Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 19 de enero de 2014 Num: 985

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Antonio Gramsci:
la cultura y
los intelectuales

Arnaldo Córdova

Reformas neoliberales: las razones sin sentido
Sergio Gómez Montero

La tumba de John Keats
Marco Antonio Campos

La Ley del libro
José María Espinasa

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Breves del metro
Jesús Vicente García
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Rodolfo Alonso
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

La razón perpleja

La dirección, el guión, la producción, la edición, un papel coprotagónico y hasta la música de Upstream Color (EU, 2013) corren a cargo del matemático y exprogramador de simuladores de vuelo Shane Carruth, quien hace nueve años dejara un grato –aunque para Muchagente solamente extraño– sabor de boca con Primer (2009), su ópera prima. A sus cuarenta y un años, Carruth parece haber asumido dos decisiones creativas que uno, como espectador, no puede sino agradecer: la primera, tomarse el tiempo necesario para concebir, preparar y realizar un filme, sin que importe si en ese triple proceso transcurre prácticamente una década; la segunda, asumirse como un autor bastante poco preocupado por conformarse con, y dar satisfacción a la progresiva, implacable y deplorable mediocridad en la que, de súbito, uno descubre que chapalean cineastas a quienes, ya sea por hechuras, temáticas elegidas o –en algún momento– bien ganado prestigio, se daría por poseedores de algo que Carruth claramente tiene, y de sobra: osadía.

Ya la rebautizaron en español con el más bien sonso nombre de Los colores del destino, pero antes de llegar a la cartelera comercial, al menos en un certamen fílmico –el Riviera Maya Film Fest 2013–  fue programada como Color contracorriente. Es claro que los rebautizadores no entendieron gran cosa del filme y, en consecuencia, hicieron lo que mejor –o lo único que– saben hacer: sorrajarle una de sus palabrejas favoritas, de cajón, tal como “destino”, a un filme cuya definición resulta más bien peliaguda. En su descargo, debe decirse que Upstream Color no es, por cierto, del todo entendible, si por esto último se entiende –valga la no redundancia– aquello a lo que la ya referida medianía tiene acostumbrado al ya mencionado Muchagente: un arco dramático tradicional, sencillito, sin digresiones, metatextos, yuxtaposiciones de orden semántico ni simbolismos que rebasen el nivel de la más palmaria y digerible de las significaciones y, desde luego, que vaya tan rápido como sea posible del punto a al punto z.

Una forma otra

Atenidos a siempre esperar de un filme poco más –o nada más– que la sucesión tranquilizadora del planteamiento de un conflicto en ascenso, seguido inmediatamente por un clímax narrativo convencional y después, de manera más que previsible, por un desenlace que haga las veces de catarsis; atenidos, pues, a la repetición inalterada del ritual-de-contar-una-historia en su versión más elemental, Upstream… sólo podría ser decepcionante, quizá en mayor medida de lo que haría una cinta del montón, de las muchas que, más bien, apelan al adormecimiento abúlico de quien ha visto aplicada una receta las veces suficientes como para no sólo esperarla sino hasta desearla y deplorar su ausencia; todo esto, inevitablemente, en desmedro de alguna posible originalidad en algún otro aspecto, comenzando por el modo de abordar el tema que se haya elegido.

A propósito de esto último, el tema y la manera de abordarlo, tampoco se hallarán complacencias ni facilismos en Upstream…: cuando uno cree estar frente a un cuento cientificista con ribetes apocalípticos, de pronto se descubre mirando una alegoría de la alienación del hombre por el hombre, sólo para sentir, poco más adelante, que mejor dicho aquello se trata de una lucha por zafar la existencia propia de un tren de vida que muy poco tiene de digna de ser vivida, para acabar quizá con la convicción de que hay ahí una historia de amor, pero bastante antípoda a lo que suele ser así considerado; que hay ahí un thriller pero sin suspensos de bisutería de ésos a los que en otra suerte de cinematografía nos tienen acostumbrados; que hay ahí, también, una coloratura de ciencia ficción, pero ayuna de los habituales asideros de representación icónica que hagan de la que se cuenta en Upstream…, una historia “como dios manda”, que hable de futuros ominosos e ingobernables si acaso no llega un the One, el bueno de la película, a salvar al mundo todo.

A lo que Upstream… apela, a contrapelo de todo lo anterior, es a otro tipo de asociaciones del intelecto, a una forma otra de aprehender lo que se cuenta y, sin duda, a la no pasividad de un espectador que, para no quedarse del todo fuera, en la medida de lo posible y aunque sea durante la hora y media que dura este color contracorriente, deberá soltar los nudos apolíneos con los que, de modo habitual, acude al cine. Si la sensación final es de perplejidad, posiblemente Carruth habrá logrado buena parte de lo que se propuso.