Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 29 de diciembre de 2013 Num: 982

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La mirada de
Graciela Iturbide

Vilma Fuentes

Adiós a Maqroll
José María Espinasa

Amén: Breve nota
para Álvaro Mutis

Xabier F. Coronado

Elogio de Selma
Adolfo Castañón

Día de feria
Carlos Martín Briceño

A 400 años de Cervantes, el ejemplar
Enrique Héctor González

Póstuma
Adela Fernández

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
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La Jornada Semanal

 

De herejías, arte y libertad

José Antonio Michelena


Herejes,
Leonardo Padura,
Tusquets Editores,
España, 2013.

La última novela de Padura entrelaza varias historias, personajes y épocas de los siglos XVII, XX y XXI; el elemento central de ese tejido es una pieza de Rembrandt, extraviada en La Habana en 1939 y sacada a subasta en Londres en 2007. Para saber qué pasó con el cuadro, cómo llegó a ese destino, es contratado Mario Conde.

Inmerso en la investigación, el expolicía, protagonista de siete novelas anteriores del escritor, recibe otra encomienda: buscar a una joven habanera desaparecida cuya seña más notoria es pertenecer a una de las llamadas tribus urbanas.

Luego del éxito internacional de El hombre que amaba a los perros, el autor se sumerge en la tragedia de una familia de judíos polacos, víctimas de la política del odio nazi que persiguió al barco S.S. Saint Louis en 1939 y víctimas, además, de la corrupción, en el capítulo cubano de ese viaje siniestro. Padura lanza a su investigador no ya tras la pista de un asesino, sino de una obra de arte, detrás de la cual hay un asesinato, pero también una historia de casi cuatro siglos y muchas interrogantes.

Las preguntas que encuentra y se formula Mario Conde son de naturaleza filosófica, religiosa, política, artística, histórica, sociológica, antropológica, algo que se nos advierte desde las citas en el pórtico, donde la libertad, el temor a Dios, El Talmud y la variedad de significados de la palabra hereje dan las primeras claves sobre el texto que vamos a enfrentar y que se nos ofrece como un enigma a descifrar.

La tarea novelística que se planteó el escritor ahora fue tan compleja como la asumida en su obra anterior, porque los universos del contenido de ésta son igualmente exigentes: el vía crucis del pueblo judío, la vida y la obra de Rembrandt y el complicado panorama social de las tribus urbanas en la capital cubana –entre los principales.

Tan ambiciosa como El hombre que amaba a los perros, en la nueva obra de Padura se funden la novela de indagación histórica y la de intriga criminal, dos vertientes de su narrativa que habían estado separadas anteriormente. Otras aperturas visibles en Herejes las encontramos en la composición y en el discurso del narrador, en la focalización del relato que amplía y altera la perspectiva al fundir la primera y tercera persona narrativas.

Herejes está estructurada en tres grandes bloques (libros), llamados como el personaje a quien están dedicados, una seña hacia Roberto Bolaño (2666) y el Antiguo Testamento más un epílogo (Génesis); estructura y nominación (Daniel, Elías, Judith) coherentes con la naturaleza temática de la obra.

Los libros 1 (Daniel) y 3 (Judith) abarcan la época contemporánea, mientras el segundo (Elías) es una especie de isla intermedia que transcurre en un breve segmento del siglo XVII. Aquí se narran acontecimientos esenciales en el misterio que rodea al cuadro de Rembrandt, una pieza del rompecabezas a la que el investigador no tiene acceso, solo el lector, procedimiento narrativo que Padura había empleado en obras anteriores, pero en forma epistolar y a través de todo el relato.

El libro de Elías es una valiosa joya, mas también una llave, dentro del cofre que es la novela. Allí el autor se (nos) introduce en el estudio y taller de Rembrandt, así como en su vida y obra, en sus ideas sobre el arte, la religión y la libertad, un aporte vital en el debate que gravita alrededor de ellas en el espacio novelado.

Como novela postmoderna, Herejes es un palimpsesto: está escrita sobre un corpus narrativo de capas muy diversas con referencias que incluyen la propia obra del autor, señaladas, y un especial homenaje a Alejo Carpentier en el plano lingüístico al describir La Habana de 1939.

