Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de febrero de 2014 Num: 987

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El bestiario humano
de José Emilio

José Ángel Leyva

La huella radiante de
José Emilio Pacheco

Juan Domingo Argüelles

Pacheco, el soberano
Ricardo Guzmán Wolffer

Creación del poeta
o malinterpretación
de Blake

Marco Antonio Campos

Poemas
José Emilio Pacheco

Carta a José Emilio Pacheco, con fondo
de Chava Flores

Hugo Gutiérrez Vega

También este año me atormenta la noche
Yorguís Kótsiras

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Columnas:
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Beckett, la conversación psicoanalítica

Es conmovedora la profundidad emocional con la que Joe Broderick, bajo la dirección del joven bogotano Manuel Orjuela (1971), aborda Primer amor, de Samuel Beckett, a lo largo de casi ochenta minutos de monólogo.

Primer amor es uno de los cuentos cortos que Becket escribió en 1946, junto con la novela Mercier et Camier, y muestra el tránsito de la lengua materna a una nueva, de la que se adueñó y de la cual fue uno de los más grandes artífices, tal vez como el rumano Cioran.

Primer amor no es un monólogo convencional donde los elementos dialógicos del tempo interior, del relato de la propia vida, se confrontan con las múltiples versiones que se dicen y desdicen. Lo que aparece sobre la escena es una profunda meditación sobre la asociación libre, la interpretación y una forma de transferencia que da el acto de escuchar de un público que sólo interviene como escucha, precisamente.

El viejo que ha entrado en escena a hablar de su matrimonio se dirige al público en dos ocasiones para mostrarle la pasividad con la que será visto: primero, el actor levanta a una persona de su silla para tomarla, llevarla al escenario y situarla junto a la única que amuebla el inicio de la representación; después, para encargarle su abrigo a otra persona entre el público.

Quien sepa que entre 1933 y 1934 Beckett fue paciente de uno de los psicoanalistas más relevantes del siglo XX, W. Bion, podrá entender los efectos de un trabajo sobre el pensamiento que deriva en formas de creatividad que se expresaron a fines de los años cuarenta, cuando la segunda guerra mundial había concluido.

Se trata del abismo con el que llegó Beckett a cuestas, cuya carga se aligeró en los años de análisis. Abandonó pronto la terapia y, aunque volvió por una recaída, no desarrolló un tratamiento de larga data. El tránsito del inglés al francés marca un signo inequívoco del alejamiento emocional de su madre, al punto de no desearle ni el mal ni el bien.

Aunque Beckett vivía en París, el ambiente de los cuentos –que Broderick tradujo y expuso a la venta durante las ocho funciones que tuvo en México, así como en su taller, que en el marco de los festejos del aniversario de la UAM 40+10 hizo posible la Coordinación de Difusión–, es el del Dublín de su memoria primera. Broderick trajo también su traducción de Hamlet, en un cuaderno que es testimonio del montaje que Martín Acosta hizo en 2006, con escenografía de Alejandro Luna, para el Festival de Teatro de Bogotá.

D. Bair publicó en 1978 una extraordinaria biografía y Knowlson, casi veinte años después, enriquece ese trabajo con Damned to Fame: The Life of Samuel Beckett. Ambos se refieren a la ansiedad severa que aquejaba a Beckett, así como a las pulsaciones exaltadas de su corazón, a los dolores “agónicos” en el pecho y su arritmia cardíaca, sus sudores nocturnos, estremecimientos, pánico y falta de respiración hasta la parálisis total.

Broderick es un prisma lleno de facetas sorprendentes: escritor, actor, director, traductor. Transcribo las primeras líneas de la conmocionante visión refierida:

“Mi matrimonio lo relaciono, con razón o sin ella, con la muerte de mi padre, en el tiempo. Que existan otras relaciones, a otros niveles, entre esos dos asuntos, no es imposible. Pero basta con el problema que tengo tratando de decir lo que creo saber.

"No hace mucho visité la tumba de mi padre –eso sí lo sé– y anoté la fecha de su muerte, de su muerte solamente, pues la fecha de su nacimiento no me interesaba, ese día...”