Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 9 de febrero de 2014 Num: 988

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Hacia el encuentro
de José Rolón

Edgar Aguilar entrevista
con Claudia Corona

Maquiavelo y la
concepción cíclica
de la historia

Annunziata Rossi

Yves Bonnefoy y el territorio interior
Homero Aridjis

Nicolás Maquiavelo
a Francesco Vettori

Annunziata Rossi

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Nicolás Maquiavelo
a Francesco Vettori

Florencia, 10 de diciembre de 1513

Annunziata Rossi

Magnifico oratori florentio Francisco Vettori apud Summum Pontificem et benefactori suo. Romae.

Magnífico embajador. Tardadas nunca fueron las gracias divinas [citación de un verso de Petrarca]. Digo esto porque me parecía no haber perdido sino extraviado vuestra benevolencia, ya que habéis estado mucho tiempo sin escribirme, y dudaba yo cuál pudiera ser la razón. Y todas las que me venían a la mente las tenía yo en poca cuenta, salvo cuando dudaba si habíais dejado de escribirme porque alguien os hubiera dicho que yo no había hecho buen uso de vuestras cartas; y yo sabía que, con excepción de Filippo et Pagolo, yo a nadie las había dado a ver. Me hizo recreer la última vuestra del 23 del pasado mes, donde veo muy contento cuán ordenada y serenamente ejercéis vuestro cargo, y os aconsejo continuar así, porque quien descuida los intereses propios por los ajenos, no sólo sacrifica los suyos, sino que los otros no se lo agradecen. Y ya que la fortuna quiere disponer de cada cosa, es conveniente dejarla hacer, permanecer quieto y no darle importancia, y esperar hasta que deje las cosas a los hombres, y sólo entonces estará bien que le dediquéis más esfuerzo, que vigiléis más las cosas, y que yo parta de mi casa y diga: heme aquí. Por tanto, para corresponder a vuestra gracia, no puedo en esta carta deciros otra cosa más, sino cuál es mi vida, et si consideráis que os conviene trocarla por la vuestra, yo estaré feliz del trueque.

Yo me quedo en mi casa y, después de los últimos acontecimientos, no me he quedado, en total, más de veinte días en Florencia. Hasta la fecha me he ido sólo de cacería. Me levantaba antes de la madrugada, y salía con tal manojo de jaulas que me parecía al Geta [referencia a un relato en versos, “Geta e Birria”, difundido en el siglo XV] cuando regresaba del puerto con los libros de Anfitrión; y mataba de dos a seis tordos. Y así la pasé durante todo septiembre. Al final, este pasatiempo, aunque extraño, terminó aburriéndome. Y os diré cuál es mi vida ahora. Me levanto en la mañana con el sol y me voy a un cierto bosque, que estoy haciendo cortar, y allí me quedo dos horas para revisar las obras del día anterior, y paso el tiempo con los taladores que tiene siempre algún lio entre ellos o con sus vecinos. Y acerca de este bosque tendría que contaros muchas cosas lindas que me han ocurrido con Frosino da Panzano y con otros que querían la leña. Especialmente con Frosino, quien mandó por unas cargas sin avisarme y quien, al pagarme, quería descontarme diez liras, diciendo que yo se las debía desde hacía cuatro años, cuando me había ganado a cricca [un juego de cartas] en casa de Antonio Guicciardini. Yo me enfurecí como endemoniado y quería acusar de ladrón al carretero que había ido por la leña. Tandem, se metió de por medio Giovanni Machiavelli y nos puso de acuerdo. Batista Guicciardini, Filippo Ginori, Tomaso del Bene y otros más, cuando más soplaba las desventuras, me tomaron, cada quien, una carga. Yo, por mi parte, prometí la leña a todos ellos y a otros más, y mandé una carga a Tomaso que, luego, en Florencia, me la contó como la mitad porque la pesaron él, su esposa, sus hijos y su sirvienta, que parecían el Gaburra [carnicero florentino] cuando los jueves, junto con sus mozos, apalea al buey. De manera que, viendo de quien era la ganancia, resolví decir a los demás que no tenía más leña. Y todos, por supuesto, lo tomaron a mal, especialmente Batista que enumera ésta entre las otras desgracias de Prato.

