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Saquearon nuestras casas; no dejaron ni una cuchara
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Periódico La Jornada
Sábado 25 de enero de 2014, p. 6

El Camalote, Mich., 24 de enero.

Esta es la primera vez en un año y medio que los Bravo se paran por estas tierras. Vuelven a sus casas, abandonadas y saqueadas, en las que Los caballeros templarios no dejaron ni los cubiertos.

Lo primero que hacen Matías y Homero Bravo es colgarse al hombro listoncitos blancos que los identifican como policías comunitarios. Buscan tramitar sus credenciales, convencidos de que la colusión de los gobernantes con el crimen organizado no les deja otro camino.

“Los malandros dicen que ‘todo mundo tiene su precio’. Afortunadamente los comunitarios no tenemos precio. Por eso somos lo únicos que vamos a poder acabar con el crimen organizado”.

La tragedia de los Bravo se repite en muchos lugares de Michoacán, donde centenares o acaso miles de personas han sido despojadas de vehículos, casas y terrenos de cultivo por el cártel de los templarios.

En el caso de los Bravo, las casas siguen ahí, aunque hechas una ruina.

La tragedia de esta familia comenzó el 17 de junio de 2012, cuando el viejo Matías recibió como regalo del Día del Padre el asesinato de su hijo Rafael.

La familia no pudo ni completar el novenario. Al tercer día, mientras rezaban en el rancho del viejo Matías, recibieron la noticia de que los sicarios habían entrado a sus casas y los andaban buscando.

Once miembros de la familia huyeron por las brechas mientras sus casas eran saqueadas. No dejaron ni una cuchara, dice Homero Bravo, el único de los hijos vivos que sigue en México. Los otros tres están trabajando en Estados Unidos, uno con papeles y los otros dos indocumentados.

De próspero agricultor, Matías pasó a vivir en Jalisco, en una casita rentada, y a sostenerse de la venta de ropita de segunda que una hija les manda a él y a su esposa.

Al llegar a la cabecera municipal de Coahuayana, la primera acción de los Bravo es inscribirse en las autodefensas: quieren tramitar sus credenciales de policías comunitarios. Padre e hijo dudan durante algunos minutos sobre si regresar a su comunidad, a unos 10 minutos en coche de la cabecera. Los guardias comunitarios tienen que decirles una y otra vez que todo está tranquilo para que se decidan.

Los Bravo invitan a La Jornada a acompañarlos en la que será su primera visita a sus casas después de que Los caballeros templarios los echaron porque respingaron a la hora que les aumentaron la cuota.

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Vigilancia de guardias comunitarios en el municipio michoacano de CoahuayanaFoto Víctor Camacho

Durante mucho tiempo habían dado 10 mil pesos por corte de papaya o plátano, y de un día para otro los sicarios exigieron 20 mil.

Desde varios meses antes, cada vez que les caían, reclamaban a los Bravo sus constantes visitas a Tecomán, Colima. Ese fue el delito más grande que cometimos, porque a todo aquel que iba a Colima lo relacionaban con el grupo criminal de Jalisco (el cártel rival), dice Homero, poco antes de entrar a su casa, o lo que quedó de ella.

Los sicarios, efectivamente, se llevaron todo. Dejaron las tazas del baño porque estaban muy pegadas. Además de muebles, ropa y enseres domésticos, se llevaron vehículos y toda la maquinaria que los Bravo usaban para la cosecha de la papaya y el plátano.

Dieron la orden de que nadie cerrara las puertas, por lo cual las casas se llenaron de hierba y alimañas. Los murciélagos vuelan en las recámaras.

Con la salida obligada de esta familia, 40 personas de la comunidad se quedaron sin empleo. Las autodefensas nos pedían que volviéramos, no porque seamos valientes, sino porque a mucha gente dábamos trabajo.

–Es obvio que no presentaron ninguna denuncia.

–De ninguna persona de aquí hay una denuncia, por miedo al Ministerio Público. Si yo iba a poner mi denuncia, de allí le hablaban al encargado de la plaza –se lamenta Homero.

La última vez que les quisieron subir la cuota, los hermanos se opusieron. ¿Cómo voy a trabajar pa ti? Vente conmigo, ponte una bomba (de fumigación) como nosotros y cómo no, te pago, fue la respuesta.

El tono no le gusto a El Negro, el jefe de pistoleros de los templarios.

El retorno de los Bravo, si es que retornan, no será inmediato. Están esperando que el gobierno garantice la seguridad de todo el municipio, que haga el trabajo que no ha hecho durante mucho tiempo.

Para ellos, el problema no está resuelto ni se resolverá mientras el gobierno no haga su trabajo, y menos si se insiste en el desarme: Ahora que uno quiere defender su vida misma y la de su familia, pues es delincuente. Y el que realmente anda delinquiendo está libre.