Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 23 de febrero de 2014 Num: 990

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tríptico de amor
y de muerte

Gustavo Ogarrio

Graham Greene:
opiniones de un
lector de periódicos

Rubén Moheno

Una fórmula del caos
Jorge Herrera Velasco

Cavanna, el irreverente
Vilma Fuentes

El legado de Lao-tse
Gérard Guasch

Un cine de impacto,
pero positivo

Paulina Tercero entrevista
con Diego Quemada-Diez

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La Jornada Semanal

 


con Diego Quemada-Diez

Un cine de impacto, pero positivo

Paulina Tercero

El Festival Filmar en América Latina 2013 terminó en Lausana, Suiza, con la proyección de La jaula de oro, película dirigida por Diego Quemada-Diez y nominada en quince categorías para los Premios Goya 2014. Su primer largometraje ha recibido elogios de Ken Loach (“Estoy muy orgulloso de ti” –le dijo en Londres), Alejandro González Iñárritu y el brasileño Fernando Meirelles, cineastas con quienes Quemada-Diez ha trabajado y “aprendido muchísimas cosas”.
Diego Quemada-Diez comenta, en exclusiva para
La Jornada
Semanal, que “iba observando, pensando haría esto, no haría
esto: vas así encontrando tu método para filmar”.

–La verdad, La jaula de oro conmociona y está generando debate sobre el problema migratorio. Decidí que los protagonistas fueran de Guatemala porque los centroamericanos tienen la dificultad añadida de cruzar México, el viaje es más dramático. Yo migré de España a Nueva York y luego a Los Ángeles, para trabajar en la industria del cine. México me encantó siempre, aquí realicé varios documentales, eventualmente me mudé, me hice mexicano y vivo en Ciudad de México hace diez años. La idea de La jaula de oro surgió cuando filmaba un documental en Mazatlán, en 2003. Un taxista, Toño, nos invito a mí y a un amigo a vivir en su casa. Su familia tenía una casa sobre las vías del tren porque el suegro era ferrocarrilero. Así, por tres meses, vi llegar a diario el tren lleno de migrantes. Nos pedían tortillas, agua, zapatos... Nos contaban su viaje, las penurias y sueños.

–¿En Mazatlán eran similares las condiciones de los migrantes a las que encontraron al cruzar Chiapas?

–Todos contaban que Chiapas era lo más difícil, que si pasabas Chiapas ya la habías hecho. Ahí fue donde Estados Unidos y México pusieron el primer gran filtro antes de la frontera norte. Ahora los operativos son más hacia Oaxaca. Desde que salió la Ley de Migración –en 2011, creo– Chiapas es una zona muy segura para los migrantes, ha cambiado radicalmente la cosa.

–Has dicho que filmaron a autoridades y a migrantes reales.

–Sí, la idea de la película era hacer el viaje de verdad, desde Guatemala a Estados Unidos y que los protagonistas descubrieran la trama conforme filmábamos. Es una forma de filmar que aprendí con Ken Loach, con quien trabajé en Tierra y libertad y en dos películas más. El método de Loach es de filmar en continuidad, en orden cronológico; de manera muy sencilla y humana; que los actores no conozcan la historia y que el espectador tenga la misma información que los personajes. Aprendí a intentar que el cine no sea sólo entretenimiento –que está muy bien el entretenimiento– pero que además tenga una función social. Que cuentes historias que puedan generar algún tipo de impacto positivo en tu sociedad. En este caso, bastaría con que un estadunidense de Kansas no vea igual a un migrante indocumentado.

–¿Por qué hacer que no conocieran la historia?

–Porque hace que los protagonistas –que no son actores profesionales– simplemente vivan una experiencia, así son ellos mismos ante todas las circunstancias. Los insertamos en la realidad de los lugares donde íbamos pasando y los filmamos. La película es una ficción, una construcción –obviamente–, pero tiene el mayor número posible de elementos de la realidad. Hay un nivel absolutamente documental: es trabajar con el cine de una manera en la que nos podamos ver colectivamente y decir: “ok, esto está pasando”, porque el primer paso para cambiar algo es verlo. Y mostrarlo sin regodearnos en el horror. Hay cosas que son más fuertes cuando dejas que la gente se las imagine.

Un equipo de filmación iba con los actores y otro equipo iba de avanzada, días antes, haciendo el casting en los pueblos. Les decían a los migrantes: “Oigan, espérense, que vienen ahorita los que están filmando y así se ganan un dinerito y les damos de comer.” Fue muy delicado, porque es en contra de la ley contratar indocumentados. Mis productores contactaron al Instituto Nacional de Migración y nos dejaron hacer porque era para la película.

–Un tema muy duro, la migración.

–Cuando mostramos la película en Italia, acababan de morir más de trescientos migrantes en Lampedusa. La gente decía: “Esta película le da un rostro a estas noticias anónimas.” Veían que en esa barca –o un tren en Chiapas– hay seres humanos como ellos.

Una amiga, María Pilar Aquino, de la Universidad de San Diego, dice que “en una situación de desigualdad social tan fuerte como la que vivimos, son los migrantes los que están haciendo algo ante la pasividad de los gobiernos. Son el parche de un sistema fallido. Las remesas que ellos generan son la entrada de dinero más grande a los países. Si no fuera por ellos ya hubiera habido levantamientos sociales muy grandes”.

Pensé que los migrantes son héroes; se están jugando la vida, ¿no? Me propuse hacer un poema épico donde son héroes pero a la vez humanos, como todos. Nunca los traté como “ay, pobrecitos”. Estos personajes son fuertes, el protagonista es un cabrón que va pa’lante. Que se rompa esa idea del “pobrecito”. Hay que evitar la victimización.

Al final la migración es natural y si aquí se te acaba el trabajo, te vas a donde haga falta. Hay que cuestionar el enfoque de la criminalización de la migración y la militarización de las fronteras, que lo único que está haciendo es generar mucho sufrimiento. Hay una relación entre la militarización de las fronteras y el incremento de la vulnerabilidad y las muertes de migrantes.

–¿Nuevos proyectos?

–Estoy dándole vueltas a una idea, pero es un poco pronto para hablar. Con La jaula de oro la idea era hacer una película que fuera heredera del neorrealismo italiano –que me gusta mucho– y de Los olvidados, de Buñuel. Contar historias de la gente como hacían antes los trovadores, con la esperanza de que eso va a tener un impacto positivo en nuestra realidad, siempre desde la responsabilidad de cada uno, no desde el melodrama, no desde el sentimentalismo.