Sociedad y Justicia
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La vida bajo cero se torna blanca en NY

Rehúsa frenarse la ciudad que ‘‘nunca duerme’’ ante las históricas nevadas

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Un hombre toma fotografías de los árboles cubiertos de nieve en Central Park, Nueva York, luego de la reciente tormenta invernal que afectó varios estados del medio oeste de Estados UnidosFoto Ap
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 5 de febrero de 2014, p. 44

Nueva York, 4 de febrero.

El clima se vuelve protagonista, tema principal de todos los noticieros y centro de la conversación cotidiana en los más de 200 idiomas que se hablan en esta ciudad, por ahora disfrazada toda de blanco. El frío extremo y la nieve no sólo son un fenómeno climático o de salud, sino también un asunto político.

Una de las escenas más hermosas es una nevada que poco a poco va cubriendo esta metrópoli, decorando sus árboles con cristales, escondiendo la basura bajo una cobija blanca, ofreciendo a niños un nuevo panorama para gozar con trineos, o para escenificar batallas con bolas de nieve, todo en medio de un sorprendente silencio en el incesante ruido de Nueva York.

Pero a veces el viento no perdona y los copos de nieve se convierten en municiones de un ataque contra todo lo que no se puede defender y, en alianza con el frío, pueden provocar derrotas masivas, al congelar la vida cotidiana y convertir actos normales, como caminar, en algo sumamente peligroso.

El lunes nevó con una acumulación de 20 centímetros en Central Park, y esta noche se pronostican hasta 20 más; además, advierten, puede llegar más el fin de semana. Esto, en combinación con ya demasiados días con temperaturas de cero para abajo, interrumpe cualquier rutina.

Nueva York está acostumbrada al frío y la nieve, y casi siempre la ciudad que nunca duerme rehúsa detenerse por el clima, mientras los suburbios y otras ciudades suspenden días escolares y jornadas laborales.

Pero a veces es difícil aguantar cuando son demasiados días seguidos de frío y nieve. Esto es peor que años pasados, ¿verdad?, es la pregunta casi retórica repetida en cada café y cantina, en cada conversación con desconocidos en un elevador. Está brutal, opina uno. Me encanta, revira otra. Estás loca, responde otro y lamenta: ¿Por qué vivimos aquí?

Hay escenas tragicómicas. Peatones resbalan de pronto y al caer intentan poner cara seria como si nada hubiera ocurrido, aunque, por supuesto, hay un incremento de visitas a las salas de emergencia por fracturas de tobillos, brazos, codos y más. Uno nunca sabe dónde puede pisar firme y dónde no, donde la nieve o la calle ocultan un charco de hielo, y se necesita talento (y buenas botas) para navegar.

Muy poco después de una nevada se empiezan a escuchar ruidos de metal contra pavimento. Una vez que se acumulan más de cinco centímetros, el gobierno municipal empieza a desplegar hasta poco más de mil 300 camiones de basura (según cuánto crezca) y otros equipados con un quitanieve al frente, y cadenas sobre sus llantas traseras para la tracción, para empezar a limpiar calles y avenidas.

A veces sacan aparatos enormes que pueden derretir hasta 60 toneladas de nieve por hora. También salen camiones para rociar sal de los 34 depósitos que tiene la ciudad para derretir nieve y hielo.

El otro ruido es de palas para abrir paso en las banquetas enfrente de casas, edificios y tiendas, y para desenterrar autos atrapados entre montecitos de nieve. El nuevo alcalde, Robert de Blasio, ha sido fotografiado con su pala, abriendo paso frente a su casa en Brooklyn durante las primeras dos nevadas con que comenzó su gestión (algo para distinguirlo de su multimillonario antecesor).

El metro se vuelve refugio extraoficial para los sin techo, cuyo número ha llegado a niveles récord en esta ciudad, que duermen con todas sus pertenencias en vagones o estaciones, hasta que las autoridades les piden buscar refugio en los albergues.

Mientras tanto, los perros son paseados con equipo invernal, a veces con abrigos o suéteres y zapatos para evitar que la sal que se arroja en las calles les lastime las patas.

De pronto brota el vapor debajo de las calles cubiertas de nieve. Son rupturas en un antiguo sistema de vapor (se instaló a fines del siglo XIX) generado por siete plantas y distribuido por un sistema de tubos de más de 160 kilómetros de extensión que se usa para calefacción y agua caliente en Manhattan, en lugares como la sede de la Organización de Naciones Unidas, el Empire State Building, el Museo Metropolitan, complejos de edificios de vivienda y algunos hospitales.

La presencia del vapor explica en parte el misterio de por qué desaparece la nieve más rápido de las calles de Manhattan que en otras partes de la ciudad, como Brooklyn o Queens: las calles de la isla son mucho más calientes porque existe toda una infraestructura subterránea no sólo de vapor, sino un laberinto de túneles del metro y tubos de electricidad, teléfono y gas.

A la vez, el invierno aquí es a veces incómodo no solo por el frío, sino por el calor. Los espacios interiores, sean en el metro, en oficinas, restaurantes o tiendas, tienden a ser muy calurosos y, por lo tanto, uno pasa constantemente de un congelador a un horno, donde el gran ejercicio diario es ponerse varias capas de ropa para aguantar el frío y luego quitárselas al ingresar en cualquier lugar.

La nieve, al inicio, es alfombra de pureza sobre una ciudad no muy inocente. Pero si se queda demasiado tiempo, empieza el deterioro, no solo al derretirse con sus charcos de agua helada en cada esquina, esperando a ver quién cae en la trampa, sino porque los colores se transforman al combinarse con la basura, la tierra, los orines de los perros, y el blanco se vuelve gris y amarillo, hasta que reaparece todo lo no muy bonito que quedó debajo. Algunos desean en secreto una nevada más, para volver a fingir que todo es puro y bello, aunque sea sólo por un rato más.

La nieve también es asunto político. Los alcaldes y gobernadores se ven afectados si sus respuestas a las tormentas son insatisfactorias: casi siempre convocan ruedas de prensa para informar sobre preparativos y prometer agilidad y eficiencia para enfrentar las tormentas. Pero este año más de 100 millones de estadunidenses han sido afectados por las tormentas invernales y sus consecuencias, y la gran pregunta es: ¿cuánta nieve más se requiere para que la cúpula política nacional se dé cuenta de que algo llamado cambio climático es una prioridad urgente?