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Robert Dahl
E

l pasado 5 de febrero murió Robert Dahl, a los 99 años. Fue un influyente politólogo estadunidense cuyas reflexiones y análisis del poder y la democracia han guiado, desde finales del siglo XX, la comprensión de estos fenómenos –aunque no siempre de manera explícita–, y han inspirado a muchas generaciones de estudiosos de la política. De la influencia de Dahl sobre la práctica democrática actual podemos decir lo mismo que el burgués gentilhombre de Molière exclamó en admiración de sí mismo, cuando le explicaron la diferencia entre el verso y la prosa: ¡Ah! ¡Entonces llevo años hablando en prosa! Nosotros llevamos años discutiendo la democracia en los términos de Dahl, el teórico de la poliarquía y del pluralismo, sin citarlo. Fue profesor en la Universidad Yale, donde obtuvo su doctorado en 1940. Después de la Segunda Guerra Mundial, en la que participó, como correspondía a su generación, regresó a su universidad, donde desarrolló una carrera docente y de investigación que es un modelo para quien quiera ser un buen académico. Vale la pena subrayar que era un maestro generoso y considerado, que se ocupaba mucho de sus estudiantes, con cuya formación se sentía íntimamente comprometido.

A Dahl le debemos el planteamiento de la naturaleza del poder que fue en su momento, principios de los años 60, el más sencillo y sugerente de los que ofrecían los libros de ciencia política de la época: El poder consiste en que A logre que B haga lo que A quiere, que de otra manera B no habría hecho. Esta definición amplia no se refiere sólo al poder político, pero quizá lo más importante es también lo más obvio: Dahl subraya el carácter del poder como una relación. El poder no es tal en el vacío, sólo se ejerce en la interacción entre dos o más personas, o entre una institución y una persona o un grupo de individuos, o entre instituciones.

El primer gran libro de Dahl fue ¿Quién gobierna?, en el que describe y explica el ayuntamiento de New Haven, Connecticut, cuyo funcionamiento observó y analizó cuidadosamente, primero, para responder a las críticas de su colega, el sociólogo C. Wright Mills, que sostenía que Estados Unidos estaba gobernado por una reducida élite; en segundo lugar, a partir de sus observaciones formuló un esquema de análisis del poder que es actualmente dominante, que entiende la democracia ya no como el triunfo de la mayoría, sino como la competencia entre diferentes grupos de interés que representan la diversidad de la sociedad. A la perspectiva de Jean-Jacques Rousseau opone la de Alexis de Tocqueville, para quien la clave de La democracia en América era el gobierno local, y la dispersión del poder que representaba la diversidad de actores políticos que intervenían en ese gobierno y que eran, a su vez, representativos de la pluralidad social. Al principio roussauniano de la democracia mayoritaria oponía el principio de la democracia pluralista, que da cabida a las minorías. Un espacio que, en cambio, les niega la fórmula mayoritaria.

Dahl es el teórico de esta versión de la democracia que desde finales del siglo XX se impuso como una forma de organización de la representación y de la participación, preferible a la fórmula mayoritaria. Para entonces ésta ya había demostrado que era portadora de la tentación autoritaria, que puede permanecer larvada, o materializarse en la vida y las instituciones hasta destruir la democracia misma.

Tuve la suerte de conocer a Dahl en 1985, o era tal vez 1986. Vino a México invitado por Manuel Camacho, a quien entonces le preocupaba el gobierno de una ciudad que había sido violentamente sacudida física y mentalmente por los sismos de septiembre, y que tenía una larga historia de pasividad, interrumpida por algunos episodios excepcionales de movilización, como el movimiento estudiantil de 1968. Los sismos habían puesto a la ciudad prácticamente en pie de guerra. En estas circunstancias era imperativo encontrar para la capital del país una forma de gobierno que la estabilizara. Nadie creía que fuera posible mantener el esquema vigente de la regencia, que era por completo insuficiente –nadie lo propuso–. La discusión en esa reunión versó sobre intereses fragmentados, fórmulas de gobierno, posibilidades de cambio. Dahl escuchó con atención, y nos repasó las lecciones del ¿Quién gobierna? Recuerdo que para los presentes fue muy atractiva la propuesta pluralista que reconocía el entramado de grupos que sostiene la organización extragubernamental de la ciudad. Creo que fue la fórmula a la que recurrió Camacho cuando gobernó el Distrito Federal.

Me pregunto si casi dos décadas de gobierno del PRD no nos habrán hecho olvidar las lecciones de Dahl.