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Amor, comunismo y capitalismo emocional
E

n lo que se refiere a la relación entre el amor y la política –véase El amor, la modernidad y la política, en La Jornada, 3/1/14–, Alain Badiou es más que claro: Lo político es opuesto al amor; el amor empieza donde lo político acaba ( Metapolitics, 2005, p. 151).

Sin embargo, invocando su hipótesis comunista (hay otra organización social posible más allá de la propiedad privada y la desigualdad), subraya que podrían encontrarse en el comunismo, que abre nuevas posibilidades para el amor ( In praise of love, 2012, p. 73).

La hipótesis comunista –y el regreso a la vieja idea comunista (el surgimiento 1792-1871, el intento de su realización 1914-1976, y dos interludios cuando ganaba la reacción: 1871-1917 y 1976 hasta el presente)– se vislumbra en este contexto como una salvación tanto para la izquierda (The communist hypothesis, en New Left Review, enero/febrero 2008, y el libro bajo el mismo título, 2010), como para el amor, cada vez más mercantilizado.

Ya que –subraya Badiou– sólo más allá del capital y de los intereses materiales será posible reinventar el amor, vaciado del contenido y etiquetado de precio.

Y –hay que añadir– cuyos mecanismos (los sentimientos, las emociones, la seducción, el deseo) han sido convertidos por el sistema en dientes de la máquina de consumo.

Un buen ejemplo –y una muestra de que no es un proceso reciente– es la exposición Explorando el capitalismo emocional, de Mieke Bal y Michelle Williams (Museo del Arte de Lodz, 6/12/13-9/2/14, madamebproject.com), videoinstalaciones basadas en Madame Bovary (1856) de Gustave Flaubert, sobre la relación entre el capitalismo, las emociones y los aspectos comerciales del amor romántico.

El capitalismo emocional sería otro nombre para el consumismo.

En una contemporización de Flaubert para la cultura global, observamos a Emma que en una locura de compras compulsivas se endeuda para ir consumiendo, fracasa en sus intentos de amar, vive entre pasión, desilusión y aburrimiento, y cuando su casa es objeto de ejecución hipotecaria, decide suicidarse.

La historia de la esposa de un médico rural que mediante sus romances y el deseo de poseer las cosas quería escapar de las banalidades de la provincia, resultando ser una persona igualmente banal, fue considerada como una fuerte crítica de la vanidad de la vida burguesa (James Wood, Flaubert: a biography, by Frederick Brown, en: Counterpunch, 16/4/06).

Su primera traductora al inglés, Eleanor Marx –hija menor de Karl–, se interesó en el libro por sus convicciones políticas, viéndolo como una crítica de la condición de las mujeres en el régimen de la hipocresía burguesa y los ideales mercantiles ( Financial Times, 5/5/12).

Sin embargo la crítica y la burguesofobia de Flaubert –que no mostraba interés en política o economía, observaba sin simpatía el activismo de los comunistas como Marx o la suerte de Comuna de Paris– eran más bien estéticos (llevaba la misma vida que diseccionaba: “ Madame Bovary c’est moi!”) y fueron objetados por los marxistas.

Sartre le reprochó dejarse seducir por los valores burgueses; Barthes, tratar de revalidar la forma de la novela en términos capitalistas (Laurence M. Porter, Eugene F. Gray, Gustave Flaubert’s Madame Bovary: a reference guide, 2002, pp. 131-132).

La superficialidad de la crítica de Flaubert –nada radical, como insisten Bal y Williams– emana de la exposición y de las tesis del extenso (y vago) programa. La historia de Emma ya no es ninguna acusación, sino parte integral del sistema (las mujeres de hoy saben lo que es endeudarse para tener cosas).

La más reciente traducción de Madame Bovary, de Lydia Davis ( The Guardian, 28/11/10), apareció en entregas en Playboy, publicitada como la “más escandalosa novela ever”.

Julian Barnes, uno de los principales flaubertianos, recuerda que los editores en Estados Unidos bautizaron a Emma como un arquetipo del ama de casa desesperada (vide: la teleserie), algo... no tan lejos de la verdad, ya que –según Barnes– Madame... es en efecto “ the first great shopping and fucking novel” (sic) (London Review of Books, 18/11/10).

Un libro no sobre el amor, sino sobre su ausencia y –sigue Barnes al margen de los comentarios de Davis sobre Emma, una heroína que no piensa, ni siente– sobre (no) pensar y (no) sentir.

Un término que a su vez brilla por su ausencia en las exploraciones del capitalismo emocional (Bal/Williams) y que une el capitalismo y el amor, es el fetichismo, una categoría crítica tanto de Marx, como de Freud o Lacan.

El autor de El capital explicando la naturaleza fetichista del dinero y laas mercancías apuntaba incluso que las mercancías están enamoradas del dinero.

Según Slavoj Zizek –que junta a Marx con el sicoa­nálisis–, en el capitalismo tardío los placeres individuales son parte integral de lo público; el fetichismo ya no es una aberración, sino un necesario e inconsciente mecanismo ideológico que sostiene el sistema, en que el constante deseo de poseer más mercancías (sin perspectivas a satisfacer) sanciona su vitalidad, (Adrian Johnston, Badiou, Zizek, and political transformations, 2009, p. 118).

Así estamos sumergidos en ideología y emociones: triunfa la economía conductual (Robert J. Shiller), que explica todo a través de emociones en el mercado; pronto los sensores en las pantallas escogerán la publicidad según nuestros datos emocionales ( El País, 11/1/14).

En un momento Badiou cita a Pessoa, que decía que el amor es una idea ( In praise..., p. 87), no un sentimiento, sino pensamiento, un claro contraste con (no) pensar de Emma que no ha conocido el amor.

Es justo lo que necesitamos para contrarrestar el capitalismo emocional: más ideas, teorías, organización, y el retorno a la idea comunista como una base para una nueva política de izquierda.

Pero, ¿cómo vencer el fetichismo de la mercancía, algo, como todo el fetiche, difícil de tratar?

Ojalá no sea igualmente duro que encontrar una cura para el amor.

* Periodista polaco