Los mayas de Hopelchén
resisten a la muerte de su maíz,
sus abejas y su pensamiento

Gloria Muñoz Ramírez

Nosotros ni siquiera sabíamos que aquí en nuestras tierras se estaba sembrando transgénicos, porque nunca el gobierno nos consulta, ni nos avisa o nos pregunta si estamos de acuerdo. Cuando supimos y oímos lo de los transgénicos, que tampoco sabíamos qué cosa eran, ya los teníamos aquí. Luego, a través de nuestra organización, fuimos sabiendo qué cosa es transgénico, qué daño hace y quién lo trae. Entonces nos pusimos alerta y vimos también de los efectos que estaba haciendo en la apicultura”, dice, enfático, José Luis Gutiérrez Fuentes, campesino maya, activista del colectivo Ka kuxtal much meyaj (“Renacer de la organización”).


La Bestia, Tequisquiapan, Queretaro. Foto: Prometeo Lucero

Y es que a Hopelchén, al oriente de Campeche, llegaron el sorgo y la soya transgénica de la mano del  empresario Jacobo Shakur, quien distribuye la semilla de la trasnacional Monsanto. “Tiene aproximadamente ocho años que nosotros descubrimos que había, de mucho antes no lo puedo decir porque sabíamos que sembraban soya ahí, pero no que era transgénica. Cuando ya empezó la investigación y se regó la noticia de que había transgénicos y qué daños nos hacían, fue que lo vimos. Nuestras abejas y nuestros cultivos están pegadas al terreno de Jacobo Shakur, propietario del Rancho Zenit, y nos empezamos a dar cuenta que el maíz cambió mucho, se ponen las hojas amarillas, la mazorca ya no crece. Antes de que esto sucediera en el municipio, nosotros sembrábamos nuestro propio maíz criollo con el que hemos estado acostumbrados desde que tenemos uso y razón, desde niños. Levantamos muy buenas cosechas y ahora ya no, estamos viendo que es una grave afectación”, explica don José Luis, hombre mayor y curtido en las luchas de estas tierras de la península de Yucatán.

El transgénico, añade, “se sembraba mucho por el norte del país y  pasó lo que va a pasar aquí con nosotros si no nos ponemos alertas y las autoridades no nos ponen atención y no le paran a esta deforestación. En el norte estuvieron estos menonitas. Somos humanos y los queremos como hermanos pero su forma de trabajar es con la que no estamos de acuerdo, porque es una deforestación indiscriminada. ¿Por qué los echaron para acá? Porque en el norte ya dejaron desiertas las tierras, porque hicieron tantas perforaciones. Ahora allá ya no tienen tierra, no tienen trabajo y nos los echan aquí a Campeche. Cuando empezaron a venir se les dio un área donde ellos pudieron llegar y hacer su pueblo y trabajar. Y ahora resulta que ya no sólo están ahí”.

Hopelchén es un municipio con 30 mil habitantes distribuidos en 36 comunidades. Como la mayor parte de los pueblos mayas, aquí se vive del maíz y, además, de la apicultura. Dos actividades que están siendo atacadas por los empresarios de la región, y por los grupos de menonitas que, insiste don José Luis, “ya se regaron por todo el municipio de Hopelchén y el problema es de que ellos no miden la deforestación, tumban con consentimiento de la Sagarpa y de todas esas dependencias que supuestamente están para cuidar el medio ambiente. Ahora, cuando nos toca a nosotros como campesinos, como indígenas de acá del pueblo, entonces sí nos meten a la cárcel, sí se nos sanciona y no se nos autorizan permisos. Ése es nuestro problema, nuestro coraje, porque nosotros cuidamos estas tierras desde que tenemos uso y razón y desde que yo llegué a este lugar que se fundó hace 55 años”.

“En el norte estuvieron estos menonitas. Somos humanos y los queremos como hermanos, pero su forma de trabajar es con la que no estamos de acuerdo, porque es una deforestación indiscriminada. ¿Por qué los echaron para acá? Porque en el norte ya dejaron desiertas las tierras, porque hicieron tantas perforaciones. Ahora allá ya no tienen tierra, no tienen trabajo y nos los echan aquí a Campeche”.

La deforestación en la región, explica el representante del colectivo Ka kuxtal much meyaj, provoca una contaminación indiscriminada. En lo que eran Las Sábanas “nosotros nunca fuimos a tocar esas tierras porque había mucha fauna silvestre, había venados, armadillos, puerco de monte, jabalí, tejones, había hasta monos. Hicieron la deforestación de cientos de miles de hectáreas. Esas tierras eran nacionales y una parte se las compraron al ejido Pich; otra parte que les compraron a unos pequeños propietarios y a otros se los invadieron y no les pagaron nada”.

Admite: “No sabemos exactamente quién es el dueño, porque cuando van a llegar los supuestos dueños al rancho a todos los trabajadores los corren para que no vean quiénes son los propietarios. Al trabajador de campo le dicen, oiga hoy es día de descanso porque hoy viene el patrón”.

La tala está arrasando con todo lo que era el pulmón de la selva: el jabín, kitinché, tzalam, chaká, xuul, el zapote. Y simultáneamente “se acabaron las aguadas, que son unos grandes hoyos donde se mantenía agua de lluvia y todo eso lo arrasaron. Donde había algunos cerros, los levantan con el pretexto de que quede plana la tierra. Y no estoy hablando de 10 o 20 hectáreas, le estoy hablando de cientos de miles de hectáreas, exactamente no se la cantidad porque empieza aquí y termina en la frontera con Guatemala. Eso nos provocó inundaciones a nuestro pueblo, todo el desconcierto del medio ambiente. Ya no llueve como antes, ya todo se descontroló por la gran deforestación”, lamenta el campesino maya.

La siembra de transgénicos y la deforestación también están afectando de manera preocupante a la apicultura, actividad ancestral maya que pervive a pesar de todo. “El problema”, explica Gutiérrez Fuentes, “es que nos quitan la vegetación que produce la miel y siembran una madera que a nosotros no nos beneficia en nada. San Francisco de Suc-Tuc es de los ejidos que más produce miel en Campeche y produce cientos de toneladas de dulce. Cuando no había esa deforestación teníamos la seguridad de que cada apicultor sacaba su mínimo de 10 o 15 tambores de miel, y ahora producen 2 o 3 tambores. Un tambor tiene unos 7 mil 200 kilos y para producir eso hay que hacer un gran gasto, porque hay que comprarle vitamina a la abeja, el polen artificial, hay que comprar medicamento para la barroa, medicamento para la diarrea de la abeja; el equipo: las cajas, los cuadros, la cera…todo eso incrementa gastos”.

“Resistimos de muchas formas, una es sembrando la conciencia. Es un camino un poco duro pero no imposible, porque vamos a ser no solamente aconsejadores de palabra sino con hechos. Cuando les decimos a nuestros hermanos ‘sabes qué, yo no compro un pollo de esos que viene contaminados de químicos, porque mira mi gallinero, yo tengo gallinas. Yo no compro un huevo, porque mis gallinas lo producen, yo no compro un kilo de carne de cerdo porque tengo mis cerdos y aquí los matamos, comemos y preparamos. Animales que sólo comen maíz, hierbas, agua’. Lo que quieren es acabar con una cultura, pero se les va a torcer el dedo porque no lo van a lograr, así tengamos que ofrendar nuestra vida, lo hacemos, porque no queremos lo que nos está implantando el sistema y que la generación que viene sufra más las consecuencias”.