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Ya fui absuelto, dice el primero; es cosa juzgada: el médico

Juntos, ‘‘pero de lejecitos’’, El Abuelo y José Manuel Mireles
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José Manuel Mireles (con sombrero oscuro) en la marcha de autodefensas en TepalcatepecFoto Víctor Camacho
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Periódico La Jornada
Martes 25 de febrero de 2014, p. 11

Tierra Caliente, Mich., 24 de febrero.

No quería fotos y acabó aceptando cámaras y micrófonos. Juan José Farías, El Abuelo, líder indiscutible de las autodefensas de Tepalcatepec, respondió con las mismas frases que ha usado desde que se reveló un expediente oficial que lo señalaba como cabeza regional del cártel de Los Valencia: ‘‘Ya me investigaron, ya pagué, salí absuelto’’.

Agrega: ‘‘Mire dónde ando yo… quién sabe dónde andará él’’, dice en referencia a su enemigo, el todavía alcalde –aunque en el exilio– Guillermo Valencia, quien le ha puesto nombre y apellido a las personas que, dice, fueron víctimas del ahora líder de los comunitarios.

Más que responder, Farías dejaba que la gente respondiera por él. Las señoras que le echaban porras, las familias reunidas en las banquetas para aplaudirlo, los niños que portaban carteles, como uno que rezaba: ‘‘Memo, lanzas falsas acusaciones contra El Abuelo; dices que pertenece a un cártel. ¿Y tú a cuál perteneces? A los templarios’’.

El doctor José Manuel Mireles, de vuelta en Tepeque, como le dicen a esta población para ahorrarse letras, por vez primera desde un accidente de aviación ocurrido a principios de enero, se negó en todo momento a ser fotografiado con El Abuelo.

Porrómetro y aplausómetro

Mireles se incorporó a la marcha conmemorativa del alzamiento en armas, aunque a medio camino. La gente le prodigaba aplausos y porras, lo mismo que a Farías. Fue notoria su dificultad para caminar. Dos de sus hijas le sirvieron de bastones en todo el recorrido. El médico caminaba delante del grupo femenil de autodefensas y, a unos metros, El Abuelo iba en la primera fila de un nutrido grupo de hombres que lo cobijaban y apretaban el paso para que los reporteros no hicieran demasiadas preguntas. ‘‘De lejecitos se ve mejor’’, decían.

Si se juzgara por las consignas y los carteles, podría creerse que el enemigo principal de las autodefensas no es el cártel templario, sino el alcalde Valencia (priísta, igual que los hermanos Farías). La mayor parte de las pancartas estuvieron dedicadas a denostarlo y en cada esquina se invocaba su nombre para acompañarlo de una mentada.

Los golpes también alcanzaron a la síndica Candelaria Sánchez Vega, Candy, aspirante a suceder al alcalde Valencia. ‘‘Candy, ¿quieres ser presidenta para seguir los pasos de Memo? Secuestrando, extorsionando, robando’’, dicen los letreros. Y eso que las autodefensas aseguran que no se meterán en política electoral.

Mireles, el médico que se convirtió en símbolo de las autodefensas, llegó a la plaza entre los primeros de la marcha. Lo primero que hizo fue pedir una silla. Entonces, respondió la inevitable pregunta sobre los antecedentes de Farías con tres palabras: ‘‘Es cosa juzgada’’.

La marcha partió de la sede de la Asociación Ganadera, a la entrada del pueblo si se llega desde Apatzingán. En ese lugar, hace un año, comenzó ‘‘esta revolución’’, como gustan nombrar a su movimiento las autodefensas. Ahí le cayeron encima a El Chilorio y sus secuaces. Los templarios detenidos fueron entregados a los militares, quienes a su vez los llevaron ante el Ministerio Público. Al día siguiente los soltaron.

Por eso hoy, en su discurso del regreso, Mireles insiste en que aun con el ‘‘buen trabajo’’ que están haciendo los gobiernos federal y estatal, sigue ocurriendo que las autodefensas detienen a los criminales y la autoridad los suelta luego.

Mireles volvió conciliador. Dedicó buena parte de sus intervenciones a destacar el lado positivo de la colaboración con el gobierno, ya en su papel de vocero, no del Consejo General de las Autodefensas, sino del grupo de este municipio: ‘‘Jamás le hemos declarado la guerra al gobierno, nuestra única guerra es contra el crimen organizado’’.