La Habana sigue siendo aquí escenario principal, al igual que la actual sociedad cubana está presente y actuante. La capital de la Isla, Cracovia, Amsterdam, Miami, son espacios conectados en la trama de Herejes, obra polisémica donde el fundamentalismo religioso y otros excesos son llevados a juicio, contrastados con el ejercicio de la rebeldía y el supremo concepto de libertad.

Las últimas líneas de Herejes, en Génesis, llegan en la compañía de Mario Conde, quien, vencidos los arcanos, hace la síntesis de la investigación y su reflexión, expresada metafóricamente, queda reverberando ante el lector, para inquietarlo, para provocarlo, como debe ser en una gran novela.


Esmerada labor periodística

Raúl Olvera Mijares


Obras reunidas III. Crónicas 1,
Elena Poniatowska,
FCE,
México, 2012.

La labor periodística, dosificada en entregas regulares y en el mejor de los casos esperadas con ansia por los lectores, puede tornarse una forma de escritura incluso con alcances literarios. Hasta el tercer tomo de sus Obras reunidas aparecen las crónicas de Elena Poniatowska Amor (París, 1932). Dos ejemplos señeros del género son Las siete cabritas y Juan Soriano. Niño de mil años. Una figura tan apreciada por cofrades creadores de la talla de Octavio Paz, Juan García Ponce, Luis Cardoza y Aragón, María Izquierdo, Rufino Tamayo, Chucho Reyes, Luis Barragán, Ricardo Legorreta y Teodoro González de León. El gozne sobre el que parece descansar la selección es el trabajo de los artistas mexicanos, ya fueran pintores como el propio Soriano, María Izquierdo o Frida Kahlo; escritores como Pita Amor, Elena Garro, Rosario Castellanos e incluso Nellie Campobello (también bailarina), con la inclusión de Nahui Olin (la mujer del sol, la así bautizada Carmen Mondragón Valseca por el pintor Gerardo Murillo), modelo de grandes pintores como el propio Dr. Atl y Diego Rivera, o de fotógrafos como Edward Weston. Pionera en poner en relieve el trabajo de las mujeres mexicanas con fines estéticos, Poniatowska aprovecha sus crónicas que fueron viendo la luz en La Jornada y Novedades, entre otros diarios, sometiendo el material a nuevo reacomodo y escrutinio, el propio de un verdadero libro.

Si bien el periodismo cumple una función netamente ancilar en las letras, ésta no es pura, siguiendo la nomenclatura acuñada por Alfonso Reyes, es decir, no tiene el fin preponderante de provocar o causar la sensación de lo bello, sino que se vale de este medio para alcanzar sus propios propósitos, netamente informativos. La disposición del texto, las numerosas adiciones y supresiones, la sobria graduación emotiva del material, todos estos factores confieren una dignidad no sólo de testimonio histórico, sino de producto escriturario a estas reflexiones acerca de la vida y la obra de varios creadores nacionales, no sólo por el contenido sino por la forma. Es precisamente este trabajo periodístico, realizado con tanto esmero, el puntal de la obra de Elena Poniatowska.

Libre de erratas u otros dislates, la escritura depurada, bien horneada y dejada al reposo de los años constituye una de las mejores muestras del género de la crónica, el de más antigua prosapia, por cierto, en el periodismo; un género que se hermana con la maestra de la vida, la historia, que cuenta con egregios representantes entre los escritores de México, como el desaparecido Carlos Monsiváis, gran amigo y cómplice de grupo de la autora, así como Juan Villoro. El trabajo como cronistas de estos autores entre los que se encuentra Elena, es impecable y no hay necesidad siquiera de revisar sus tentativas más puras, más estéticas en las bellas letras, para constatar que se está ante la presencia de grandes plumas.


Secuestro

José Ángel Leyva


Migas de pan,
Azriel Bibliowicz,
Alfaguara,
Colombia, 2013.

