Opinión
Ver día anteriorJueves 30 de enero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La otra crueldad
C

omo cada año, y cumpliendo a cabalidad como siempre sus compromisos, el grupo de creadores que dirige el teatro El Milagro presenta una corta temporada con obras y escenificaciones de los estados, bajo el rubro general de Lenguajes periféricos del teatro mexicano. Esta vez abre el encuentro Yucatán con una obra de Conchi León, bien conocida en todo el ámbito del país y en especial, aparte de su ciudad natal, Mérida, en la capital en donde se presenta con cierta regularidad en diferentes escenarios. Esto, sin contar con sus idas a Estados Unidos, en donde ha llevado algunas obras, la emblemática Mestiza power que la dio a conocer e incluso ésta de la que hablamos, que parece ser uno de los textos a los que la autora tiene más apego y que también en nuestra ciudad ya se había presentado en el foro de Carretera 45. Enrique Mijares, el acucioso investigador de Durango publicó una antología de sus obras, aunque es bien sabido que el talento y la gracia de Conchi no se agotan en el papel, sino en sus montajes como corrobora La otra crueldad puesta en esta temporada.

Contra lo que se pueda pensar de su malicioso título, que trae a la mente los feminicidios y todas sus secuelas, La otra crueldad es una historia de amor compartido con final feliz. Es muy posible que se cuente de atrás para adelante y mi lectura es que ambas parejas, la más madura del inicio y la otra, más joven, sean la misma que evoluciona hasta la convivencia, con un lazo de unión que serían las rosas y sus espinas. No ignoro que la dramaturga habla de dos parejas cuyo amor tiene final feliz, pero no se entiende la razón de que sean dos, sin conocerse ni tener relación de alguna clase y me parece que eso desdice de la puntual dramaturgia de la teatrista yucateca –con todas las exploraciones que la autora hace al respecto en sus diferentes obras. Jaime Chabaud ha escrito de la deliberada ambigüedad del texto y es eso precisamente lo que permite las más variadas interpretaciones.

Pienso que un análisis desinteresado es material de quien hace –o intenta hacer– crítica más allá de un comentario en las redes de Internet (aunque éste sea un excelente apoyo para el trabajo) y ello supone una reflexión, así sea mínima, sobre lo visto. Esa reflexión a lo mejor contradice lo que el autor o la autora intenta, pero es obligación de quien ocupa un espacio en un periódico escribir sin cortapisas lo que ha aprehendido de un montaje. Haciendo memoria, sigo sin comprender que se trate de dos parejas, la de los jóvenes –con el monólogo que lo enfrenta al público, bajo una cuadrada luz cenital–, del joven que alguna vez tuvo seis dedos antes de que llegue su enamorada.

La escenificación se abre con un hombre semidesnudo sentado en una banca, las piernas abiertas y entre ellas una mujer a la que peina con un cuchillo mientras ella le va arrancando las espinas de la mano a lo que el hombre responde con gemidos de dolor. Ella le dice: “La verdadera crueldad de las espinas no reside en tenerlas, sino en irlas perdiendo dejándolas perdidas en la azorada piel…” De allí el metafórico título. En un momento dado bajan del telar unas cadenas (la banca ya ha salido de escena) y a ellas se sujeta una hamaca que será el lecho de esa pareja durante el resto del montaje. Él y Ella se imaginan que engendran otros hijos ante la huidiza entrada de un muchachito con sudadera de capucha y mochila, al que se supone que le dieron todo lo que ellos no tuvieron, sea de verdad el hijo o una más de las cosas inciertas que Conchi León añadió a su obra y viene el diálogo de si yo fuera mi madre, si yo fuera mi padre antes de que traten de imponerse a un invisible niño la mujer y a una invisible niña (el hombre).

No hubo programas de mano, pero se puede añadir que la dirección y la dramaturgia son de Conchi León, la iluminación de Esaú Corona y los actores, además de la autora, son Miguel Ángel López, Oswaldo Ferrer no muy conocidos por mí, por lo que no puedo asignarles papel y Fernanda Flores como la enamorada joven.