Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 9 de marzo de 2014 Num: 992

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Instante bailado,
instante vivido

Andrea Tirado

Hoover o las
dualidades del sabueso

Augusto Isla

La literatura, una percepción del mundo
Javier Galindo Ulloa entrevista
con Federico Campbell

Los permisos de la
muerte: la violencia
narrada y sus límites

Gustavo Ogarrio

El narco entre
ficción y realidad

Ana Paula Pintado Cortina

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Columnas:
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Enrique López Aguilar
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Calvino y Borges en el laberinto (II DE III)

El cuento de Calvino tiene semejanzas y diferencias respecto a “El jardín de senderos que se bifurcan”: la obsesión de Casanova por satisfacer cada bifurcación de su historia, el recuerdo de distintas mujeres, la presencia que cada una despierta en él. El laberinto de tiempos en el cuento de Borges se presenta desde una novela, como la construcción de un hecho metafísico y posible; en el cuento de Calvino, el laberinto ocurre en la memoria del personaje-narrador, en su conciencia y el plano de la escritura, lugar que reproduce y traduce el de la memoria: la voluntad de Casanova persigue a las mujeres presentes y simultáneas, a la presente y su recuerdo, al recuerdo de otra en la actual, a la posible y disuelta en el futuro desde el presente, a una que fue y no se sabe cómo fue.

En el juego de las permutaciones, la salida de Casanova es escapar y abandonar las relaciones físicamente, porque su memoria ha vuelto inasibles las imágenes de un pasado que tuvo entre sus manos. Su solución es la escritura, que le devuelve la evidencia de que, buscando cumplir cada bifurcación de lo femenino, ha tenido que luchar contra su condición personal y contra la condición individual de “la otra”.

Cuando Casanova elabora la siguiente conclusión, habla de un proceso que se repite en las cinco secuencias que construyen las memorias del protagonista: “Mi alma se había convertido en el campo de batalla de las dos mujeres. Cate e Ilda, que en la vida exterior se ignoraban, estaban continuamente frente a frente, disputándose el territorio dentro de mí, se tiraban de las greñas, se despedazaban. Yo sólo existía para acoger aquella lucha de seres encarnizados, de la cual ellas nada sabían.”

Cuando Casanova se relaciona con Irma porque le recuerda a Dirce y comienza a descubrir, con el tiempo, lo que hay de Irma en Irma, ocurre en la siempre inquieta y especular memoria del narrador un proceso semejante al citado antes: “De modo que mi encuentro con Irma se convirtió en una batalla con la sombra de Dirce que no cejaba en entrometerse entre nosotros, y cuando me parecía que estaba por atrapar la indefinible esencia de Irma, que había establecido entre nosotros dos una intimidad que excluía cualquier otra persona o pensamiento, Dirce, la experiencia vivida que era para mí Dirce, imprimía su molde en todo lo que yo estaba viviendo y me impedía sentirlo como nuevo. Ahora Dirce, su recuerdo y su impronta, sólo me inspiraban fastidio, constricción, tedio.”

Las mujeres en la experiencia de Casanova no se bifurcan, pero su memoria sí, insistiendo en hacer convivir a los irremediables fantasmas en que convierte a cada una de ellas. Así, será inevitable en el proceso del cuento que, ante cada nuevo ser femenino, se convoque por lo menos a otro, lo cual le impedirá al protagonista alcanzar la plenitud amorosa con la nueva mujer en un proceso que pareciera combinar la bifurcación de los recuerdos con la obsesión de ese talismán descrito por Borges en “El zahir”: una moneda inocua con la característica de poder adueñarse de la memoria de quien la haya visto una sola vez, al tiempo que desplaza y borra los demás recuerdos y el lenguaje del infortunado contemplador.

La sensatez con que termina el cuento viene de palabras que Fulvia le dice a Casanova, no de las conclusiones personales de éste, un ser memorioso incapaz de sustraerse a su propio sistema de permutaciones: “Me contestó que también me compadecía, porque nuestra felicidad venía de ella y de mí juntos, y que al separarnos perderíamos los dos; de modo que para conservarla más tiempo debíamos dejarnos embeber de esa felicidad sin pretender definirla desde afuera.”

Así es posible arribar a la bisagra donde se encuentran las confluencias y lo distinto en ambos cuentos: Yu Tsun asiste a la revelación de un sistema de universos paralelos, todos posibles, en el que no todos pueden ser habitados por la misma persona; los universos se ramifican en dos y, en lugar de cerrarse conforme se elige por una de las opciones, cada una se bifurca casi hasta el infinito, pero la contingencia del ser que cree elegir también le impide conocer el desenlace de las bifurcaciones.

Las memorias de Casanova muestran los procesos de un personaje en el que las experiencias con cada rostro y cuerpo hacen acto de presencia de manera simultánea. Cada mujer condena a Casanova a tenerla en la memoria no bien inicie una nueva aventura. Si la nueva combate con el fantasma de otra, tendrá el “privilegio” de habitar esa memoria cuando aparezca una nueva mujer, hasta el fin de la capacidad aventurera del narrador.