Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de marzo de 2014 Num: 991

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El espíritu de
Arturo Souto

Yolanda Rinaldi

Querido Adán
Fabrizio Andreella

Ricardo Garibay:
la fiera inteligencia

Alejandra Atala

Huerta, el humorista
Ricardo Guzmán Wolffer

Una antología personal
Marco Antonio Campos

La presencia poética
de Efraín Huerta

Juan Domingo Argüelles

Canto al petróleo
mexicano

Efraín Huerta

Kubrick: la brillante oscuridad del erotismo
J. C. Rosales, N. Pando, R. Romero,
S. Sánchez, E. Varo

Sinopsis de un verano
Tasos Denegris

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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El espíritu de Arturo Souto


Foto: cortesía de ©Ricardo Vinós

Yolanda Rinaldi

Arturo Souto Alabarce ha muerto. Así llega la noticia temida y amarga. Souto era mucho más que un catedrático universitario, era un artista, un escritor. Había cumplido ya ochenta y tres años. Además era, sobre todo para varias generaciones que vieron en él un hombre que amaba la literatura, un referente absoluto del exilio español. Los inicios de la juventud de Souto fueron los del terrible despertar de su generación: la Guerra civil. Hoy podemos decir que la juventud de esa época respondió con imaginación creadora a semejante calamidad y México fue parte de ese nacimiento al recibir a los exiliados republicanos.

La poca importancia que los medios de comunicación dieron a su muerte –a pesar de que la escritura de Souto  representaba un segmento de ese ente colectivo de transterrados que veía en el arte “una afirmación de lucha verdadera y nostalgia de la patria” que ayuda a llamar la atención de vez en cuando sobre alguna figura que ha sido guía de la juventud– contribuye a afirmar la validez de sus ideas, de su modo de ser. Quizá a él le hubiera gustado saber que fue así; porque Souto creía en la soledad y defendió en todas las formas posibles su vida interior. Se defendía de la curiosidad, incluso de los que le querían.

De enorme inteligencia y extensa cultura, Souto era cáustico, irónico, irreverente cuando estaba entre amigos, fascinado por las quimeras literarias y editoriales; era de carácter circunspecto, bronco o quizá tímido, pero de fondo, bondadoso, aunque podía enfadarse con esa rotundidad y obstinación (tozudez) que parecen inherentes a la genética ibérica.

En 1949 tenía diecinueve años y junto a Ramón J. Sender, Tomás Segovia, José Ramón Arana, Mercedes Rodoreda, Andrés Nerja, Paulino Masip, Mariano Granados, Álvaro Custodio, entre otros autores ya consagrados, publicó en el suplemento Las Españas, (núm. 3) un cuento (Scorpio) con un discurso fundamentado en la defensa del poder de los curas de la Iglesia católica y que ya deja ver su espíritu peculiar. Pese a su juventud, se revela como un magnífico narrador que desenmascara a los falsos valores, de un modo lúdico, que no es tanto una finalidad sino un medio para alcanzar la plenitud de sentido.

A la par de la escritura que le libera de sus inquietudes –como lo prueba su participación, en 1948, en el único número de la revista Clavileño– funda en 1951 la revista Segrel (nombre que tomó de una especie de hidalgo pobre, trashumante, un poco juglar un poco trovador, tal vez de tierras galaicoportuguesas, en quien el novel editor observaba semejanzas con el escritor actual). Apenas descubría México y ya iniciaba su labor cultural, sin parar mientes en los “graves obstáculos de ambiente y desarraigamiento”, que limitaba a muchos. En el editorial de la revista, de modo intuitivo, utópico, anota el objetivo: “aportar algo a la vivificación de la cultura en lengua española… y ahí… hemos de entrar las nuevas generaciones, que comenzamos a luchar por ella en el mundo libre de México”. La convocatoria está ahí y le acompaña en la aventura Alberto Gironella. En ese primer número, que también resultó único, publica El candil, un cuento dedicado a la mujer de su vida: Matilde y escribe también un breve ensayo, que no tiene desperdicio, sobre el libro Canciones de Vela de Luis Rius. Con su característico humor destaca: “Peligroso, en verdad, es publicar un libro de versos en los días que corren. Porque son días de turbión, de incierta esperanza, de angustia. Yo pensaba que los periódicos mentían… que el Apocalipsis de San Juan se hallaba lejos…”

Además de editor, la importante y variada obra educativa de Souto se desarrolla en varios campos, como la crítica literaria, la enseñanza de la lengua. Alrededor de los años setenta escribió una serie de textos breves para el Programa Nacional de Formación de Profesores de la Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Enseñanza Superior (ANUIES); igual destaca en los ochenta, Varia lírica española. 107 poesías de los siglos XI al XX, con un prólogo “retozón e inteligente” que apareció en una pequeña editorial (Eosa) y que no es más que una de las cuarenta antologías que realizó, prologó y anotó, que constatan su entrañable trato con la literatura.

Más allá de la recuperación de la memoria, vida y obra publicada de Souto, es importante recobrar su palabra, su voz íntima, sus bromas críticas. Sobre la idea del concepto de escritor (en la relación literatura-sociedad) decía: “¿quiénes son éstos? Es obvio que debe referirse a los consagrados, pero sería injusto olvidar a los mediocres y a los oscuros, y no sólo injusto sino muy peligroso…para la sociología de la literatura son más importantes los escritores de segundo y tercer orden… constituyen el trasfondo literario… porque están los que han escrito un solo libro, los diletantes; están también los traductores, los críticos, los eruditos, los escritores fantasmas… hay muchos linderos indecisos…”

En Poesía y exilio, memoria del coloquio internacional que organizó El Colegio de México y que él mismo editó junto a Rose Corral y James Valender, al valorar y enjuiciar hechos que marcaron el exilio en poetas y pintores españoles en México, reflexiona: “Pensando en Climent, en Gaya, en Prieto, en Rodríguez Luna, en mi padre Souto (Arturo)… resulta muy difícil deslindarlos de los poetas y escritores… Bergamín, Rejano, Prados, León Felipe, Moreno Villa, Altolaguirre, Domenchina, Salazar, Garfias (…) reunidos en tertulias cotidianas (…) el diálogo resultó ser mucho más fácil y fluido. Tenían un lenguaje común  en el cual entenderse (…) lo más importante es la historia interna del trasfondo común, la morada de vida que hicieron propia, la tensión espiritual que los identifica y da razón de ser (…) la guerra y el destierro fueron la más extraordinaria circunstancia de su vida, alcanzando a transmutar su más profunda y verdadera expresión artística…” Sociedades diferentes. Motivos y gustos diferentes, construyendo puentes entre la imaginación y la realidad, que sin duda alguna él conocía y experimentaba. En fin. Arturo Souto era mucho más: Un narrador producto de una época y de un determinado clima espiritual.