Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 26 de enero de 2014 Num: 986

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La melancólica
sonrisa del editor

José María Espinasa

La vida es un viaje
Vilma Fuentes

En tierras de Vallejo
Juan Manuel Roca entrevista
con Juan Gelman

Gelman, en el
nombre del hijo

José Ángel Leyva

Carta abierta a
Juan Gelman

Tres poemas inéditos
Juan Gelman

Tres rostros en una obra
Marco Antonio Campos

La palabra de
Juan Gelman

Hugo Gutiérrez Vega

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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Luis Tovar
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Entre ricos y pobres

“El problema de los privilegios que tienen unos y las desventajas de los otros amenaza con extenderse durante generaciones”: esta es una de las aseveraciones contenidas en una nota de la agencia noticiosa DPA, publicada el pasado martes 20 de enero. Con datos de la organización británica Oxfam, especialista en estos temas, se informa que actualmente “las 85 personas más ricas del mundo acaparan el equivalente a lo que posee la mitad más pobre”, agrega que “las élites acomodadas han cooptado el poder político y definen las reglas del juego económico, socavando la democracia […] tanto en los países desarrollados como en desarrollo”, y remata definiendo como “un sueño” eso que gobiernos de toda laya, color y latitud jamás se cansan de prometer: igualdad de oportunidades.

Puesto que se trata del contexto real en el que, de manera evidente, se apoyan las tramas de un par de filmes actualmente en cartelera –en muchos otros aspectos sin punto alguno de comparación, e incluso en ausencia total de cercanía o parecido–, no está de más tener en mente la situación arriba descrita; en pocas palabras que, junto con la felicidad, lo peor distribuido en este mundo es la riqueza.

Cada uno a su manera, los filmes en cuestión, Blue Jasmine (Woody Allen, EU) y ¿Qué le dijiste a Dios? (Teresa Suárez, México), ambos de 2013, se hacen eco de la profunda, estructural y convenencieramente mantenida desigualdad económica que, muy lejos de afectar sólo a países pobres, es el sello característico de todos los modelos socioeconómicos vigentes hoy en día, sin importar si se trata de superpotencias o de patios traseros, como es el caso respectivo en las películas mencionadas.


¿Qué le dijiste a Dios?

Interesada en contar más el fall (caída) que el raising (ascenso) de la famosa frase, Blue Jasmine enfoca la mirada no tanto en la suerte de su protagonista, llamada precisamente Jasmine –una soberbia Cate Blanchett, que se merece no sólo el Oscar sino premios de a de veras–, sino en la dificultad tremenda que a esta mujer otrora materialmente enriquecida hasta la opulencia más insultante, le supone avenirse a la única verdadera democracia que cualquiera tiene bien a la mano: la pobreza.

Por su parte, ¿Qué le dijiste a Dios?, y sin que sea claro si se debe a una decisión deliberada o a mera inconsciencia, muy pronto en el pietaje desdibuja la que de todos modos es la verdadera miga de su asunto: la inveterada, robusta, segregadora división de clases, ésa que cualquier sociólogo serio bien puede calificar como mera prolongación de la sociedad de castas que venimos reproduciendo, con variaciones en el fondo irrelevantes, desde la época de la Colonia.

Colmilludo y en indiscutible dominio absoluto de sus temas predilectos, sus muchos recursos narrativos y su capacidad para conferirle profundidades insospechadas a una trama sólo aparentemente sencilla y lineal –hermana empobrecida se refugia en casa de hermana siempre pobre y pasa las-de-Caín por ello–, Allen le pega si no un golpe contundente, sí un buen rodillazo en las gónadas a dos de las derivaciones más deplorables de la sociedad occidentalmente organizada: por un lado, la ambición desmedida de riqueza, de ser preciso encaramada sobre cualquier consideración de índole ética, y por otro el abismo insalvable que, a partir de las posesiones materiales o su carencia, se abre entre seres humanos que ya sólo pueden tratarse entre ellos como si de verdad unos fueran más o mejores que los otros.

En cambio, para Suárez pareciera funcionar aquello de “no vales por lo que tienes sino por lo que eres”, sólo que exactamente al revés: las chachas –así llamadas las trabajadoras domésticas de casa rica– de su historia sólo se sienten reivindicadas cuando, para desquitarse de las afrentas según esto laborales pero definitivamente de clase que suelen sufrir, agarran sin permiso los costosísimos vestidos de sus patronas y se van “al pueblo” a lucirlos. Poco importa, de verdad, si las canciones son del hace mucho improductivo Juan Gabriel, o que se trate de un musical muy mediocremente coreografiado; lo que pone los pelos de punta es el sustrato, clavado para telenovela: a la gente pobre no le importa la pobreza mientras haya señuelos lindos que la distraigan, ya sea disfrazarse de “damas” –como si no lo fueran si no traen puesto un Louis Vuitton–, bailar bonito, enamorarse o las tres cosas.

Vistas ambas propuestas, entre ricos y pobres pareciera existir una distancia tan grande, y no por cierto de orden material, como la que va de la realidad sin maquillaje a la quimera complaciente.