Opinión
Ver día anteriorLunes 3 de marzo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Asunto perturbador

A

tenidos a la educación –por llamarle de alguna forma– de que fuimos objeto, los adultos contamos con tan pocas herramientas para revisar aquello que se nos inculcó a temprana edad que a la postre limitamos nuestra capacidad y disposición para revisarnos –examinar modificar, descar- tar o reforzar posturas personales– a lo largo de nuestra existencia; de ahí el asombro, o incluso el escándalo, que provoca el que algunos sean capaces de pensar y decidir por sí mismos, de salirse de lo establecido y actuar en consecuencia.

Con relación a la columna anterior (Pedir una inyección, La Jornada, 17/02/2014), hubo lectores que tuvieron la amabilidad de externar su opinión, en tanto que a otros les resultó ofensiva la petición relatada. Comparto algunos de esos puntos de vista, con el propósito de contribuir a esta reflexión en voz alta sobre temas desafortunadamente todavía prohibidos en nuestra confundida sociedad, donde vida y muerte siguen siendo patrimonio exclusivo y excluyente de cumplidos funcionarios, ministros religiosos, políticos, burocracias, familias y profesionales de la salud.

Julia Villada sostiene: La sociedad tiene que modificar, a fuerza, criterios de terminación individual por el tremendo deterioro colectivo de la salud, un estilo de vida impuesto más que elegido y el quebranto inevitable del envejecimiento, pero el embuste de la eterna juventud es un negocio incalculable.

Isaura García se lamenta: Oye, ya no exhibas ancianos que al final de su vida olvidan sus valores y solicitan que los ayuden a morir. Pues precisamente esa revisión tardía de valores es la que posibilita en las personas una muerte digna, personal y libre, prudentemente alejada de posturas postradas e indefensas ante un dios despiadado al gusto de sus intérpretes y de la falsa ciencia.

Jesús Ugarte dice: Muy interesante y valiente tocar el tema. Mucho me sorprendo de la existencia de personas generosamente solidarias que acompañan en lo posible a pacientes termina- les. Todos viviremos ese trance y alivio cuando nosotros o nuestro paciente dejen de sufrir por el proceso mismo o por decisión personal. La frase clave es acompañan en lo posible, ya que sólo quien padece una enfermedad con poca o ninguna autonomía sabe la cárcel en la que está, por más apoyos paliativos y espirituales que lo rodeen. Lo trágico no es solicitar este tipo de ayuda, sino que no haya quien lo proporcione.