Política
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Nosotros ya no somos los mismos

Página inédita de José Emilio Pacheco

C

uando Luigina se entere de todas las expresiones de solidaridad que provocó la pública confesión del amor que le he profesado desde aquella primera vez que, en el Cine Palacio (el Cinema Paradiso de mi pueblo), la descubrí como la bersagliera que enloquecía a Vitorio de Sica en Pan, amor y fantasía (Luigi Comencini, 1953), seguramente los festejos de su glorioso aniversario 87 serán un reverdecer de laureles y tendrán un nítido aroma a membrillo de Saltillo. Algunos heroicos (por aguantadores) lectores de esta columneta se congratularon al conocer la participación discreta, pero comprometida, de JEP en las batallas de su época que iban más allá, por supuesto, de las que se libraban en su particular desierto. A ellos les plació conocer esa dimensión de su tótem, que a sus ojos lo acrecienta. José Luis Morales, por ejemplo, con perfecto uso de los posesivos, festeja la remembranza de nuestro JEP y la de tu Mariana. Ulises Mendívil expresa su duda sobre la utilidad de enviarme tuits, pues no cree que los lea, pero finalmente se arriesga y agrega dos nombres a mi propuesta para integrar la relación de los siete magníficos: Eduardo Huchim y Jaime Cárdenas. Señor Mendívil, concuerdo con usted en la idoneidad de los propuestos. Ambos son, por todos conceptos, elegibles. Registro también el comentario conciso y sin concesiones de Luis Torres Medina a mi modesta contribución: Pinche contribución, dice.

Setenta y dos horas fueron suficientes para dejar en claro que esta columneta y el amigo Mendívil no solamente carecen del menor olfato político, sino, sobre todo, de influencia alguna en los círculos en que se toman las grandes decisiones. Ni mi contribución ni la de él fueron siquiera conocidas, menos tomadas en cuenta, en la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados, la cual, el jueves pasado, eligió a las siguientes personas para integrar el comité técnico que será el encargado de evaluar la idoneidad de quienes pretendan integrar el nuevo Instituto Nacional Electoral (INE): Soledad Loaeza, Ricardo Becerra, Jorge Moreno Collado, Enrique Cárdenas, José Antonio Lozano, Tonatiuh Guillén, Alejandro González.

Soledad Loaeza es investigadora y académica del más alto nivel, a la que no sólo sus cualidades intelectuales la hacen merecedora de esta y superiores responsabilidades, sino también su coherencia y probidad siempre demostradas. Ricardo Becerra es, sin lugar a dudas, además de un estudioso de la ciencia política, un profundo conocedor de las cuestiones electorales. No exagero si digo que es el único que conoce el edificio del Instituto Federal Electoral (IFE), pero también sus intestinos administrativos, jurídicos y, por supuesto, las horrendas relaciones burocráticas y de intereses que se ocultan bajo los derechos laborales, los usos y costumbres y el inevitable hoy por ti y mañana por mi. Además, es presidente del Instituto de Estudios para la Transición Democrática (cualquier cosa que eso signifique). Jorge Moreno Collado, buen abogado desde chiquito. Estudiante de alto promedio y siempre interesado en el quehacer político, sin descuidar su formación profesional. Fue vicepresidente de la Fundación Colosio y consejero de la Judicatura Federal. Me queda claro que, además de sus méritos personales, representa el equilibrio o la equilibrada contraprestación al nombramiento de Alejandro González, diputado, senador y hasta gobernador (sustituto), miembro de Acción Nacional. El infierno habrá de congelarse algunas eras antes de que los órganos ciudadanos, autónomos, neutrales, asépticos (de la influenza partidaria), tengan viabilidad mínima de existencia. Aun los dos miembros restantes, Enrique Cárdenas y José Antonio Lozano, son la expresión más acabada del cuoteo, de la democrática repartinga entre los que tienen suficientes fichas para ser tomados en cuenta en la mesa de las decisiones. ¿De cuándo acá un profesor de la Universidad Panamericana y ex funcionario de una institución bancaria no mexicana, que puede ser un extraordinario profesionista en contaduría, publicidad, mercadotecnia, administración de finanzas o negocios (carreras enlistadas en la página de su universidad) puede conocer a profundidad a las personas, instituciones y normas constitucionales y legales que tienen que ver con los procesos electorales del país? Los señores Lozano y Enrique Cárdenas, director del Centro de Estudios Espinosa Yglesias, ¿tienen vigente su credencial de elector y en ella se puede comprobar que han votado en todos los comicios a los que han estado obligados? ¿Conocen qué es el IFE y será el INE? ¿Aceptarían una pruebita, más modesta que la Enlace, sobre el Cofipe, el IFE y el tribunal electoral? ¿Cuántos y cuáles partidos existen y qué representan? ¿Cómo están conformadas las fracciones parlamentarias? Conste que no se cuestiona su inteligencia, su sabiduría o su vida cristiana y honorable, mucho menos su evidente proclividad política-ideológica, sino su desparpajo (¿o será militancia reservada, como se solía decir en el viejo PC?) para asumir tan importante responsabilidad sabiendo que hay muchos ciudadanos con mejores prendas aunque con menos relaciones e influencias? ¿Se atreverían a practicarse una intervención de próstata con un cirujano guapo, elegante, culterano, buen padre de familia y cardiólogo espléndido pero que no tuviera ni idea de cómo interpretar el resultado de un antígeno prostático específico total y libre? Entiendo la necesidad de hacer que la sociedad (muy) civil esté representada en todos los ámbitos de la cosa pública, pero por más esfuerzos que hago no logro imaginarme a Fernández Noroña o a Martí Batres invitados a integrarse al consejo de administración de Bancomer o a la plantilla académica del Centro Espinosa Yglesias.

