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Gelman: poesía, política, revolución
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uenos Aires. El poeta Juan Gelman murió y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner decretó tres días de duelo nacional, con las banderas a media asta. En los días siguientes, con una sensación térmica de 40 grados sostenidos desde hace un mes, los medios publicaron comentarios, ditirambos, elegías. Más de cien, en la primera semana.

Testigo y protagonista de cuanto ismo ideológico y literario sacudió las filas de las muchas izquierdas, Gelman surcó, como el Ulises de Homero, las aguas endemoniadas de una época que no volverá. Y se fue cuando justamente, en el bar Los 36 Billares (ícono de la Avenida de Mayo fundado en 1894) empezaban las remodelaciones destinadas a reconvertirlo en pizzería y lugar de comidas rápidas.

A partir de ahora, los guías de turismo recordarán que durante 115 años circularon por allí Leopoldo Lugones, Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Federico García Lorca, Raúl González Tuñón, el propio Juan y otros, mientras en el subsuelo sonaban las bochas de los mejores jugadores de billar del mundo y en un rincón las parejas que flores de un día son bailaban al compás de los tangos de Ariel Ardit o Esteban Morgado.

Si Borges afirmaba que el tango es una forma de caminar, Gelman reviraba diciendo que es una forma de conversar. El baile venía después. El baile que llevaba al descuido de las tareas revolucionarias, según los estalinistas, o al sentimentalismo pequeñoburgués, según los trotskistas.

Entre ambas premisas, el poeta que a los cinco años vio pasar por su barrio el cortejo fúnebre de Carlos Gardel (1935), publicó Gotán (1956) y poco después viajó a la Unión Soviética y China. En la tierra del Gran Timonel, Gelman intuyó que sólo la poesía podía compensar las tribulaciones de toda revolución. Porque si al decir de James Joyce la más fantasiosa poesía sería una revuelta en contra de la realidad, Paco Ibáñez cantó que además podía ser un arma cargada de futuro.

¿Cómo vislumbró Gelman el futuro? En el poema Bellezas, escribió: “Octavio Paz Alberto Girri José Lezama Lima y demás obsedidos por la inmortalidad creyendo / que la vida como belleza es estática e imperfecto el movimiento impuro / ¿han comenzado a los cincuenta de edad / a ser empujados por el terror de la muerte? (…) ¿por qué se afilian como viejos a la vejez? / ¿Por qué se pierden en detalles como la muerte personal?”

Lírica desconcertante para quien la vida depararía golpes tan fuertes como los sentidos por su gran maestro, el cholo (César) Vallejo. Como fuere, Gelman tenía razón: La poesía puede hablar de todo, porque el único tema de la poesía es la poesía. O bien: “…peor que el poeta que vende poco es la situación de la gente que no puede leer, no sólo por el precio del libro, sino por la situación de pobreza, que me parece más grave”.

Surgida poco antes o después de 1930, la generación de Gelman se echó a las espaldas el arco de opciones que arrancaron con la Comuna de París para tomar el cielo por asalto, la revolución bolchevique, la guerra civil española, las luchas anticoloniales del Tercer Mundo y el insobornable ejemplo de la revolución cubana.

El Partido Comunista (PCA) expulsó a Gelman de sus filas en 1964, cuando el Che y la revolución cubana sostenían que sólo en la lucha violenta contra la violencia se podía triunfar. Así, a diferencia de Julio Cortázar (mi ametralladora es la literatura), el poeta pasó a revistar en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), integradas por disidentes del PCA que ponderaban la potencialidad emancipadora del peronismo obrero y combativo.

En 1973, la fusión de FAR y Montoneros hizo que el sociólogo José Aricó calificara el hecho de el acontecimiento más importante de la época. En Montoneros Gelman alcanzó al rango de teniente y en 1978, año del Mundial de Futbol, puso el cuerpo difundiendo en Argentina las causas de los operativos políticos militares contra la dictadura militar.

Buena parte de los comentarios de estos días giran en torno a los alcances simbólicos del decreto de Cristina, medida que el escritor Mempo Giardinelli calificó de “…gesto inusual que entraña una valoración que trasciende la figura y la obra de Gelman”. Añade: “…no deja de ser impresionante el gesto del gobierno, sobre todo en momentos en que las aguas de esta nación se ven turbias, y los calores extremos sofocan espíritus como nunca”.

Duelo oficial y modo de legitimar al universo de militantes, activistas y luchadores sociales que, sin las garantías de un estado de derecho, adhirieron en su contexto a una ideología, asumiendo el compromiso y prácticas políticas concretas.

En tal sentido, sería de esperar que no haya confusión alguna. Porque en el decenio de 1960 y 1970, los afanes de Gelman y de miles de cuadros de las organizaciones armadas revolucionarias representaron el sujeto activo y colectivo más serio de transformación de la historia argentina.

Para Berta Shuberoff