Al ‘‘viejón’’, como le dicen, le faltan dos meses y medio de rehabilitación. Pero tuvo que volver porque –dijo– se le terminó la licencia. ‘‘Mañana vuelvo a trabajar al centro de salud’’, informa.

‘‘Bienvenidos a La Ruana, pueblo libre del crimen organizado”, se leía muy de mañana en la manta al lado de una capilla consagrada a la Virgen de Guadalupe, erigida en el mismo sitio donde estuvo una para rezarle a ‘‘San Nazario’’, el muerto-vivo de Los caballeros templarios.

El sacerdote José Luis se congratuló de que se haya quitado del lugar una imagen de ‘‘esa narcosecta que son los templarios’’ y anunció: ‘‘Este lugar se va a santificar y va a ser un sitio de oración’’.

El párroco no se limitó al mensaje pastoral. Soltó un regaño: ‘‘Debemos dejar atrás el tiempo en que toleramos al crimen organizado’’. Le pegó al gobierno del estado por la matanza de limoneros del 10 de abril del año pasado: ‘‘Fueron a pedir ayuda a Jesús Reyna y en lugar de ayuda los mataron, no sólo a estos ocho, fueron muchos más’’, dijo, sobre los nombres inscritos bajo la palabra ‘‘mártires’’. En otra pared, bajo la palabra ‘‘héroes’’, están los nombres de los caídos en combate.

Evaristo Arias es uno de ellos. Su madre lloró poco más tarde, en la plaza, por la pérdida del joven de 28 años, luego de darse tiempo para contar que su hijo cayó el 29 de abril, pero que antes logró parar una camioneta que venía ‘‘cargada de explosivos y con una hielera llena de parque. Mi hijo es mi orgullo, aunque ya no esté’’.

Hipólito Mora portaba una camisola de camuflaje, con las siglas US Navy (¿regalo de sus hijos migrantes?), porque es la misma que usó hace un año, cuando se plantó con sólo cuatro personas en la plaza y convocó a los habitantes de Felipe Carrillo Puerto a levantarse en armas contra los templarios.

‘‘Con esta empecé esta guerra’’, dijo con su sonrisa socarrona, luciendo su escopeta calibre 20, aunque ante la Secretaría de la Defensa Nacional registró un cuerno de chivo.

Vinieron el desfile, los honores a la bandera, discursos, canciones y poemas de ceremonia escolar. Aunque hubo comida y baile, Mora dijo: ‘‘No podemos festejar porque tuvimos muchos muertos y tenemos encarcelados. Más bien estamos conmemorando’’. Recordó un pendiente que no le han podido resolver sus buenas relaciones con el gobierno: 39 presos repartidos en distintas cárceles del país.

El 15 de febrero pasado, para colmo, los comunitarios presos en Villa Aldama, Veracruz, se enfrentaron con los templarios que también son huéspedes de ese penal. Lo cuenta la esposa de uno de ellos, angustiada porque a su marido y los demás viven amenazados. ‘‘Les dicen que aunque salgan se las van a ver con ellos’’.

Hipólito Mora contó: ‘‘El otro día me di un agarrón con (Alfredo) Castillo –el comisionado federal para Michoacán–; le dije que nadie, ningún cabrón ha hecho nada para liberarlos’’.

Ya en el acto central del día, Mora hizo una advertencia al gobierno: si el centenar de comunitarios presos (hay que sumar los de otros municipios) no son liberados en las próximas dos semanas ‘‘bloquearemos las carreteras de todos los municipios donde estamos’’.

La noche llegó en Tepalcatepec y La Ruana con música y cerveza en abundancia. Un respiro tras un año de ‘‘guerra’’. En apariencia. Todos los jefes repitieron hoy que no han de parar hasta la ‘‘limpieza total’’ de Michoacán.

Mientras Mireles lo decía, las autodefensas se comían otro tramo de la Costa. Llegaron a Caleta de Campos, a 70 kilómetros de Lázaro Cárdenas. Un informante de esa zona contó que Los caballeros templarios de la región andan ya en la despedida. El jefe de plaza fue visto hoy vendiendo los últimos becerros que le quedaban. En días previos, había rematado varias propiedades.

Este jefe de plaza controlaba la porción comprendida entre Acalpican y Las Peñas. Le nombran El Quinine.