Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 19 de enero de 2014 Num: 985

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Antonio Gramsci:
la cultura y
los intelectuales

Arnaldo Córdova

Reformas neoliberales: las razones sin sentido
Sergio Gómez Montero

La tumba de John Keats
Marco Antonio Campos

La Ley del libro
José María Espinasa

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Breves del metro
Jesús Vicente García
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Rodolfo Alonso
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Alonso Arreola
Twitter: @LabAlonso

Es mi placer inducir al Salón de la Fama
del Rock & Roll a…

El otro día nos quedamos pegados al televisor. El canal TNT retransmitió la ceremonia del Salón de la Fama del Rock & Roll. Evento anual, en su edición de 2013, indujo a Dona Summer y Albert King (ambos post mortem, claro está), así como a Heart, Public Enemy, Randy Newman y, finalmente y tras una larga y dolorosa espera para millones de fanáticos, al trío de rock progresivo canadiense Rush. También hizo reconocimiento especial a Quincy Jones y Lou Adler (ambos con la estatuilla Ahmet Ertegun por Logros de Vida). Ahora bien, ¿por qué comentar un espectáculo considerado por muchos menor que los premios Oscar, Grammy, Emmy, Tony o MTV? Precisamente por eso, por su naturaleza rockera.

La inducción al Salón de la Fama suele ocurrir con relajación, espontaneidad y un ambiente vibrante, más honesto que el de las ceremonias acartonadas que han trasladado su fuerza a la estúpida alfombra roja. Además, créalo o no nuestra lectora, nuestro lector, su producción sonora y visual es superior. Ante la duda, una prueba: busque el discurso de Harry Belafonte induciendo –tras la presentación del cineasta Spike Lee– al conjunto de rap Public Enemy. Observe la filmación y la edición; sienta su sincero mensaje político y social.

Así las cosas, se nos ocurre hablar de esto, principalmente, porque fue un domingo 19 de enero, hace veinte años, cuando entraron al Salón de la Fama del Rock & Roll los nombres de The Animals, The Band, Duane Eddy, The Grateful Dead, Elton John, John Lennon, Bob Marley y Rod Stewart. Un puñado de artistas notables. Se nos ocurre hablar de esto, además, porque ya han sido expuestos los nuevos miembros que entrarán en 2014: Cat Stevens, Daryl Hall & John Oates, Nirvana, Kiss, Linda Ronstadt y Peter Gabriel. Como recipientes especiales se ha elegido a Andrew Loog Oldham y Brian Epstein (premios Ahmet Ertegun por Logros de Vida) y a The e Street Band (Premio por Excelencia Musical).


Andrew Loog Oldham

Ahora, ¿qué reconoce exactamente el Salón de la Fama? Sí: calidad, innovación y productividad pero, sobre todo y según hemos visto en la mayoría de los casos, lo que valora es la necedad, la resistencia, la permanencia; la concentración en un proyecto que madura por décadas o, en casos excepcionales, que con una vida corta fue tan poderoso para establecer “un antes y un después” en la historia de la música o de su industria. Claro que no todos los jueces coinciden. Mucho menos los melómanos que atentamente esperan la entrada de sus dioses personales al Olimpo. De allí las decepciones, desalientos y discusiones.

Sobre los recién seleccionados, algunos dirán que lo de Nirvana responde a su contexto histórico y a la mercadotecnia de un suicidio; no a su estricta relevancia o revolución estética. Otros argumentarán que Hall & Oates lo merecen menos que otros contemporáneos. Los de más allá señalarán que Linda Rondstadt y la E Street Band, incluso con sus largas trayectorias, llegaron allí por conveniencias de género (sexual y musical), o por el peso de quienes se han involucrado con ellos.

Lo que vemos difícil es que se cuestione el ingreso de Cat Stevens, Kiss y Peter Gabriel, así como el buen tino de inducir juntos a Andrew Loog Oldham y Brian Epstein. Estos últimos nombres pueden resultar un tanto oscuros para los no iniciados pero se trata, nada más y nada menos, de quienes manejaron a The Rolling Stones y The Beatles respectivamente, en los momentos más importantes de sus carreras. Oldham, septuagenario, aún vive. Epstein perdió la vida por una sobredosis siendo joven. El primero trabajó para el segundo y por ello pudo desarrollarse en una de las más activas escenas de los sesenta. Ambos merecen luz, pues la tarea de un verdadero manager va más allá de conseguir conciertos y contratos en la expansión de una imagen. Tiene que ver no con vender a un grupo a como dé lugar, sino con entender su origen, motivación y sentido para hacerlo crecer congruentemente. Estos tipos fueron empresarios pero sobre todo amigos, cómplices, productores y visionarios en un mundo fértil, pero desconocido.

Finalmente, observamos estas faramallas gringas porque, al menos en terrenos del pop y del rock, mucho podríamos aprender. Sin malinchismos de por medio: acabamos de toparnos con Panda en otro canal de televisión. Escuchando a esta banda representativa de nuestro rock nos dan ganas de vomitar. ¿Cómo se puede ser tan, pero tan malo y “hacerla”? Tal vez faltan eventos como el que hoy nos motiva; filtros, jueces que contengan la boñiga y echen luz sobre trayectorias con valor, aunque sean menos aplaudidas. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.