Saliendo del bosque me voy a una fuente y de aquí a un paraje mío. Tengo conmigo un libro, o Dante o Petrarca, o uno de esos poetas menores como Tibulo, Ovidio o semejantes: leo aquellas amorosas pasiones suyas y sus amores, me acuerdo de los míos y gozo un rato de estas remembranzas. Me encamino luego hacia la taberna, hablo con los que pasan, pregunto por las novedades de sus pueblos, oigo varias cosas, y noto los distintos gustos y fantasías de los hombres. Llega, mientras, la hora de la comida, donde con mi familia como de los alimentos que mi pobre casa y el pequeño patrimonio permiten. Después de comer, regreso a la taberna, donde de ordinario están el tabernero, un carnicero, un molinero y dos ladrilleros. Con éstos me abribono todo el día, jugando criccatriche-tach, y más de las veces se riñe por un centavo, y nuestros gritos se oyen hasta en San Casciano. Así, empecinado entre estos piojos, limpio mi cerebro del moho y desahogo la malignidad de esta suerte mía, esperando que me pisotee, para ver si así no se avergüenza de tanto perseguirme.

Llegada la noche, me regreso a la casa y entro en mi estudio; en su umbral me quito esta ropa cotidiana sucia y llena de lodo, y me pongo ropas regias y curiales; así, vestido decentemente, entro a las antiguas cortes de los antiguos hombres donde, por ellos amorosamente recibido, me nutro de aquel alimento que solum es mío, et para el cual he nacido; y donde no me avergüenzo de hablar con ellos y preguntarles sobre la razón de sus acciones; y ellos por su humanidad me contestan; y durante cuatro horas no siento aburrimiento, olvido todo afán, no temo la pobreza, no me asusta la muerte: todo me trasfiero a ellos. Y ya que Dante dice que no puede haber ciencia si no se retiene lo que se ha entendido, noto lo que de esas conversaciones capitalizo, y he compuesto un opúsculo, De Principatibus [El Príncipe], y ahondo cuanto puedo en mis reflexiones sobre este tema, disputando qué es un principado, de cuántas especies son, cómo se adquieren y cómo se mantienen, y por qué se pierden. Y si alguna vez os ha gustado alguna de mis extravagancias, ésta no debería de desagradaros; y debería de ser bien aceptada por un príncipe, maxime por un príncipe nuevo, y por eso lo dedico a Giuliano de Medici. Filippo Casavecchia lo vio y os podrá informa parcial y totalmente de ello, y de las conversaciones que con él tuve, aunque todavía sigo aumentándolo y repuliéndolo.

Quisierais, magnifico embajador, que yo dejara esta vida y fuera con vos a gozar la vuestra. Lo haré seguramente, pero estoy ahora ocupado en ciertos asuntos míos que habré terminado en seis semanas. Lo que me hace dudar es que allí están esos Soderini a los que, estando con vos, me vería obligado a visitar y a hablar con ellos. Me temo que a mi regreso, en lugar de llegar a mi casa, terminaría en el Bargello [prisión de Florencia], porque, aunque este estado tenga grandes fundamentos y ofrezca gran seguridad, tamen es nuevo y, por eso, sospechoso, y no faltan los sabelotodos que, como Pagolo Bertini, son capaces de echar gente a la cárcel y podría ponerme en problemas. Os ruego me aclaréis sobre esta preocupación mía y luego iré en los día dichos a visitaros de todas maneras.

Conversé con Filippo acerca de este opúsculo mío, sobre si era conveniente dedicarlo [a Giuliano de Medici] o no, y en el caso de que estuviera bien, si estaba bien que lo entregara yo o lo enviara a vos. Si no lo dedico, dudo que Giuliano lo lea o, en el caso que lo lea, de que Ardinghelli [secretario de León X, hostil a Maquiavelo] se haga pasar como autor de mi última fatiga. A entregarlo me induce la necesidad que me apremia, porque yo me desgasto, y no puedo permanecer así mucho tiempo, sin que la pobreza me vuelva despreciable, aparte del deseo que tengo de que estos señores Medici empiecen a utilizarme, aunque se limitaran a encomendarme hacer rodar un guijarro; si luego no me los ganaría, me dolería conmigo mismo; y si fuera leído este texto, demostraría que los quince años que he dedicado al estudio del arte del Estado, no los he dormido ni jugado; y cualquiera debería apreciar servirse de alguien que, a su servicio estuviera lleno de experiencia. De mi lealtad no debería de dudarse, porque, habiendo yo siempre mantenido mi palabra, no puedo ahora aprender a romperla, y quien ha sido siempre fiel y bueno durante los cuarenta y tres años que ahora tengo, no puede mudar su naturaleza. De la fe y la bondad mías, es testimonio mi pobreza.

Desearía pues que me escribáis sobre este asunto lo que os parezca, y a vos me recomiendo. Sis felix.

Die 10 Decembris 1513.
Nicolás Maquiavelo en Florencia
(Traducción de Annunaziata Rossi)