país desconocido. Por esta razón las antologías sabias y bien traducidas como la de José Javier tienen la virtud de interesar a los poetas jóvenes en ese tumulto amazónico lleno de bellezas que es la poesía brasileña. El prólogo tiene la virtud recomendada por Gómez de la Serna: no trata directamente el tema del libro, pasa a un lado y deja una estela de luz, proveniente de la prosa poética, capaz de colocar al lector en los umbrales de la suntuosa selva de una poesía tropical y, con frecuencia, reflexiva, tan reflexiva que nos hace regresar, después del momento de introspección, a la alegría desbordante del carnaval, de la vegetación del trópico y del vaivén perturbador del caderamen de las mágicas mulatas.

Bandeira es la voz que abre la antología. El notable académico siempre estuvo muy cerca de lo mexicano. Tradujo a Sor Juana y a López Velarde, y fue amigo del embajador de México en su tierra, ese maestro de todo y todos que fue Alfonso Reyes. Bandeira obliga a la vida a triunfar sobre el dolor y el desasosiego. Su poesía tiene un humor especialísimo y termina buscando la calma y la retirada en la paz (“retirado a la paz de estos desiertos”, decía Quevedo) de su mítica Pasargoda: “Ya me voy para Pasargoda/ allá soy amigo del rey/ tendré la mujer que quiero/ la cama que escogeré...” En sus mocedades, Bandeira escribió un poema que nuestro antologador traduce así:

Poema sacado de una noticia del periódico

Juan Gostoso era cargador del mercado y vivió en el cerro de la Babilonia en un tejaván sin número

Una noche llegó al bar Veinte de Noviembre
Bebió
Cantó
Bailó

Después se tiró en la Presa l. Rodríguez y murió ahogado.

Este poema es un buen ejemplo de la transparencia temática y forma de la poesía carioca que contrasta con la búsqueda vanguardista de la paulista, representada, entre otros, por Oswald de Andrade, participante de la Semana de Arte Moderno celebrada en San Pablo en 1922. Con ella se inició el modernismo y la poesía del Brasil buscó otros derroteros. José Javier lo considera un provocador, una especie de dinamitero que vino a hacer estallar las viejas estructuras de la poesía en portugués para que la escrita en Brasil mostrará su peculiaridad, su “tropicalidad”, por un lado y, por el otro, su vocación atlántica. Un buen ejemplo de esta fascinante búsqueda es el poema titulado “El inmigrado”:

Cuando regreses
traerás la cabeza exangüe
y el recuerdo inútil
de los que visitaron el infierno
Traerás la cabeza
como los débiles tallos
y tu corazón besará el perfume de la tarde.

(Continuará)

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