Opinión
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XVII

L

o consignamos…

Nuestro biografiado, una vez llegó a Lisboa en su poderoso Lincoln, iba de un lado para otro –más bien de pachanga en pachanga–, en tanto llegaba el momento de reunirse en Madrid con su señora madre, pero, tal y como suele suceder, los caudales fueron mermando, así es que no tuvo más remedio que vender su automóvil en un súper precio y en esas andaba cuando el empresario lusitano le preguntó si quería torear en Campo Pequenho, a lo que Carlos le respondió que de ninguna manera, ya que ni siquiera llevaba zapatillas y mucho menos todo lo demás, pero el empresario volvía a tentarlo y él ni caso le hacía, hasta que, para quitárselo de encima, le dijo: mire, si quiere que yo toree, serán dos las corridas, a 50 mil escudos cada una y mis alternantes serán Domingo Ortega y Manolete, pensando que con esas pretensiones se lo quitaba de encima, pero…

–Mire, yo creo que usted está loco aunque creo que yo lo estoy más, así que está hecho.

Carlos se quedó helado, no había ya modo de rajarse y, además, debía procurarse avíos, traje, camisas, medias, zapatillas, capote de paseo y todo lo demás.

El paisano se fue al teléfono, habló con un sastre español, le dio más o menos las medidas y el resto de lo necesario, todo lo cual comenzó a llegarle puntualmente.

¿Y lo más importante?

¿Con qué cuadrilla?

En esas andaba el paisa cuando, en calidad de ángeles guardianes enterados de sus desvelos, se presentaron el matador de toros peruano Alejandro Montani y su apoderado el sevillano don Andrés Gago Suárez, para solucionarse el problema, de aquellas dos tardes que marcaron un antes y un después en la carrera y trayectoria de Carlos Arruza (Ruiz Camino).

Fue trascendental.

* * *

Y lo que hablamos.

Permítanme los amables lectores (si es que los tengo) referirme a todo lo que esto representó para Carlos Arruza y que él mismo no imaginó lo que significaría para su vida en los ruedos y para ello, trataré de consignar parte de lo mucho que conversamos acerca de esto en inolvidables diálogos.

–¿Carlos, qué fue para ti todo lo que viviste en Portugal?

–Bueno… en aquellas dos tardes alternando con esos señorones que fueron Domingo Ortega y Manuel Rodríguez Manolete, aprendí más que en toda mi vida pasada y en lo que viviría después.

–¿Y eso?

–Mira… los impactos que recibí fueron algo así como dos revelaciones del cielo. Por un lado, la sabiduría y el poder de Ortega, que metía a los toros en su muleta como si jalara de ellos y Manolete, pisando terrenos increíbles, pasándose a los toros a dos dedos de la faja y con una naturalidad que te dejaba con la boca abierta.

–¿Tomaste modelo de ellos?

–Yo pensé que copiar lo que hacían me iba a convertir en un vulgar imitador, así que debía fijarme muy bien en sus procederes y adaptarlos a mi forma de sentir e interpretar el toreo.

–¿Esas tardes lo intentaste?

–La forma de torear de Domingo iba acorde con lo que yo hacía, pero había que darle más continuidad a los pases, pero no extendiendo el brazo, sino haciéndolo en círculos. Esa tarde, sí, aunque al principio los toros me alcanzaban la muleta, pero poco a poco lo fui consiguiendo y al ver cómo me aplaudían, puedo decirte que andaba en la gloria y máxime en mi segundo toro, aunque en un momento me sentí desconcertado cuando me obligó a reponer terreno por tanto atragantarme.

–¿Cómo te despidieron los lusitanos?

–Es algo que no olvidaré jamás, tres o cuatro vueltas al ruedo, la gente de pie aplaudiendo sin cesar y yo, en las nubes de las que no quería bajar.

Con toda razón.

* * *

–Y con Manolete estuviste todavía mejor, ¿no fue así?

Carlos, a lo largo de nuestra amistad, siempre se mostró algo retraído para hablar de su paso por los ruedos, pero aún recordamos con qué admiración y con qué entusiasmo nos habló del cordobés y, sobre todo, de su entrega y pundonor.

Así nos dijo.

–Tú con tus preguntas y yo, en este caso, sin respuestas.

–¿Y eso?

–Verlo desde que partió plaza fue impactante, parecía una majestad vestida de luces, con un andar que impresionaba y una concentración en la expresión de su cara y en su mirada que…

* * *

¡No, hay que cortar!

(AAB)