Opinión
Ver día anteriorLunes 13 de enero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Los buenos baristas
E

n el lugar que frecuento decidieron hace ya algún tiempo cambiar el método de preparar el café. Dejaron de lado la cafetera tradicional, esa máquina con tubos, válvulas, manijas y teclas que se pone a la vista de los parroquianos como muestra de lo que ahí se ofrece. Ese artefacto que con unas buenas caldera y bomba, la selección de buen café y, sobre todo la pericia del barista para operarla, produce una bebida de sabor excepcional y gran calidad.

Ahora optaron por un aparato automático y provisto de cápsulas que sirve un café homogéneo y sin personalidad. En la variedad está el gusto, según se dice. Una cafetera sin barista es inútil, así como un barista sin cafetera es prescindible. El atractivo del mencionado lugar ha decaído notablemente y puede sustituirse sin pena alguna. La tendencia que avanza sin freno es a que todo sea igual en todas partes, que los sabores no se expresen de modo distintivo y que el trato personal en la relación entre los seres humanos se reemplace por patrones uniformes.

En el caso del café, como bebida, y del entorno que lo acompaña, esto significa, desde mi punto de vista, un serio deterioro. Pero ilustra la manera en que el automatismo suple la consideración de lo particular en el espacio social. Ahí está, por ejemplo, la generalización del modo de consumo: las mismas tiendas en todas las ciudades, con la misma mercancía y la equiparación de los gustos, y hasta de las aspiraciones de los individuos, es una manifestación de la uniformidad que se despliega en todos lados.

Tal uniformidad está asentada en la configuración cultural y hasta civilizatoria del capitalismo actual y va mucho más allá de las prácticas societarias, como la aparentemente simple de tomarse en buen café en un lugar público o comprar una prenda de moda o hacer turismo. Todo tiende a hacerse plano y sin relieves. El fenómeno abarca, entre otros aspectos relevantes, las condiciones de los mercados laborales, la prestación de servicios como los de la salud, las formas de ahorro en las pensiones y sus problemas de sustentabilidad y las transacciones financieras.

Se trata del terreno de las políticas públicas. Se advierte en las distintas fases del ciclo económico, ocurre en el auge como el largo y reciente que acabó en 2008 con la expansión del crédito y el surgimiento de burbujas altamente especulativas y, ocurre en la depresión con las medidas de ajuste generalizado basadas en la austeridad.

Véase el caso de la política monetaria. En Estados Unidos se ha aplicado desde el surgimiento de la crisis una fuerte expansión de la cantidad de dinero. La Reserva Federal interviene en el mercado y de manera sucesiva llegó a comprar hasta 85 mil millones de dólares diarios de títulos públicos y de hipotecas. Hace unos días esa cantidad se rebajó a 75 mil millones.

Con ello se ha dotado de gran liquidez al sistema financiero y se han mantenido bajas hasta el límite las tasas de interés. Sin embargo, los bancos no han aumentado la cantidad de crédito y han usado para fines internos y con una alta rentabilidad la mayor liquidez; en el caso de las inversiones productivas, éstas no han respondido a los incentivos de los nuevos precios relativos del crédito.

Los activos, es decir, esos títulos comprados por el banco central, han llegado a la exorbitante cifra de 4 billones de dólares (trillones según se mide allá). Esto representa la capacidad del gobierno (más allá de la independencia formal de los bancos centrales) para alterar el valor del dinero e imponer condiciones redistributivas de los recursos de la economía entre diversos grupos de la población. Junto con una política fiscal esencialmente restrictiva, la recomposición de las condiciones del mercado para la recuperación han sido no sólo ineficaces sino también muy ineficientes.

Estas medidas monetarias han repercutido en las condiciones financieras alrededor del mundo, sobre todo mediante las corrientes financieras y las entradas y salidas de capitales en diversas economías. Tanto cuando entran como cuando salen, esos capitales alteran las condiciones internas por su efecto en el tipo de cambio, la competitividad y los precios. Llegan a crear ilusiones.

Falta pues ver cómo se va a administrar la salida de la expansión monetaria por parte de la Fed en cuanto a sus tiempos y los ajustes internos en ese país y los demás. Ese banco tiene una influencia significativa en la economía mundial y las acciones de los últimos cinco años y medio se parecen a la cafetera de cápsulas. Se ha confirmado ya a la próxima presidente de la Fed y ella tendrá que reconvertirse en un muy buen barista que controle exactamente la presión, la temperatura, la limpieza de su máquina cafetera y que seleccione muy bien las mezclas del café que va a utilizar para intentar recomponer algo que se aproxime a una recuperación productiva, sin los chipotes de la especulación.

En todo caso, las cápsulas del café de la política monetaria se han usado conforme a los intereses internos de aquel país, mientras las repercusiones externas aparecen como efectos colaterales. Del mismo modo, la salida de la expansión monetaria se centrará no sólo en la recreación del empleo y del producto perdido en estos años, sino que tendrá que atender a la erosión del poder económico internacional. China ya tiene el mayor intercambio mundial de mercancías.