Cuando una sociedad pierde confianza en las palabras, cuando muy pocos tienen palabra, a las palabras se las lleva el viento o no significan lo que dicen, a todas luces hay un problema no sólo de entendimiento sino de libertad, pues es cautiva de su propia trampa. Hace pocos años le escuché decir a Francisco González-Crussi, sabio de la medicina y de las letras, en casa de Susana Glantz y Jacobo Guzik, su amigo de la infancia, que un filósofo chino había propuesto, para una auténtica transformación cultural y social, una renovación de la lengua, eliminando o sustituyendo términos que habían dejado de significar lo que estaba escrito en los diccionarios y tergiversaban su aplicación real y cotidiana. Así, por ejemplo, “policía” en México implicaría también los significados de mordelón, extorsionador, delincuente con licencia, personaje o institución de la desconfianza; por otro lado, “político”, “juez”, “sacerdote”, “servidor público”, “derecho”, “abogado”, “patria”, “justicia”, “educación”, “izquierda”, “derecha”, “transición”, “progreso”, “equidad”, “derechos humanos”, “democracia”, son también palabras sospechosas en nuestro medio.

Tras la lectura de la novela Migas de pan, del colombiano Azriel Bibliowicz, esa idea expuesta por González-Crussi parece más lógica. La descomposición social de países como México y Colombia ha conducido a la utilización de una retórica que encubre el horror y la putrefacción en sus entrañas culturales. La historia que narra Bibliowicz nace de una situación abominable: el secuestro como industria, ejercido por diversos actores conscientes de la impunidad y el miedo que impera entre la población y las instituciones. Un viejo judío, sobreviviente del holocausto europeo, encuentra refugio, con su esposa, en la Colombia de finales de los años cuarenta, justo cuando también inicia el desangramiento del país tras el asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaytán, en 1950. El resto de esa historia podemos conocerla en la autobiografía Vivir para contarla, de Gabriel García Márquez; pero la historia de Josué, el judío de los campos de concentración en Siberia y de su mujer Leah, que salió de Auschwitz para inventar una nueva vida en un país extraño, sólo podemos conocerla en esta obra literaria donde la realidad es, además de irrefutable, exasperante.

Josué, secuestrado y probablemente muerto a manos de sus captores, no se sabe si de la guerrilla, una banda criminal o paramilitares, es una más de las víctimas de la decadencia moral que une en el silencio a las fuerzas vivas de la sociedad, y en la que nadie está exento de sufrir los efectos de la violencia, la corrupción, la impunidad, pero sobre todo de la degeneración de las palabras. El migrante Josué construye una casa en la que despliega una especie de teatro o museo llamado Gabinete de las Maravillas, con diversos salones dedicados a coleccionar objetos que representan la historia, el tiempo, el mito, el silencio, la naturaleza y, de manera particular, el Hospital de las Palabras, donde se propone curar y rescatar los términos lastimados por las mentiras, los odios y la violencia. ¿Cómo puede un país trastornado por el dolor, por la sumisión, por la resignación, por la indolencia, reflexionar sobre el lenguaje, causa y efecto de su miopía y su ceguera, de su enfermedad? El analfabetismo por un lado y, por el otro, la imposibilidad de recuperar el lenguaje para resignificar la realidad.

Bibliowitcz nos coloca ante el secuestro como acción perversa, criminal, pero sobre todo nos confronta con la pérdida de libertad de una comunidad incapaz de rebelarse ante las palabras que la hacen rehén, le sustraen la voluntad, la decisión de ser. Josué, el judío sobreviviente, le enseñó a su hijo Samuel, ya colombiano residente en Nueva York, que no se puede estar cómodo y contento si la libertad y la dignidad son palabras huecas. Entonces, Samuel comprende el significado de la frase de los secuestradores: Su padre está bien, “ya ni protesta”.

Migas de pan conduce hacia la representación de un mundo donde la memoria es un futuro ineludible; el porvenir se halla a nuestras espaldas. Suponer que el tiempo nos cura del pasado es una ilusión; el supuesto olvido despoja a las palabras de su experiencia, de sus significados. El futuro dependerá siempre de la lucidez de la memoria o de las tinieblas de su negación o engaño. Es decir, un yo con o sin el otro.


