Sociedad y Justicia
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Caso raro en el país, donde el número de divorcios se duplicó entre 2000 y 2011, según cifras

Llevan 81 años de casados y son de los matrimonios más longevos del mundo

Unirse es un compromiso para toda la vida; no es de relajo, dice la pareja, que vive en Villa del Carbón

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Estefana Gómez Vázquez, de 97 años, y Faustino Jacinto Vázquez, de 99, una de las parejas más longevas del país, con 82 años de casados, hablaron de su relación, en entrevista con La JornadaFoto Roberto Garcia Ortiz
Enviada
Periódico La Jornada
Martes 25 de febrero de 2014, p. 36

Villa del Carbón, Mex., 24 de febrero.

Cuando Faustino Jacinto, de apenas 18 años, escuchó a su madre hablar de Estefana Gómez (que tenía 16 años) como una joven seria y de buenos sentimientos, su corazón se aceleró. En ese momento, sin conocerla, se enamoró. Se empeñó en hacerla su novia. Apenas unas semanas después de encontrarse se casaron. Era 1932. Ahora, después de casi 82 años, son uno de los matrimonios más longevos del mundo.

Una rareza en una época en la que en México el número de divorcios por cada cien matrimonios creció más de ciento por ciento entre 2000 y 2011, al pasar de 7.4 a 16, mientras los enlaces en el mismo periodo cayeron en 19.3 por ciento. De los divorciados, 54 por ciento tuvieron una vida en común de 10 años o más, y 27 por ciento menos de cinco años. La edad promedio en la que ahora se casan los hombres es de 29 años y las mujeres a los 26, de acuerdo con datos del Inegi.

Desde el 17 de octubre de 1932, cuando todavía eran adolescentes y contrajeron nupcias, la pareja ha sorteado múltiples problemas: pobreza, hambre, enfermedades y la muerte de cuatro hijos. Estefana, de 97 años, y Faustino, de 99, viven aún en el mismo lugar en el que padecieron todo esto y sus hijos crecieron: el ranchito Los Laureles, en el barrio Los Domínguez de este municipio.

El lugar se llama así porque árboles de laurel rodean la propiedad de la pareja, en medio de la cual está la casa rústica con tejas, con un largo corredor con macetas que Estefana, apoyada en un bastón, riega una por una. Azucenas, margaritas, lagrimitas, lágrimas de María, bugambilias, viejita. Se detiene en esta planta para mostrar la peculiaridad de sus flores amarillas: cuando se les aprieta, aparecen una especie de dientes.

Viven solos, pero en estos días sus hijos se turnan para cuidar a Faustino, quien por problemas respiratorios utiliza oxígeno. Es una mañana cálida, él viste de gris. Está sentado en un sillón en el patio. Estefana, en una silla, junto a su marido, no escucha bien. Trae un delantal sobre su vestido colorido, y usa el cabello recogido.

Juntos van hilando sus recuerdos que se enlazan desde hace ocho décadas, cuando en el país había 16.5 millones de habitantes, de los cuales 11 millones vivían en zonas rurales; aún sufrían los estragos de la crisis económica ocasionada por la gran depresión, y el único entretenimiento en esta localidad, entonces aislada, era escuchar la radio.

Se conocieron en este poblado, donde por unos días ella trabajó en una casa. Después volvió con su familia a la Cañada. Faustino caminaba dos horas para ir a verla. Yo le decía: ¿estás segura que me quieres? Sólo tengo lo que traigo puesto. Un sombrero de palma roto y la ropa sucia de carbón. En esos años trabajaba en la explotación de carbón vegetal. Estefana respondió que sí. El 15 de septiembre me la robé, dice él con una leve carcajada. Ella aún recuerda con pesar la preocupación de su padre. Un mes más tarde legalizaron su unión.

Faustino a lo largo de su vida trabajó de carbonero, machetero y chofer. En 1980 dejó el empleo que tenía en distribuidora La Paz, y se dedicó al ganado y a sembrar sus tierras. Dice que en medio de los problemas y necesidades que tenían, gozó uno de sus mayores gustos: el baile. Había filas de muchachas que querían bailar conmigo. Cuando apareció la televisión, también disfrutaba verla y para ello pagaba 20 centavos.

Ahora todo se ha transformado. Ya tiene televisión en su casa y todos traen teléfonos. Hay que acostumbrarse a los cambios. Es parte de la vida. Entre su trajinar, dedicó tiempo para ser delegado de la localidad San Jerónimo Zacapexco. El multideportivo del municipio y hasta un corrido llevan su nombre, además de que formó el equipo de futbol local El Oro en 1961.

Estefana se dedicó a cuidar a sus hijos, el mayor ahora tiene 78 años y el más chico 52, y también buscó llevar ingresos a su casa, con trabajos como lavar ropa ajena. Comíamos lo que se podía. Quelites, frijoles, tortillas.

Recuerda que los niños enfermaban porque no eran vacunados. Tuvieron sarampión y otros padecimientos inexplicables que trató de curar con remedios caseros. Rememora con tristeza la muerte de sus niños; yo decía: si Dios me los quiere dejar, bien; si no, lo que haga está bien hecho.

De sus 11 hijos vivos, todos se casaron, pero tres son divorciados. Sobre esto Faustino no quiere opinar, es cosa de ellos. Estefana dice que el matrimonio es un compromiso ante Dios. Es hasta que Dios nos quite la vida. Hay que sufrirle. Esto no es para relajo. Dice que a ella le tocó un buen marido, nunca ni un pellizco le hizo.

–¿Cómo resuelven sus diferencias?

–Nos fuimos adaptando a lo que había. Nunca pensé en separarnos. Nos casamos para estar unidos todo el tiempo que tengamos vida –responde Estefana.

Cuando ella creía que yo hacía algo mal, me corregía. Y también cuando yo veía algo que no iba, se lo decía, agrega Faustino.

La familia está formada por 204 personas: 11 hijos, 65 nietos, 110 bisnietos, 18 tataranietos; la mayoría vive en Villa del Carbón. Este año Faustino cumple su centenario y ya se prepara para una gran fiesta. Dice que él imaginó su vida con Estefana, desde el momento en que escuchó su nombre en la voz de su madre.