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José Emilio Pacheco, durante una lectura de poesía en el Museo Nacional de Antropología, el 21 de septiembre de 2013Foto Yazmín Ortega Cortés

Y regreso con una página inédita o casi sobre José Emilio. Repito el dato, porque me emociona: en agosto de 1958 el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana eligió democráticamente a sus dirigentes (me atrevería a decir que este extraño suceso se había dado muy pocas veces antes e igual de escasas se dio después). El resultado electoral tampoco tiene paralelepípedo: Demetrio Vallejo, 59 mil 759 votos, y su contrincante, cuyo nombre no recuerdo y creo los académicos que estudian la historia del movimiento obrero tampoco, consiguió nueve adhesiones. A fuer de sincero, reconozco que ignoro por quién votó este candidato y si su mamacita era miembro del sindicato. El ejemplo resultaba demasiado amenazante tanto para el gobierno como para la clase empresarial. Que no cunda el pánico y menos el afán democrático, se han de haber dicho, y por eso en el 59 el sindicato legítimo había sido ya derrocado y a sus principales dirigentes se les había proporcionado un auditorio cautivo (sin metáfora alguna) para sus invectivas contra la patria: eran invitados permanentes y no voluntarios, en las mazmorras del Palacio Negro de Lecumberri (para los jóvenes sanos y sin antecedentes, la vieja penitenciaría). Pues resulta que aunque uno piensa que las cosas no pueden estar peor, la maldecida realidad nos grita con hechos: ¡Sí se puede! Y se empioran. No sé si a la voz del amo los jueces, magistrados, ministros se desafanaban de las quejas, alegatos, recursos que los defensores de los presos políticos interponían, o si el maltrato e infamantes condiciones de vida que (muy merecidamente les imponían a estos apátridas) habían rebasado lo soportable, pero lo cierto es que el límite de aguante había sido rebasado. Los delincuentes de conciencia decidieron declararse en huelga de hambre. En principio yo soy enemigo de esta medida, a menos que se trate de Mandela, Gandhi, Luther King, las Pussy Riot o Salinas de Gortari (vean cómo dobló a Zedillo en 24 horas). De inmediato, el Comité por la Libertad de los Presos Políticos convocó a una urgente asamblea, no recuerdo por qué, en la Real Academia de San Carlos. Allí nos reunimos universitarios de las escuelas vecinas: San Ildefonso y prepas uno, tres y dos, que en la noche era la siete. Llegaron además cientos de alumnos de otras escuelas ubicadas en el ahora Centro Histórico, y los prófugos de CU, así como los alumnos de la prepa cinco que lograron burlar a las vacas que reinaban en la Hacienda de Coapa. Allí estaban los monstruos que comenzaban a ser sagrados: Monsi, José Emilio, Pitol y otro que ya lo era: José Revueltas, que en el apellido llevaba la fama. Si le importa saber por qué razones estos adalides, nuestros gurús, defeccionaron en un momento tan crucial, gástese 10 pesos el próximo lunes.

Twitter: @ortiztejeda