Mundos inciertos

Edgar Aguilar


Vientos machos,
Magali Velasco Vargas,
Nortestación Editorial,
México, 2013.

¿Hacia dónde dirigir la escritura? ¿Qué rumbo de los cientos de rumbos posibles tomar? La pregunta viene a propósito por las diversas voces narrativas que parecen entrelazarse en la presente selección de relatos, de la joven escritora veracruzana Magali Velasco Vargas (Xalapa, 1975). Libro un tanto confuso: Magali Velasco obtuvo con Vientos machos el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola en 2004, que publicó la Universidad de Guadalajara. Posteriormente publicó Tordos sobre lilas, editado por la Universidad Veracruzana en 2009. Aunque una compilación de relatos o de cualquier otro género bien puede tomar el título de un libro anterior del mismo autor, resulta muy apresurado –y a veces engañoso– hacerla, como en este caso, con apenas dos libros de cuento (Magali ha publicado hasta la fecha tres de dicho género). Entonces, el homónimo “Vientos machos” de pronto perturba, pero a lo mejor no es más que absurda suspicacia de quien esto escribe.

Así, Vientos machos se divide en dos partes: Vientos machos y Viento negro. La primera parte recoge aquellos relatos publicados en el primer Vientos machos (UDG, 2004); la segunda recoge los relatos de Tordos sobre lilas (UV, 2009). Es decir, dos libros en uno. No se puede afirmar que Vientos machos sea un libro irregular. Da la impresión, por el contrario, de que Magali Velasco se siente tentada a dejarse arrastrar por lo fantástico, viendo sin embargo en lo cotidianamente cruel otra forma de lo incierto. Hay que recordar que Velasco es autora de un ensayo notable: El cuento: la casa de lo fantástico. Cartografía del cuento fantástico mexicano (Tierra Adentro, 2007). Esta afinidad con lo fantástico, con aquello que de manera casi inadvertida se subvierte para transformarse en algo distinto, es precisamente lo que permea los cuentos más recomendables de Vientos machos. “Usted está aquí”, el relato que abre el libro, simple temáticamente, desemboca en un giro inesperado. Un grupo de amigos visita el cementerio Père Lachaise de París. Carlos y Rossana recorren las tumbas de artistas que descansan allí. La amiga que los acompaña y protagonista de la historia, en cambio, lamenta no haber podido ir a Montparnasse, donde reposan los restos de Julio Cortázar. En el laberinto de caminos y tumbas, la amiga se pierde. En su desesperación, se topa con una anciana que le indica el sitio en el que se encuentra. Logra orientarse. Al final del relato, descubrimos que la muchacha y la anciana parecen ser la misma persona.

“Madame Doublet”, “Vientos machos” y “Derecho de casa” buscan trastocar la realidad cotidiana. Son los cuentos más arriesgados y por lo tanto los más meritorios. La vida en Ciudad Juárez tampoco deja incólume la realidad; “Vecinos”, “Randi”, “Los amores fingidos” y “Tordos sobre lilas” dan angustiosa fe de ello: violencia, vacío y miedo transitan a su antojo por yermos escenarios que, más que precipitar la culminación de un acto perverso, sirven de indicio a lo inexorable.



Los orígenes del cine en México,
(1896-1900),
Aurelio de los Reyes,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2013.

Treinta años después, el clásico ensayo de De los Reyes –sin duda uno de los historiadores cinematográficos mexicanos más acuciosos– conserva intactas tanto su vigencia como su importancia. Originalmente publicado por la UNAM en 1972, once años más tarde el FCE lo incorporó a su catálogo; al año siguiente formó parte de la colección Lecturas Mexicanas y ahora aparece dentro de la colección Historia, del mismo Fondo. También cineasta e historiador en temas literarios y plásticos, De los Reyes aprovecha la ocasión para revisar y corregir aquella primera edición, con lo que por supuesto ganan los lectores, tanto aquellos que requieren este documento en un sentido académico, como quienes tengan el deseo, estrictamente personal, de conocer completa y a fondo la historia apasionante del modo en que, hace más de un siglo, la cinematografía llegó a nuestro país y de inmediato se convirtió en un ineludible referente sociocultural.