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Remirando la política interior
E

nero de 2014 podría ser la coyuntura para Enrique Peña para redefinir varias políticas; una de ellas, posiblemente la más apremiante, hubiera sido superar la pobreza de su política interior. Urge por elemental razón: nunca fue entendida con la altura necesaria, grandeza, dignidad y entrega al pueblo. Ni siquiera se le vio como un deber.

En su discurso inaugural Peña suscribió 13 compromisos. El primero decía: He instruido a los secretarios de Gobernación, de Hacienda, de Desarrollo Social, de Educación y de Salud, para la creación de un Programa Nacional de Prevención del Delito.

Del que, implantado en febrero de 2013, increíblemente todavía no vemos nada. Esa fue toda su visión de política interior, por lo menos en el privilegio de sus compromisos. Naturalmente no le faltaron referencias a la división de poderes y a gobernar con el pueblo. No calculaba aún los costos de esa visión tan pobre en un país de la complejidad del nuestro. Ninguna visión de la grandeza nacional. Prefirieron la diatriba.

Dos mil trece fue un año que sacudió a la política interior y con ello al gobierno. Los embrollos políticos y sociales hicieron que el sabio termómetro de la percepción popular cambiara de registrar dolorosamente inseguridad pública a la de experimentar violencia social. Importantes compromisos políticos que se contrajeron aquel primero de diciembre: acercar el sistema político a la sociedad o un sistema de justicia eficiente. Nunca ha habido mayor distancia ni menos eficiencia.

Ya en operación, esa política evidenció su inflexibilidad, el pésimo diseño orgánico de la Secretaría de Gobernación, y confirmó que no todos los nombramientos de funcionarios respondieron. Eso hubiera sido suficiente para aceptarse como alarma.

La primera ausencia de aquel entonces, y que es actual, ha sido la falta de un vigoroso encuentro con el pueblo, un vehemente exhorto a su cohesión, a la toma de compromisos, al abandono de individualismos, a la exaltación de todos los elementos aglutinantes en una sociedad que hoy está de cara a la violencia, a la necesidad y que, lo peor, se siente sola. Existe una percepción de un infortunio nacional que demandaba un gran paladín.

El Pacto por México, que como se quiera calificar fue un instrumento de gobierno, de voluntades más o menos concordadas y de intereses más o menos atendidos, no fue producto de la creatividad y ejecución de la política interior, no. Gobernación fue ajena a su creación. El pacto tuvo fuertes impulsos tecnocráticos, un total criterio economicista y reformista y su conclusión legislativa fue producto del entorno presidencial y de Hacienda.

Como resultado de tales vacíos, vaguedades y tropezones, hoy los graves problemas de raíces constitucionales, legales y de simple orden público se han desbordado. Las guardias comunitarias y la conflagración michoacana son de una consecuencia antijurídica tremenda y ¡¡cuidado!!, son producto de un estado de necesidad y simplemente no saben cómo enfrentarlas, ni imaginan un modus vivendi.

La lamentable situación del sistema político electoral, IFE y partidos, se encaró a base de concesiones y turbios desaseos, empobreciendo al ya lastimado sistema. El resultado fue antifederalista, complejo e inconfiable. Acotar el fuero legislativo se prometió pero ni se intentó.

La iniciativa de reforma educativa no se calculó en sus consecuencias y ahora el remitir a las bravuras opositoras sería una tarea de romanos hábiles y sabios. Ya pasa un año en que las manifestaciones de inconformidad están exhibiendo al gobierno como inepto y éste simplemente no sabe qué hacer, cómo salir del lío que no supo anticipar.

La delincuencia ha dejado atrás la demarcación de organizada. Hoy hay algo peor, la criminalización social. La necesidad y el dinero fácil están creando una deformación en los valores y conductas sociales de grandes consecuencias. Estamos creando una sociedad transgresora de la ley y no se enfrenta con la sabiduría que implicaría brindar autoridad moral, razonamiento y la educación social consecuente.

Nada se sabe de una política de población y con las graves deficiencias de la autoridad migratoria y de protección civil su ausencia se hizo evidente con las vergonzosas imágenes de la frontera sur, La Bestia y el huracán Manuel. Se les subestimó, no se les entendió como parte ingénita de la seguridad interior.

Los modestos avances para consolidar una inteligencia política legítima en lugar de superarse se enterraron. Se pervirtieron sus órganos y se desarticuló el sistema. Se les convirtió en auxiliares de la policía. Su consecuencia: la ignorancia sutil del acontecer político y social con sus costos inmediatos.

Esta sería una muestra de que con esos criterios no habrá la evolución hacia una política interior que es indispensable. Prevalecerá la visión pobre que en 2013 fue el límite del saber hacer.