Opinión
Ver día anteriorLunes 17 de febrero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Aprender a morir

Pedir una inyección

E

n países conservadores, subdesarrollados o no, hay temas en los que instituciones en apariencia antagónicas se ponen totalmente de acuerdo, antes que por afinidad ideológica por su afán de poder y obsesión de control. Un ejemplo es el mal entendido tema de la eutanasia o muerte digna de las personas, término satanizado por derechas, izquierdas y centros; gobernantes, religiones e industria de la salud, tan redituable desde el nacimiento hasta el fallecimiento del individuo, sea natural o violento.

Según el diccionario, una apurada definición de eutanasia es la acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él. Sin embargo, hay muchos pacientes que, aun sin esperanza de recuperación ni padecimientos físicos agudos, excepto pérdida de autonomía, no sólo aprueban que se les ayude a bien morir sino que vehementemente solicitan, no pocas veces sin éxito, a familiares, amigos o personal médico que los cuida terminar, ya, con una vida cuya calidad va en descenso o hace tiempo brilla por su ausencia.

Comparto un caso. Paciente de 74 años hemipléjica –parálisis de un lado del cuerpo, excepto la cabeza, postrada en cama hace cuatro a causa de un infarto cerebral– es visitada en su domicilio una vez a la semana por uno o dos de sus cuatro hijos, nietos ruidosos y fastidiadas nueras, atendida por una cuidadora, revisada periódicamente por su médico y apoyada por una esperanzadora fisioterapeuta que mediante ejercicios semanales procuró restablecer, sin ningún resultado, el movimiento. Dos hijos ayudan económicamente y los otros dos moralmente.

Al cabo de 48 meses o de mil 440 días o de 34 mil 560 horas, el estado de la paciente lejos de mejorar se ha deteriorado, su ánimo y los recursos han disminuido, los esperanzadores pronósticos de la fisioterapeuta se diluyeron y las visitas de parientes y amistades se han espaciado o incluso concluido.

Sin dramatizar su penosa situación ni utilizar ésta como instrumento de atención o de chantaje, hace unos días la mujer, serena y convencida, externó a sus hijos una petición: quiero que me pongan una inyección, ya me cansé de luchar sin resultados. Falta saber si los hijos están dispuestos a respetar la madurada voluntad de su madre o si, ante la penosa, prolongada e irreversible enfermedad que la aqueja, seguirán creyendo que la vida es sagrada.