Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de marzo de 2014 Num: 991

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El espíritu de
Arturo Souto

Yolanda Rinaldi

Querido Adán
Fabrizio Andreella

Ricardo Garibay:
la fiera inteligencia

Alejandra Atala

Huerta, el humorista
Ricardo Guzmán Wolffer

Una antología personal
Marco Antonio Campos

La presencia poética
de Efraín Huerta

Juan Domingo Argüelles

Canto al petróleo
mexicano

Efraín Huerta

Kubrick: la brillante oscuridad del erotismo
J. C. Rosales, N. Pando, R. Romero,
S. Sánchez, E. Varo

Sinopsis de un verano
Tasos Denegris

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

Circo, maroma y muertos

El pan ya no alcanza y el circo no divierte.
Molotov, “Ánimo delincuencia”

En México sabemos que morbo vende. Por eso las televisoras, enormes consorcios comerciales, hacen de una doble moral elástica y plegable arte y oficio. Si por una parte, en algún rincón de su barra programática enaltecen valores morales o enderezan engolados discursos donde se repiten mañosamente palabras como “libertad” o “convivencia”, en otros frentes azuzan odios, omiten verdades o de plano mienten para asegurar el rating suyo de cada día y seguir haciendo histórica tapadera de cuanta marranada perpetran delincuentes de corbata que usurpan función pública. La conchabanza entre ambos bandos de esa delincuencia desorganizada, políticos y empresarios de la televisión, es cosa vieja, conocida y maloliente. Cualquiera pensaría que, al menos para guardar las apariencias, algo parecido a la crítica aportaría frescura a la programación, verbigracia, en las grandes testas del duopolio Televisa-tv Azteca, pero no. Y las otras televisoras pequeñas, un puñado, en lugar de marcar la diferencia y quizá sin criticar desbarros gubernamentales, al menos podrían ofrecer información veraz y oportuna pero prefieren seguir el modelito: malo por conocido. Y la televisión, por décadas, sigue siendo en México una fábrica de porquerías.

Desde luego, la comidilla ha sido la detención de Joaquín Guzmán Loera hace una semana. Las redes sociales –y los medios todos– explotaron. En Twitter y Facebook nos hemos despachado con la cuchara grande. Cundieron las teorías conspirativas y las acusaciones de que todo es una cortina de humo. Hasta se especuló con la muerte del capo. Brotaron de parte de nuestros patrocinadores del norte las felicitaciones, las palmaditas al cachorro, los “good boy”. El resto de la atención pública seguía enredándose entre lo que es realidad y ficción en el cruce de acusaciones en Venezuela, más un poquito con el desastre social ucraniano. Lo que llama la atención cuando escribo esto son dos cosas: el inmenso escepticismo de la gente –se reproducen como conejos las aseveraciones de que el personaje “presentado” a los medios en fotos y videos de captura y traslado no es el famoso capo, sino una suerte de sosias (de nombre Gregorio Chávez) y que el verdadero Chapo está riéndose de todo el espectáculo en algún lujoso recoveco– y el absurdo postulado gubernamental de que deteniendo al Guzmán Loera se asesta un duro golpe al narcotráfico. Todos intuimos que el relevo en la organización que comanda Guzmán está listo y que, como reza la regla de oro, si no van tras el dinero, la estructura criminal seguirá incólume. Y claro que eso no va a pasar simplemente porque tentar los dineros del Chapo es meter mano a mucho empresario de rancia alcurnia, carrera política y larga cola que cuida que no le pisen.

Como en una regresión a las burdas telenovelas de Genaro García Luna, dos días después de la aprehensión del criminal se apersonó en el condominio Miramar en Mazatlán, donde supuestamente estuvo escondido el narcotraficante, el conductor de noticieros de Televisa, Carlos Loret, escoltado por personal de la Secretaría de Marina e hizo una especie de recorrido-reality por el condominio recientemente allanado por la soldadesca. De ese modo Televisa, en el más puro estilo del “haiga sido como haiga sido”,  flanqueada por el personal de la Semar, hizo suyas las cerraduras despedazadas por los marinos, las puertas reforzadas, la ropa revuelta y la evidencia de que alguien tuvo que salir de allí de manera intempestiva.

Y acá, discretita la gente, relegada a menciones como con descuido o a páginas interiores, porque los pobres raras veces llegan a portada, una veintena de personas, entre ellos mujeres y niños, fue masacrada por un nutrido comando de sicarios en Linda Vista, recóndito lugar de Guerrero al que no habrá de acudir Laura Bozzo en helicóptero, y la matanza, según se cuenta, fue porque estaban a punto de organizarse en autodefensas, como sus vecinos michoacanos, para pararle las patas a gavillas de asesinos, rateros, secuestradores y violadores que los traen por la calle de la amargura ante, otra vez, esa mezcla de indiferencia, complicidad e ineptitud que caracteriza a las autoridades de todos los niveles en este país. Como cuando Acteal. Como cuando Aguas Blancas. Como Villas de Salvárcar o San Fernando.

Porque el amarillismo, el efectismo mediático y todo ese circo cruel que nutre una de las mayores industrias, la de mentir en la tele, desbordó hace rato de la pantalla a la realidad, y está alcanzando hasta nuestros más apartados rincones.