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En el veinte anivesario del ¡Ya basta!
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Los comandantes David y Tacho del Ejército Zapatista de Liberación Nacional observan el mitin de apoyo en Ciudad Universitaria, el 21 de marzo de 2001Foto La Jornada

Carta a los comandantes David y Tacho

Compañeros comandantes:

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ecordarán tal vez ustedes, como yo ciertamente lo recuerdo, que en la primera Escuelita, a mediados de este año 2013, el EZLN tuvo conmigo la atención, y yo la buena suerte, de designarlos mis votanes (guías, interlocutores, protectores). Por esta razón les dirijo esta carta pública, la cual va también para todos cuantos quieran dedicar un momento a su lectura.

Esta carta quiere ante todo celebrar los veinte años trascurridos desde aquel 1º de enero en que las comunidades indígenas del Sureste, organizadas en el Ejército Zapatista, irrumpieron a plena luz en la historia de México y de América Latina, tomaron cinco ciudades y dijeron ¡Ya basta!, exclamando sus agravios, sus razones y su programa de justicia y libertad.

Así comenzó esta aventura rebelde que lleva ya veinte años y todos los que todavía durará.

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Invocaron ustedes entonces como causa inmediata dos hechos capitales, cuyas secuelas estamos viviendo en la tragedia mexicana de estos días. Uno fue la modificación radical del artículo 27, pilar de la Constitución de 1917, abriendo la puerta al desmantelamiento definitivo del ejido y a la privatización del territorio mexicano a favor del capital financiero.

Y como causa convergente, denunciaron la subordinación de la nación a la economía, las finanzas y el mercado de Estados Unidos con la implantación del Tratado de Libre Comercio (TLC) a partir del 1º de enero de 1994, fecha en la cual la noticia de la insurrección del sur amargó los festejos de los poderosos por ese Tratado.

Veinte años después, esos dueños del poder acaban de completar la destrucción del artículo 27, abriendo de par en par las puertas a la privatización del petróleo y de las riquezas naturales de la nación a la potencia militar vecina, y entregando a su maquinaria militar nuestros recursos estratégicos. Así las petroleras regresarán con sus guardias blancas, sus militares y policías privados, sus territorios, sus espías, sus abogados, sus políticos a sueldo y su arrogancia imperial.

Estados Unidos y su máquina militar acaban de ganar en México el equivalente de una guerra de Irak, pero sin guerra y al otro lado de su frontera.

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El reparto agrario y la expropiación petrolera de los años del presidente Lázaro Cárdenas, cuando se hizo efectivo el contenido del artículo 27 no brotaron simplemente de la voluntad presidencial. Esa voluntad se fue reforzando y tomando cuerpo en las luchas de los campesinos, las comunidades indígenas, los trabajadores industriales, los electricistas, los petroleros, los maestros. Un viento de organización y de esperanza sopló sobre todo el territorio.

El sindicato petrolero nacional, heredero de las grandes luchas obreras de los años 20, se organizó formalmente en agosto de 1935. Nació en la pelea por sus derechos y su contrato colectivo. Lo rodeaba una marea de organización apoyada desde el gobierno. En 1935 hubo cerca de seiscientas huelgas grandes y pequeñas, casi todas resueltas a favor de las demandas obreras por las juntas de conciliación y arbitraje. En 1936, en La Laguna, el presidente Cárdenas dio razón a las demandas campesinas contra los latifundistas ingleses. Allí se inició la reforma agraria que llevó al reparto de unos veinte millones de hectáreas bajo la forma de ejidos o pequeña propiedad.

Sobre ese reparto agrario y la organización campesina se apoyó un audaz programa educativo, la educación socialista, llevado adelante por un ejército de maestros rurales que llegaron hasta el heroísmo al tener que enfrentar con sus cuerpos y sus vidas las guardias blancas de los terratenientes y de los cristeros.

Sin movilización y organización obrera el presidente Cárdenas no habría podido imponerse en 1935 sobre el ala callista y sus aliados militares y políticos y, entonces, abordar desde 1936 el reparto agrario. Y sin este reparto no hubiera tenido la base de apoyo y estabilidad para realizar en 1938 la expropiación del petróleo enfrentando a la vez a dos potencias mundiales: Gran Bretaña y a Estados Unidos.

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La organización de un pueblo en movimiento fue la clave de las conquistas mexicanas: educación, tierra, salarios, petróleo, bosques y una conquista inmaterial que los poderosos odian con ese odio cerval que destila Televisa en sus programas: la dignidad y el respeto como condición de vida y de comunidad de mujeres y hombres en todas las edades de la vida.

