Opinión
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XV

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DESLUCIDO ANIVERSARIO. Octavio García El Payo (arriba), Joselito Adame y el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza fueron los alternantes, el pasado 5 de febrero, de la deslucida corrida del 68 aniversario de la Plaza MéxicoFoto Notimex
T

enía tan sólo 22 años.

Pero mucho había sufrido.

Y el relato de su pasarlo mal –que no sería el último– fue cuando tuvo que ser repatriado, gracias al embajador mexicano Juan Manuel Álvarez del Castillo y milagrosamente socorrido por su gran amigo Julio Ginja, y fue así que pudieron llegar a Veracruz, tristes, acongojados y sintiéndose derrotados.

Ahora bien, ¿por qué fracasó Carlos rotundamente en Portugal, tras su formidable temporada aquí ya como matador de toros?

Por joven.

Sí, por joven e inexperto ya que al llegarle los primeros éxitos, se sintió el non plus ultra y, como bien dice la canción, se cayó el arbolito donde dormía el pavorreal.

Ay, la vanidad.

+ + +

¿Cómo ocultarlo?

Más tardaron en llegar a México que Carlos en ingeniárselas para que no se conocieran las condiciones en que habían regresado: debía comprar un automóvil nuevo, así que se fue a ver a su amigo don Eusebio Mezquiriz a quien le prometió pagarle esa misma temporada; las cosas comenzaron a rodarle mejor (no sólo por el coche) sino por los éxitos de antaño y para la temporada 42-43 lo anunciaron para tres corridas, amén de varias que le había firmado su apoderado para festejos en provincia.

Lejos ya de los mareos de los vanidosos humos, cortó sendas orejas en sus primeras actuaciones en El Toreo, pero no había domingo en que no le tocaran los huesos de los encierros; toreó en siete tardes estando bien, pero sin remontarse a las alturas y, en cambio, en los estados alcanzaba resonantes éxitos y esa temporada la cerró con 39 festejos, una estupenda marca.

Pagó el coche y, además, compró una camioneta a la que bautizó como La Milagrosa, ya que de milagro llegaba a todas partes y, ya para entonces, Javier Cerrillo había renunciado a la alternativa y estaba ya integrado en la cuadrilla de Arruza.

Así fue como quedó conformada aquella maravillosa hermandad –que merece ser recordada por su orden de aparición en el reparto: Carlos Arruza, Javier Cerrillo, Ricardo Aguilar Chico Pollo y Alfonso Alvírez El Tarzán– que toreaba, viajaba y se divertía entre bromas y alegrías y que también las pasaba negras en los momentos en que la suerte le era adversa.

Mucho torearon por los estados y, de nueva cuenta, Carlos andaba de éxito en éxito y fue gracias a ello que lo contrataron para la temporada 1943-44 y, para variar, cada tarde tenía que vérselas con los astados, difíciles y peligrosos. Si bien toreó en seis tardes, sólo consiguió cortar una oreja.

Se repetía la historia.

Clamorosos triunfos en provincia y muy apenitas en la capital.

No la hacía.

Y triste y desconsolado –otra vez la burra al trigo– a fines de 1944, decidió emprender viaje a Portugal, ya no sintiéndose la divina garza, sino con los pies bien puestos en la tierra.

¿Quería torear?

Más bien su idea era pasar a España y reunirse con su madre que poco después llegaría a la tierra que la vio nacer.

Y convencido de lo anterior, no empacó absolutamente nada relacionado con el toro: vamos, ni siquiera zapatillas de torear.

De eso, nada.

Y menos en la madre patria, ya que seguía vigente el odioso boicot que aquellos habían declarado a los mexicanos, debiendo señalarse que en el pecado se llevaron la penitencia, ya que durante aquellos años de la guerra fratricida se quedaron sin torear allá y tampoco pudieron hacerlo aquí.

Tú lo quisiste…

Carlos, con todo el dinero que había ganado y algo más, compró un epatante Lincoln Continental y en compañía del también matador Antonio Rangel salió rumbo a Nueva York con el propósito de embarcarse en el Serpa Pinto de tantos recuerdos, pero a punto estuvieron de no poder llegar a la gran urbe, ya que en Jacala se echó el precioso auto y pensaron en regresar a México, pero dieron con un buen mecánico y remprendieron camino.

Y así llegaron a Laredo, donde tuvieron que cambiar el dinero por billetes de dos dólares que eran los únicos que se permitían a quienes viajaran al extranjero y como fueron muchos, decidieron envolverlos en periódicos y otra vez a viajar, lo cual pudo ser, gracias a una escultural mujer, que si no…

+ + +

Dan ganas de matarlo…

Hasta la próxima.

(AAB)