El objetivo último de la guerra sucia contra el pueblo mexicano que los gobiernos hoy llaman “guerra contra el narco” ha sido sembrar el miedo, paralizar por el desamparo y la pobreza, destruir la capacidad de organización y de respuesta. Para ello durante décadas han destruido y saqueado Pemex; han corrompido a sus funcionarios y su sindicato; han destruido el Instituto Mexicano del Petróleo; lo mismo han hecho con la industria eléctrica y con las organizaciones de los maestros, los petroleros, los electricistas.

El objetivo de esa guerra ha sido dejar al pueblo sin defensa y sin capacidad de reacción inmediata ante el golpe de mano contra el patrimonio y la soberanía de la nación, largamente preparado, que Poder Ejecutivo y Congreso de la Unión acaban de asestar.

Pero, como ustedes y nosotros bien sabemos, la conquista inmaterial de la experiencia, la dignidad y el coraje, producto de la vida y de esa historia, no han podido destruirla. Aquí está aunque a veces se esconda, se disimule o se cubra con máscaras de palabras o de silencios. Aparece después en los movimientos de los Indignados; en las irrupciones de los #YoSoy132 en medio de una desleída campaña electoral; en las manifestaciones de los maestros; en las protestas contra la injusticia de una justicia que encarcela a Yakiri y no halla a los violadores; en las calles de nuestras ciudades, en las normales rurales y en las defensas comunitarias que protegen Cherán y tantos pueblos azotados por la violencia del narco y del ejército.

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Estuve en la primera Escuelita, allá en San Cristóbal, a mitad de año. Lo que escuché en las palabras y vi en la presencia física de los expositores y las expositoras zapatistas, jóvenes todos que a la hora de la insurrección tienen que haber sido niños, fue una tarea larga de organización humana, de cuadros como se diría en el lenguaje de la izquierda, de hombres y mujeres que saben explicar y organizar para fines comunes y con palabras comunes para todos.

Eso no se logra en un día o en un año. Requiere una larga paciencia, saber escuchar y comprender y una cierta humildad en quienes la practican. Arrogancia y soberbia son sus enemigos mortales, esas virtudes de quienes nunca han organizado a nadie, ni en las malas ni en las buenas, pero han hablado y escribido mucho acerca de sus propias hazañas y personas.

Entre las cosas que allá escuché, anoté algunas:

* Somos trabajadores del campo y nos abastecemos y gobernamos nosotros mismos. Controlamos nuestro territorio y tenemos hoy 27 municipios autónomos. Tenemos un sistema nuestro de justicia donde nada tiene que ver el dinero. Hemos logrado gobernarnos entre nosotros y hemos hecho nuestra autonomía. Podemos decidir los planes de trabajo. Con esa libertad podemos conquistar otros corazones. Pueblo que no se organiza en si mismo, pueblo que no tendrá futuro.

* Nuestros responsables no reciben salario. Tienen que hacer su trabajo por conciencia. Tenemos nuestras autoridades propias en salud, educación y gobierno. Hemos avanzado por prueba y error en las decisiones. Así se formaron las Juntas de Buen Gobierno. Tenemos ahora veintisiete Municipios Autónomos.

Cada municipio son varias regiones, cada región son varios pueblos. Sistemas de educación y sistemas de salud hemos organizado en los municipios. Tenemos nuestros dispensarios. Es algo que nos llevó mucho tiempo. Sin nuestra presencia, ya se habrían apoderado de todos los recursos naturales y echado para afuera a las comunidades indígenas.

* Hay diez radios comunitarias en los cinco Caracoles. Tenemos nuestros dispensarios de salud en las cabeceras, pero también hemos habilitado saberes y conocimientos tradicionales en todo el territorio: hueseros, parteras y conocedores de plantas medicinales. Cuando el dispensario está lejos, a veces una compañera tenía que caminar cinco o seis horas desde el fondo de la selva y a veces parir en el camino en condiciones difíciles. Nos hemos dedicado a rescatar la vieja cultura y que el parto se haga en el pueblo con parteras locales. Lo mismo para la herbolaria o para el huesero en caso de fracturas o dislocaciones o dolores.

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Mucho más escuché, compañeros comandantes, pero ya esta carta es muy larga. Estoy escribiendo cosas prácticas y sencillas. Ustedes ya las saben pero otros, que todavía no, las leerán y sabrán.

Quiero decir, en fin, que lo que vi y escuché es experiencia, organización, conocimiento, confianza en las propias fuerzas y otras condiciones alcanzadas que tal vez quedarán para escrituras futuras, si el tiempo nos da vida y la vida nos da tiempo.

Reciban un saludo fraternal y mi gratitud por la invitación a la Escuelita y por la conversa de aquella tarde.

Adolfo Gilly